El
hecho que en una auditoría celebrada el pasado 23 de noviembre,
a través de la cual técnicos de Primero Justicia comprobaron
ante los observadores internacionales que la secuencia de los
votos se conservan en las máquinas y en sus respectivas memorias
removibles, obliga a los observadores tanto de la OEA, como de
la UE, a tomarse en serio su presencia en el país.
Sin embargo, en los días previos al 23 de
noviembre, para el jefe de la Misión de Observación Electoral de
la OEA, la situación no era tan grave, y el hecho que el CNE
hubiera decidido no utilizar, de forma masiva, los cuadernos
electrónicos de votación y acordara auditar el 45% de las mesas,
eran motivos suficientes, a los ojos del observador, para que
los ciudadanos participaran en las venideras elecciones.
Declaraciones por el estilo, reflejan de manera
nítida la superficialidad de la labor que realizan estos grupos
de observadores, los cuales faltando menos de un mes para las
elecciones no se encontraban aún en territorio venezolano.
Un observador serio y responsable, hubiera
llegado al país con la anticipación necesaria para constatar,
entre otras irregularidades, el uso indiscriminado y ventajoso
de recursos públicos en la campaña electoral de los candidatos
del oficialismo, los cuales disponen de 4 canales de TV y de mas
de 200 emisoras de radio, todos propiedad del Estado venezolano.
Igualmente si los observadores internacionales no
quieren ser catalogados de turistas electorales, debieron
haberse pronunciado respecto a: las llamadas morochas, a la
falta de publicación del registro electoral completo, a la
ausencia de conteo manual de todas las boletas, a la lista
Tascón y a la lista Maisanta. Pero lamentablemente, unos
observadores y en particular la OEA cuya pusilánime actitud
comienza a ser habitual para los venezolanos, no pueden, ni
deben, conformarse con resaltar las imperceptibles concesiones
hechas por el CNE, cuando lo que aspiran todos los venezolanos,
sin distingo alguno, es que el CNE entre en la legalidad
absoluta.
Así las cosas, a pesar de la ceguera, el descuido
y consecuente incompetencia de los observadores internacionales,
estos tienen la suerte de actuar en un país donde la oposición
se expresa y expone sus reclamos de manera respetuosa.
Pero imaginemos por tan solo un instante, que la
situación fuera a la inversa y que el jefe de la oposición
venezolana fuera Hugo Chávez y su ya habitual verbo pirotécnico
e insultante; de ser así, seguramente que desde la primera
ocasión en que hubiera quedado en evidencia la complaciente
actitud que los observadores internacionales han venido
ejerciendo ante el régimen, Chávez, sin titubear los habría
tratado de cachorros del totalitarismo.
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