Un
nuevo mitin de Chávez en la plaza Caracas, anuncios del cierre
de la avenida Bolívar para recibir al Conde del Guácharo, la
rueda de prensa de Manuel Rosales, toda de azul con el coro de
fondo ¡Atrévete! Ahí tenemos la campaña electoral que imponen
nuestros líderes, todas centradas en la conexión superficial
y fácilmente visible del venezolano con lo emocional. Se trata
de un juego entre un hombre todopoderoso que va a ser
Presidente de la República, el equivalente a un rey antiguo, y
otro que tiene mucho menos y espera la solución de todos sus
problemas cuando ese por quién va a votar gane las elecciones.
Los equipos de campaña de los reyes-candidatos cuentan con
que el votante venezolano es un humano blandito que se
conmueve fácil cuando lo sacuden el lado de la esperanza.
Cuando le prometen, cree y vuelve a creer.
Negocia el voto, único valor de cambio que tiene cada cinco
años, por algo práctico, cree él: una casa, una beca para los
hijos, un empleo. Algunos inclusive están convencidos de que
poco vale acudir en este país a la inteligencia, a la
capacidad de trabajo y a la organización para sobrevivir y
por eso responden cuando les abordan los encuestadores, que
esperan que este candidato si cumpla, porque todo el mundo
"promete hasta que llega a la silla" y ya están cansados de
esperar un país mejor.
Los candidatos venezolanos, convencidos por que sus asesores,
insisten en que la inmensa mayoría del pueblo solo es
conquistable con palabras sin ninguna profundidad, y que se
conmueve instantáneamente cuando se cargan niñitos, se llama
por su nombre a las mujeres en estado y uno se da un abrazo
con las abuelas en un acto público. Prometen repartir y
efectivamente reparten, después que llegan a la presidencia,
igual que ocurría en las fiestas con piñatas de cuando
estábamos niños: carritos, unos caramelos, unos chicles y alguna
que otra carterita de plástico, tal vez una planchita o una
pelotica de goma. Todos emocionados, acumulábamos entonces
sacamuelas y muñequitos, compitiendo a ver quién acumulaba
más porqueriítas.
En Venezuela, competimos a ver
quién tiene los muchachos más barrigones, a quién ha sacado
más veces la Guardia Nacional a golpes cuando intentaba
invadir un terreno, cuantas elecciones nos ha conculcado el
gobierno, cuantas veces nos hemos levantado de madrugada a
ver si logramos entrar en la página Web donde se gestiona el
pasaporte, cuantas se ha metido la planilla para conseguir una
casa en Conavi y cuantas veces la han perdido. Terminamos
compitiendo por darnos cuenta de quién es mas miserable.
Las metas son pocas y poco
complicadas desde el punto de vista del elector. No nos piden
decidir sobre cosas profundas. Ellos sólo quieren lograr diez
millones por el buche, que nos atrevamos a soñar o conseguir
que nos guindemos un carnet del Comando Pechuga. Nadie quiere
bajarse de la nube, nadie quiere reconocer que se trata de un
juego de histriones que recitan su parte y esperan que
nosotros obedientemente hagamos lo nuestro, tejer y destejer
la misma ilusión.
lucgomnt@yahoo.es
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