La
masacre a manos de miembros de los cuerpos de seguridad del
estado ocurrida la noche del pasado lunes 27 de junio en Barrio
Kennedy, que dejó como saldo tres estudiantes muertos y otras
tres estudiantes gravemente heridas, nos recuerda de manera
cruel ejecuciones por el estilo ocurridas en el pasado reciente;
al tiempo que confirma el recrudecimiento de los riesgos y el
desamparo que desde hace ya un buen tiempo vienen acompañando a
todo el que circula por cualquiera de las calles y avenidas
venezolanas.
Las
víctimas de ésta nueva ejecución policial, fueron 6 estudiantes
universitarios, quienes a falta de un buen y seguro transporte
colectivo, algo que los venezolanos parecieran estar condenados
a nunca conocer, atravesaron la ciudad para llevar hasta sus
respectivos hogares a sus compañeras de estudios; iban a bordo
de un vehículo compacto, el cual en su recorrido tuvo la
desgracia de toparse con una mortal alcabala.
Entre los absurdos de la peligrosa cotidianidad del venezolano,
alcabala no necesariamente rima con servicio público, ni mucho
menos con la palabra seguridad. Si además de ello, en el
inevitable y nocturno encuentro te esperan 25 tipos armados,
evidentemente mal identificados, con el rostro cubierto y los
dedos en los gatillos; pues habría que, como conductor tener
mucha sangre fría para no caer preso del pánico. Como las
desgracias nunca llegan solas, sin duda que un mas que
justificado pavor fue lo que llevó al joven conductor a tener el
mortal reflejo de acelerar al llegar al alcabala.

Pero el pánico de un ciudadano no puede ser la sola explicación
para unas muertes tan atroces. La DIM, el CIPC y PoliCaracas,
evidentemente no están en capacidad de garantizar la seguridad
ciudadana, y en razón de sus frecuentes excesos se han
convertido en una amenaza para la dignidad humana. A nivel
nacional, las estadísticas nos prueban que el grueso de los
venezolanos vive bajo un terror permanente no solo ante el acoso
de la delincuencia común, sino por los excesos policiales, los
cuales ya no se limitan a la eterna matraca.
El
gravísimo tema de las ejecuciones policiales, deriva en la
temible constatación de que sean organismos de seguridad del
Estado los que se hayan enraizado como los principales
violadores de los derechos humanos en Venezuela, algo sumamente
grave y que bajo ningún pretexto debe diluirse en medio de la
contienda política que tiene hoy a Venezuela completamente
polarizada.
Lamentablemente pareciera que es solo cuando ocurren tragedias
como la que le quitó la vida a estos muchachos de la Santa
María, que se piensa en la importancia tanto de unas
instituciones democráticas capaces de investigar, enjuiciar y
castigar a los culpables, así sean estos miembros de las fuerzas
de seguridad del Estado; como también la necesidad imperiosa que
la Sociedad Civil se haga representar por unas fuertes, activas
y comprometidas ONG y de igual forma haría falta que la opinión
pública ponga todos sus proyectores sobre hechos como la masacre
de Barrio Kennedy, para que no solamente se haga justicia, sino
para en algo obligar al régimen a tomar las medidas necesarias a
los fines que los cuerpos policiales vuelvan a ser servidores
públicos garantes de la seguridad de todos los venezolanos.
Mientras llega ese día, vemos con asombro las excesivas medidas
de seguridad con QUE se protege al presidente Chávez mientras el
resto de los venezolanos está asimétricamente desprotegido.
Las
espantosas ejecuciones de Leonardo, Eric y Edgar, han venido a
recordarnos que bajo éste régimen farsante no tienen mucha vida
ni las leyes ni los estudiantes.
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