Mi vecino no
pudo contenerse hoy. Me agarró en el ascensor y no aguantó la
tentación de meterse conmigo. Porque la idea - ya me di cuenta
al ver como reaccionó ante mi respuesta - es molestarme. No le
interesa de verdad si yo sé o no cuanto se gasta este gobierno
en los pobres, ni porque mis amigos me invitan a veces a
programas de TV, ni porqué no soy chavista. Lo que le ocurre es
que le revuelvo el estómago y cuando no corre el riesgo de
quedar en ridículo ante el público del ascensor, se afina.
Esta vez, íbamos solos. Nos saludamos. Me
dijo “licenciada” (que raro, en vez de “señora puajjj!”, que es
como siempre me dice). Cuando voy llegando a mi piso, me suelta
aquello de: ¿ En Venezuela hay o no hay libertad de expresión?
Porque al Presidente lo insultan todos los días. Al colocar el
pie fuera del ascensor no pude contenerme, y le contesté con
otro lugar común: “Sí y ponen presos a periodistas todos los
días”.
Logró su objetivo. Me molestó. Lo vi en su
sonrisa satisfecha poco antes que la puerta del ascensor
cerrara.
No se trata de una discusión retórica. Es
verdad que todos los días, en la prensa venezolana y por
Internet, se publican ataques a Chávez. También que el insulto
puro y simple y la ridiculización eran mas comunes hace dos
años, antes del paro y la aprobación de la Ley Mordaza, pero aún
son bastante numerosos.
En respuesta, los periodistas han pasado de
ser redactores de noticias, entrevistadores o anclas de
televisión, a protagonistas, ocupando primeras páginas y
cabezales de las secciones de tribunales y sucesos. Además, la
cosa arrecia.
Algunos aún son recordados por su muerte o
los golpes que recibieron. Por ejemplo, acabo de recibir un
correo de un grupo que no quiere que se olvide el revulsivo
2002, donde volví a ver al fotógrafo Jorge Tortoza, muerto el
11 de abril, como también a los periodistas golpeados en la
escaramuza de Chuao.
Otros son noticia porque les
allanan el periódico (caso La Razón) y tragan grueso ante las
cámaras de televisión, como Alejandra Hurtado de López Ulacio
hizo, al ver como policías de la División de capturas del CICPC
esculcaban la redacción del semanario que dirige, en una típica
acción intimidatoria para obligarla a entregar las señas de uno
de sus columnistas. (1)
Walter Martínez, al otro lado del espectro
político, también estuvo presidiendo los noticieros de la
televisión, al denunciar corrupción en el gobierno. Cuando lo
sacaron del aire, provocó manifestaciones y se llevó en los
cachos noticiosos a Mario Silva García, conductor de la Hojilla
en el mismo Canal ocho, quién al defender a Martínez recibió
también su coscorronazo presidencial. Por cierto, otra noticia
judicial fue la demanda de la periodista Ibeyise Pacheco contra
Silva, porque la acusó en su columna de tener vinculaciones
delictivas.
Después que Martínez dispuso de las cámaras
durante una semana, hasta que el Presidente se lo sacudió en un
Aló con su gentileza característica, le dio paso en los
titulares a otro compañero de lucha, Miguel Salazar, director de
Las Verdades de Miguel, quién coincidió con Walter en la
necesidad de hablar personalmente con Chávez para solucionar su
caso. El promedio de soluciones en las entrevistas con Chávez
no le da chance de salir bien de su situación. 99 % de los
chavistas que intentan hablar con el Presidente, creyendo
todavía que son sus amigos personales, reportan llamadas que no
les atienden, entrevistas que nunca se producen o respuestas por
Gaceta Oficial o por el Aló, generalmente destempladas, en el
mejor de los casos.
La directora de El Nuevo País, Patricia Poleo,
ha sido noticia por enésima vez la semana pasada, al exigirle al
Fiscal General que defina si es acusada o no en el caso Anderson.
Aunque la Fiscalía lo negó, también el rumor y la amenaza en su
caso se han vuelto cotidianos.
La columnista y candidata a diputada, Ibeyise
Pacheco, dio una rueda de prensa, porque uno de sus
acusadores, el coronel Bellorín, no quiere que la elijan y
trata que su querella por difamación, se convierta en el
mecanismo inhibidor del derecho que le asiste a ella, de
defenderse de la veintena de procesos que se le
siguen, agarrándose de la inmunidad parlamentaria.
Así que Walter perdió su programa Dossier.
Miguel está obligado a comparecer ante un juez y el titular de
su periódico este viernes describe como se siente : "Censurado,
prohibido denunciar”. Los López Ulacio, uno exiliado y la otra
allanada, siguen siendo blanco de las amenazas de los ministros
del régimen. Poleo y Pacheco enfrentan condenas en alguno de los
juicios que les sigan, una vez que se le quite al gobierno la
idea de lo peligroso que puede ser encerrarlas, como se les
quitó la que tenían antes de comenzar a encerrar a militares y
policías.
El mandatario insultado e incomprendido,
viaja mientras tanto expresando la rabia que le produce el
gremio periodístico, en ruedas de prensa donde sigue el patrón
que tenía en Caracas antes de dejar de hablar con la prensa
nacional del sector privado. Primero se hace el simpático,
luego, pregunta de dónde es la persona, y quién lo emplea.
Seguidamente, descalifica al periodista y a la pregunta de una
vez, puesto que toda aquella interrogante que haga un empleado
de cualquier medio de comunicación que haya publicado algo que
no sean loas sobre el gobierno venezolano, es un títere de la
CIA, o de la oligarquía, un idiota que no entiende que ha sido
tocado por la gracia, al serle permitido dirigirle la palabra al
vicario de Bolívar en la tierra.
Si pasa como recientemente en París, pasados
los nervios iniciales, habiendo respondido si uno es colombiana
o no y de dónde, y si nuestro amo es El Tiempo, Newsweek o Le
Matin, hay que tragarse el condescendiente comentario acerca de
cómo los medios y los periodistas nunca saben ni dicen la
verdad de lo que pasa en Venezuela. Finaliza el periodista
constatando, al probar sólo un gramo de lo que pasa en la
relación entre el gobierno y los comunicadores venezolanos, como
es que en Venezuela hemos llegado a satanizarnos unos a otros, a
maltratarnos tanto.
Y eso que hasta este momento he hablado de
este tema como que si los insultos y las descalificaciones hacia
Chávez valieran lo mismo que la prisión, los allanamientos, los
golpes, los repetidos procesos y demandas y los atentados (remember
Marta Colomina). Pero no son iguales. Un insulto y un asesinato
no valen lo mismo. Perder el trabajo no es la consecuencia
lógica de hacer una denuncia de corrupción que cae mal.
Convertirse en dirigente de oposición, por más extrema que sea,
no es delito que justifique repetidas demandas y amenazas. La
incomodidad de un mandatario no da derecho a alentar la
animadversión de un sector de fanáticos políticos contra un
gremio.
Notas
1) “ Por orden del juez 19 de Control,
Gúmer Quintana Gómez, funcionarios de la División contra la
Delincuencia Organizada del Cuerpo de Investigaciones
Científicas, Penales y Criminalísticas allanaron la sede del
semanario La Razón, en Candelaria. Según la orden N° 016-05,
fechada el 28 de septiembre de 2005, el objetivo del
allanamiento era lograr la plena identificación de Luis Felipe
Colina, quien suscribe la columna Carrusel Político y
específicamente la publicada en la edición del 10 al 17 de
octubre de 2004” . “CICPC allanó sede de La Razón en busca
de Luis Felipe Colina”. Edgar López. EL UNIVERSAL.04/10/2005
lucgomnt@yahoo.es
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