Al día siguiente, todos los periódicos titularon con esa
decisión. La oposición reaccionó con una rueda de prensa, todos
sus líderes frente a las cámaras, llamando a votar. Pero, de
nuevo la gente en la calle no hablaba del punto. Todo el mundo
estaba embebido más bien en el dramático triunfo de Oswaldo
Guillén.
La jornada me siguió pareciendo más indiferente que política,
cuando después de pasar por varias estaciones del metro, vi
repetirse la misma escena de las municipales, frente a las
mesitas donde se enseña a la gente a votar. Un soldado
coqueteando con la muchachita que se ocupa de demostrar a los
interesados como funcionan las máquinas de votación, nadie en
cola.
Además, caso rarísimo, estaban libre los torniquetes y había
inmensos retrasos en los túneles.
La conversación en los vagones, de quiénes podían hablar, ya que
la mayoría de los pasajeros estaba apechugados unos contra
otros, estaba dividida en dos bandos, los empeñados en averiguar
porqué la entrada al metro estaba libre y quiénes calculaban
cuanto iba pedir Guillén a los Medias Blancas después de haber
ganado la Serie Mundial.
Con esa experiencia sudorosa, a la tarde decidí tomar más bien
una camioneta para ir al trabajo. No estaba nada ganada a volver
a los túneles, porque si lo de la mañana no había sido operación
morrocoy, a lo mejor la liberación de los torniquetes había sido
por el asesinato a tiros de un repartidor de tarjetas frente al
Metro de Propatria hacía unas horas, del que me acababa de
enterar. No era cuestión de tentar que decidieran acuchillar a
otro en la estación más cercana.
La acera de la avenida Bolívar se veía congestionada, pero no
parecía nada especialmente extraño. Como no pasaban muchas
camionetas hacia el este, la gente le preguntaba a un hombre
encargado de buscar pasajeros. De esos que gritan, “! Chacaito,
Chacao, Petare, hay puesto, hay puesto”. O ¡CCCT directo! , que
era lo que estaba pasando.
Mientras, cruzaban la avenida unas muchachas vestidas de rojo.
El hombre informó a gritos: “! Lo que pasa es que tienen un
analfabético en el Hilton. No se puede pasar!” Las muchachas se
murieron de la risa y un poco amoscado, trató de arreglar la
cosa:" Bueno, Puede ser que haya más de uno".
Sin hacer caso de las indicaciones del destino, abordé la
camioneta, con 30 grados a la sombra. Se oyó todo el tiempo la
cadena de radio, en un viaje que habitualmente se hace en
cinco y duró mas de cuarenta minutos, porque efectivamente,
todos los accesos al Teatro Teresa Carreño estaban cortados por
camiones de la GN, la policía y una cantidad de autobuses que
venían del interior, estilo mitin de campaña del MVR, debido a
que declararon a Venezuela Territorio Libre de Analfabetismo.
A todo volumen en la radio del chofer, el ministro de Educación,
Aristóbulo Istúriz, repetía aquello de que hay 99 % de
alfabetos en Venezuela y uno por ciento de ignaros
irreductibles, como el analfabético de la parada. Luego se oyó
la voz de una joven le daba un saludo revolucionario al
comandante Chávez. Mientras, mi compañero de asiento bostezaba
aparatosamente.
Al llegar a su destino, algunos saltaron sobre unos montones de
basura y una cloaca rota para ganar la acera y tratar de cruzar
la calle, donde los choferes, enloquecidos trataban de ganar en
velocidad el tiempo que habían perdido en aquel enorme tapón de
tránsito que duró toda la tarde. Unos peatones más compasivos
que otros, se detuvieron al lado de una indígena descalza, con
su niñito desnudo que jugaba entre las ventas de los buhoneros
y la cloaca. Le dieron algunas monedas.
Menos mal que el analfabetismo no es tan visible como la
suciedad y la indigencia, así se puede declarar extinto sin
miedo a brotes violentos de burralidad.