Cada
religión tiene sus sacerdotes y sus fieles, sus oraciones y
obligaciones, definiciones muy precisas entre adoradores,
infieles y catequizables. Premisas que en Venezuela se adaptan
al culto del nuevo semidios, el Presidente Chávez.
“El proceso” es la única religión, él es el
único dios verdadero y sus mártires aquellos que murieron a
causa de la represión antiizquierda de los años sesenta y
setenta, sobre todo si su caso fue denunciado por uno de los
sacerdotes del nuevo clero, José Vicente Rangel, como es el caso
del padre del presidente del CNE, del mismo nombre, Jorge
Rodríguez. Otra forma de pertenecer al santoral es haber sido de
los fundadores del chavismo y haber muerto sin alcanzar la
tierra prometida, como por ejemplo le pasó al hermano de Luis
Felipe Acosta Carlez, gobernador de Carabobo.
En este culto, bien extremista, el mundo se
divide en dos clases de personas, quienes están dentro y quienes
están fuera del proceso. Los que están fuera, si quieren entrar,
deben someterse a un proceso de purificación y dar pruebas de
fe. Al igual que los antiguos conversos judíos en la España
antigua y católica, los nuevos fieles se tratan con desprecio y
son sospechosos siempre para los auténticos y puros, quedando
a disposición del juicio inquisidor de los más radicales. Como
en este credo nunca se es suficientemente fanático, los
conversos siempre peligran.
Si no hay nuevos conversos a mano, los que
quieran hacer méritos tienen la posibilidad de iniciar una caza
de brujas, que se puede inventar con cualquier pretexto,
preferiblemente la existencia de cualquier movimiento de
oposición, fuerte o débil, reciente o antiguo, supuesto o real.
En Venezuela se han producido varias razzias en los últimos
siete años, con el objetivo de depurar de escuálidos, las
instituciones del gobierno, los negocios del gobierno y los
alrededores de las oficinas del gobierno. Se produjeron
persecuciones contra empleados públicos de distinto tipo, por
ejemplo los petroleros o los maestros. Contra empleados del
sector privado, como los periodistas, contra ministros de culto
de otras religiones, como contra los sacerdotes católicos,
contra quienes firmen en contra del régimen o contra quiénes no
respondan a convocatorias oficiales.
Otra característica religiosa es la
deificación del jefe máximo, que puede equivocarse, molestarse,
abusar de los dineros y de la paciencia de los demás o reconocer
sus equivocaciones mayúsculas, inmutable, sin verse obligado a
considerar su renuncia o su desplazamiento del cargo.
Se trata así de borrar los tiempos en los
cuales se luchó en el mundo por el reconocimiento de las
libertades colectivas o individuales, se desconoció la
existencia de atributos divinos en los seres humanos y se dio
por sentado la rotación de los gobernantes en sus cargo, su
sometimiento al juicio de sus pares, los demás ciudadanos y el
establecimiento de responsabilidades individuales por sus actos
ante la ley. La eternidad en el manejo del gobierno se dejó sólo
para las teocracias y las monarquías se volvieron
constitucionales en el mundo occidental. Los venezolanos, a
partir de 1810, libramos diversas guerras, militares y
sociales, para establecer legalmente una cualidad o un
defecto, no sé muy bien que es, que nos distingue como pueblo:
el igualitarismo. El pueblo llano de Venezuela es opuesto,
hostil y burlón con las reverencias que en otro tiempo se
creyeron obligatorias a los nobles de cuna, a los príncipes del
clero católico o a los jerarcas de los gobiernos. Igual le
repugnan hoy como ayer las nuevas castas, los nuevos ricos, los
nuevos dioses, imposibles de criticar, siempre amados, nunca desobedecidos. No es la primera vez que se trata de imponer la
deificación de algún venezolano en nuestra historia. Esa
vocación loca por el endiosamiento lo hemos visto otras veces
(1)
y ha causado la misma repugnancia. Al Ilustre Americano, el
general Antonio Guzmán Blanco o al Cabito, el general Cipriano
Castro, se les recuerda mas por sus extravagancias que por sus
méritos, que algunos tuvieron.
Lo que ocurre al final con estos cultos
fanáticos de la política es conocido. Los fieles se desmarcan de
sus iglesias, enfriando primero su corazón, como en toda pasión.
El primer signo de hostilidad y desilusión no es el odio, sino
la indiferencia. El clero que no llena sus iglesias vive
aterrado con la idea de la desaparición. Esa indiferencia que
aisló las urnas de votación en Venezuela el 4 de diciembre,
inunda nuestros los espacios públicos acompañada de sorna e
irreverencia, mientras los acólitos se esfuerzan en comprar mas
incienso, apresurándose a envolverse en humo para darle la
espalda a la realidad, el comienzo de su irrelevancia.
Notas:
1) En 1879, cada vez que se nombraba al
general Antonio Guzmán Blanco, había que darle todos sus
títulos, que no eran precisamente el de ciudadano y usted.
Aquí va una cita de un documento público que da una idea de lo
que ocurre cuando un país cambia unos títulos de nobleza por
otros:
“El congreso de plenipotenciarios de los
Estados Unidos de Venezuela, visto el contrato celebrado en 11
de marzo de 1879 por el Ilustre Americano, Pacificador,
Regenerador y Supremo Director de la Reivindicación
Nacional...” Indice general alfabético de la recopilación de
leyes y decretos de Venezuela del doctor GT Villegas Pulido.
Tipografía Casa de Especialidades. Caracas 1939.
lucgomnt@yahoo.es
|