El
60 aniversario de la ONU, junto a sus 191 naciones adherentes;
en teoría le otorgan a la institución, la madurez suficiente y
la representatividad global necesaria para emprender una
profunda reforma tanto de sus estatutos, como de sus funciones.
Sin embargo, el contexto geopolítico no favorece dicha
evolución, a decir de una Europa dividida, de la situación en
Irak y de la implicación del secretario general Kofi Annan en
el escándalo del programa iraquí de Petróleo por alimentos.
Son muchos los que consideran que la ONU padece
la misma enfermedad que aqueja a la Unión Europea. Ambas
organizaciones están bien instaladas en el paisaje
internacional, pero hoy no hacen soñar a nadie. Atrás parecen
haber quedado las esperanzas de paz que encarnaban las Naciones
Unidas. Hoy convertida en una suerte de elefante blanco,
prisionera de una organización interna compleja, que solo
produce bloqueos y genera fracasos, en fin los mismos síntomas
que aquejan a la Unión Europea.
Tres pruebas, tres fracasos; los Balcanes, Rwanda
e Irak. Guerras y genocidios, por una parte y por otra la lucha
contra pobreza y la salud, representan en su conjunto un balance
nada positivo, propio de una organización impotente. Sin
embargo, ante éste cuadro tan precario, la reciente Asamblea
General sirvió al menos para reafirmar objetivos, en particular
en materia de ayuda para el desarrollo. Falta aliento y
voluntad, en una organización cuyos medios en la actualidad se
equiparan a los que posee cualquiera de las grandes
universidades norteamericanas. Triste realidad, que opaca los
éxitos históricos obtenidos por la ONU durante los tiempos de la
descolonización, de la lucha contra el apartheid así como la
creación de los Tribunales Penales Internacionales.
La existencia y sentido de la ONU está ligada a
la voluntad de los Estados a luchar por un mundo mejor.
Charlatanes habituales como Hugo Chávez, entre otros, saben muy
bien que los Estados Unidos, no son los únicos responsables de
la impotencia de la ONU. Egoísmos, cálculos minúsculos y
políticas de baja categoría, abundan dentro de la Organización.
Si se trata de ampliar el Consejo de Seguridad,
Rusia y los Estados Unidos temen perder su poder, China no
quiere ver a Japón dentro del Consejo y otras potencias medianas
mostraron su decepción al no ser incluidas en la lista de
nominados. Francia por su parte, propuso la creación de un
impuesto sobre los pasajes aéreos y el dinero recogido sería
destinado a la lucha contra el SIDA, en fin una fórmula que le
permite a París ocultar el hecho que Francia solo le consagra
0.44% de su PNB al desarrollo, cuando el objetivo para los
países industrializados es de 0.77%.
Así las cosas, después que cayera el muro de
Berlín, guerras civiles, genocidio y terrorismo reemplazaron los
conflictos entre Estados propios de otros tiempos. El terrorismo
se ha impuesto como la principal amenaza, seguido de cerca por
la proliferación de armas nucleares, químicas y bacteriológicas.
Pero también ocupan un gran espacio las grandes epidemias
declaradas como el SIDA, o las potenciales, como la gripe
aviaria.
Ante la evidencia inocultable de que el mundo ha
entrado en una nueva lógica, cabe preguntarse si la sexagenaria
Organización internacional está en capacidad tanto de darle
respuesta a las nuevas amenazas, como de buscar las condiciones
necesarias para una paz durable que se adapte a las nuevas
reglas del juego internacional.
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