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Divinización vs. Igualitarismo
Una disyuntiva venezolana 
por Lucy Gómez
sábado, 17 diciembre 2005

 

Cada religión tiene sus sacerdotes y sus fieles, sus oraciones y obligaciones, definiciones muy precisas entre adoradores, infieles y catequizables. Premisas que en Venezuela se adaptan al culto del nuevo semidios, el Presidente Chávez. 

“El proceso” es la única religión, él es el único dios verdadero y sus mártires aquellos que murieron a causa de la represión antiizquierda de los años sesenta y setenta, sobre todo si su caso fue denunciado por uno de los sacerdotes del nuevo clero, José Vicente Rangel, como es el caso del padre del presidente del CNE, del mismo nombre, Jorge Rodríguez. Otra forma de pertenecer al santoral es haber sido de los fundadores del chavismo y haber muerto sin alcanzar la tierra prometida, como por ejemplo le pasó al hermano de Luis Felipe Acosta Carlez, gobernador de Carabobo. 

En este culto, bien extremista, el mundo se divide en dos clases de personas, quienes están dentro y quienes están fuera del proceso. Los que están fuera, si quieren entrar, deben someterse a un proceso de purificación y dar pruebas de fe. Al igual que los antiguos conversos judíos en la España antigua y católica, los nuevos fieles se tratan con desprecio y son sospechosos siempre para los auténticos y puros, quedando a disposición del juicio inquisidor de los más radicales. Como en este credo nunca se es suficientemente fanático, los conversos siempre peligran. 

Si no hay nuevos conversos a mano, los que quieran hacer méritos tienen la posibilidad de iniciar una caza de brujas, que se puede inventar con cualquier pretexto, preferiblemente la existencia de cualquier movimiento de oposición, fuerte o débil, reciente o antiguo, supuesto o real. En Venezuela se han producido varias razzias en los últimos siete años, con el objetivo de depurar de escuálidos, las instituciones del gobierno, los negocios del gobierno y los alrededores de las oficinas del gobierno. Se produjeron persecuciones contra empleados públicos de distinto tipo, por ejemplo los petroleros o los maestros. Contra empleados del sector privado, como los periodistas, contra ministros de culto de otras religiones, como contra los sacerdotes católicos, contra quienes firmen en contra del régimen o contra quiénes no respondan a convocatorias oficiales.  

Otra característica religiosa es la deificación del jefe máximo, que puede equivocarse, molestarse, abusar de los dineros y de la paciencia de los demás o reconocer sus equivocaciones mayúsculas, inmutable, sin verse obligado a considerar su renuncia o su desplazamiento del cargo. 

Se trata así de borrar los tiempos en los cuales se luchó en el mundo por el reconocimiento de las libertades colectivas o individuales, se desconoció la existencia de atributos divinos en los seres humanos y se dio por sentado la rotación de los gobernantes en sus cargo, su sometimiento al juicio de sus pares, los demás ciudadanos y el establecimiento de responsabilidades individuales por sus actos ante la ley. La eternidad en el manejo del gobierno se dejó sólo para las teocracias y las monarquías se volvieron constitucionales en el mundo occidental. Los venezolanos, a partir de 1810, libramos diversas guerras, militares y sociales,   para establecer legalmente una cualidad o un defecto, no sé muy bien que es, que nos distingue como pueblo: el igualitarismo. El pueblo llano de Venezuela es opuesto, hostil y burlón con las reverencias que en otro tiempo se creyeron obligatorias a los nobles de cuna, a los príncipes del clero católico o a los jerarcas de los gobiernos. Igual le repugnan hoy como ayer las nuevas castas, los nuevos ricos, los nuevos dioses, imposibles de criticar, siempre amados, nunca desobedecidos. No es la primera vez que se trata de imponer la deificación de algún venezolano en nuestra historia. Esa vocación loca por el endiosamiento lo hemos visto otras veces (1) y ha causado la misma repugnancia. Al Ilustre Americano, el general Antonio Guzmán Blanco o al Cabito, el general Cipriano Castro, se les recuerda mas por sus extravagancias que por sus méritos, que algunos tuvieron. 

Lo que ocurre al final con estos cultos fanáticos de la política es conocido. Los fieles se desmarcan de sus iglesias, enfriando primero su corazón, como en toda pasión. El primer signo de hostilidad y desilusión no es el odio, sino la indiferencia. El clero que no llena sus iglesias vive aterrado con la idea de la desaparición. Esa indiferencia que aisló las urnas de votación en Venezuela el 4 de diciembre, inunda nuestros los espacios públicos acompañada de sorna e irreverencia, mientras los acólitos se esfuerzan en comprar mas incienso, apresurándose a envolverse en humo para darle la espalda a la realidad, el comienzo de su irrelevancia. 

 

Notas: 

1) En 1879, cada vez que se nombraba al general Antonio Guzmán Blanco, había que darle todos sus títulos, que no eran precisamente el de ciudadano y usted. Aquí va una cita de un documento público que da una idea de lo que ocurre cuando un país cambia unos títulos de nobleza por otros:   

“El congreso  de plenipotenciarios de los Estados Unidos de Venezuela, visto el contrato celebrado en 11 de marzo de 1879 por  el Ilustre Americano, Pacificador, Regenerador y Supremo Director de la Reivindicación Nacional...” Indice general alfabético de la recopilación de leyes y decretos de Venezuela del doctor GT Villegas Pulido. Tipografía Casa de Especialidades. Caracas 1939.

lucgomnt@yahoo.es    

 
 
 
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