A una semana de las
elecciones, prácticamente todo sigue igual en cuanto a la
campaña electoral de los candidatos a la Asamblea Nacional de
Venezuela. Los políticos se repiten, sean de la oposición o del
gobierno en los medios de comunicación, exclamando que hay que
salir a votar.
Hacen desesperados
llamados a que uno no se abstenga. El mismo mensaje de las
municipales: que hay que cambiar el país, que estas
elecciones son definitivas para la democracia venezolana, que
si no se va a votar cambiarán la Constitución y Chávez va a
estar hasta el 2036, que el país no se acaba el 4 de diciembre,
prometen construir una nueva mayoría y un nuevo liderazgo.
Tal vez los
esfuerzos más grandes han sido los de las esposas de los presos
políticos. Se presentan todos los días en la TV con la
desesperación en la cara, llamando a sacar a sus esposos de la
cárcel votando por ellos.
El ciudadano
común, mientras tanto, se da cuenta de que a los candidatos,
libres o presos, no los escogió él, sino los dedos
maravillosos de las direcciones partidistas, tras una pelea a
cuchillo dentro de AD, Copei, MVR, Primero Justicia, etc. etc.
Ante esta lista de gente, casi todos desconocidos, que otros
escogieron, se nos dice que es imperativo seleccionarlos y que
nuestra existencia ciudadana depende de nuestra participación en
las elecciones del domingo 4 de diciembre.
Entonces, algunos
de los votantes, comenzamos a examinar los nombres. No son
ningunas estrellas, ni los viejos, ni los nuevos. Casi nadie
tiene experiencia administrativa ni legislativa. Los que están
presos, hay que sacarlos para que no sigan presos, pero ninguno
nos dice nada más. Son muy buenos policías, muy buenos
perseguidos y muy buenos periodistas. Punto. No hay programas de
gobierno por ninguna parte. La razón por la cual pasa eso, es
que es porque todos ellos saben, que aún si la oposición alcanza
una cuota ínfima de cargos en la Asamblea Nacional, tras el
cúmulo de ventajismo oficial, no van a poder hacer nada, así que
para que gastar papel y tinta. A los más avispados no se les
ocurre sino hacer promesas grandilocuentes, algo así como
salvarnos la vida democrática, cuando lo que está en juego es
que si ganan asistan a su trabajo , saquen cuentas, vigilen al
gobierno y denuncien lo que hay que denunciar, en sus
respectivas esferas de competencia, en vez de estarse
desapareciendo en las votaciones importantes, dejando pasar
todas las buenas oportunidades para abrir la boca y decir algo
inteligente, con honrosas excepciones, cada vez que hay sesión.
Eso es lo que ha hecho la inmensa mayoría de los parlamentarios
todo el tiempo, cuando no desaparecerse definitivamente.
Los partidos
constituidos y algunas ONG, como Asamblea de Educación, están
tan convencidos de que van a un proceso recogemigajas, que
convalidan estas elecciones a cambio de nada. Ni siquiera
representan la obra consabida, de ir “ hasta las últimas
consecuencias” o exigir “sin condiciones” que se cuenten todas
las papeletas contra los resultados de las máquinas, o para que
los informes de la auditoría de los organismos internacionales
se proporcionen inmediatamente y no dentro de un par de
meses, cuando los reclamos no cuenten para nada. Ni una
manifestacioncita frente al CNE, nada de protestar ni en voz
alta ni en voz baja. No, salieron prácticamente abrazados con el
presidente del organismo, sin mayores protestas, aunque el CNE
ni medio movió el cuadrito tramposo que le asignaron mantener.
La oposición
evidentemente tiene un slogan: “pégame, pero no me mates”. Es
decir, que los apaleen con tal que les permitan supervivencia
política, sus principales líderes obtengan un cargo de la
Asamblea Nacional y puedan seguir oponiéndose
parlamentariamente.
Pero ese, mis
amigos, es un problema de los partidos y sus líderes. Sin
garantías sobre que va a pasar con el voto, la única razón para
ir a las urnas es darle a los aspirantes a parlamentarios de
hoy, un piso mas cómodo para sentarse en sus curules y a menos
de diez candidatos en todo el país, la posibilidad de salir del
trance de un proceso penal o de la cárcel. Que no es mi caso. El
presente proceso no proporciona ninguna pista sobre las
manipulaciones posibles en el voto de millones de venezolanos,
mas que declaraciones altamente sospechosas de indignidad
política, sin ninguna esperanza sobre la calidad de los electos,
porque no hay como saber en este sistema por quién vota uno. Los
partidos tienen listas cerradas, donde no es posible desmarcarse
de lo que las direcciones partidistas escogieron.
Así las cosas,
existe un chavismo que sabe que va a ganar, pero que no tiene
posibilidad de participación. Nunca importó que esos militantes
escogieran a alguien, porque el gran elector es el presidente y
sus adláteres. Si no que lo digan los Tupamaros, a quiénes les
hicieron trampa hasta cansarse en las municipales sus mismos
jefes políticos. Así que ¿para que van ellos a las urnas?
Y hay unos
antichavistas, a quiénes se puede llamar ni ni, opositores o no
saben ni le importa, quienes se dieron cuenta que en este juego
político, no es el de ellos. No hay candidatos que logren reunir
mas de 25 personas en una esquina, ni mítines, ni
movilizaciones, ¿no se han dado cuenta? ¿Por qué a nadie le
importa realmente lo que pase el 4 de diciembre? Porque
verdaderamente no se juega nada en estas elecciones sino la
legitimación de uno de los escenarios políticos que menos
corta ni pincha en todo el país, la Asamblea Nacional, cuyos
integrantes sólo han hecho el papel de comparsa en estos siete
años y han dado toneladas de pena ajena, tanto de un lado como
de otro. Ese no es el escenario de las grandes decisiones y todo
el mundo lo sabe.
Así que peguen
gritos porque a menos de una semana de las elecciones el país
sigue tapizado de afiches con Chávez levantándole la mano a sus
escogidos, empiecen a hacer el paro de que van a protestar hasta
la muerte para contar las papeletas. Grítenle a uno que
estamos permitiendo que otros escojan por nosotros, y que el que
no vote el domingo cuatro, no quiere ni a su mamá.
Probablemente
recogerán como toda respuesta un gran bostezo.
lucgomnt@yahoo.es
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