Mucho
interés ha despertado en todo el mundo el reciente estreno de
Kinsey, una biografía fílmica del doctor Alfred Kinsey,
quien fuera uno de los precursores de la sexología en la
inmediata posguerra, y que todavía es admirado por la comunidad
científica por atreverse a tratar -con franqueza y rigor
metodológico- un tema entonces tabú como las relaciones
sexuales, relegadas a bromas de salón y conversaciones picantes
en baños, pero sobre cuyos aspectos prácticos no se hablaba ni
en los medios masivos ni en el ámbito académico, y todavía menos
en familia o en visitas médicas.
Una medida del interés en temas sexuales en Norteamérica es el
éxito de público que ha tenido la película durante su etapa de
estreno, no sólo por su calidad fílmica sino por haber sido
considerada por la crítica entre las mejores cintas realizadas
el año pasado, que compite fuertemente en las premiaciones de
academias, gremios y festivales cinematográficos programados a
principios de cada año. Obviamente, la honrosa calificación se
debe a que tuvo una producción meticulosa, la dirección de
profesional serio como Bill Condon (de paso, un apellido
muy apropiado para esta cinta) y la interpretación de un
talentoso actor irlandés como Liam Neeson, recordado por
aquella obra maestra de Steven Spielberg, La lista de
Schindler.
Dos libros impactantes
La
cinta relata la lucha del científico contra el puritanismo
social y el formalismo del medio universitario, a mediados del
siglo XX, antes de que lograra convertirse en un respetado
experto en materia de sexología, gracias a dos libros que
publicó y que le granjearon un sitio de honor como pionero de
ese todavía inexplorado campo. Los dos textos, titulados
Comportamiento sexual de el hombre(1948), y luego
Comportamiento sexual de la mujer (1954), aunque llenos de
terminología médica, se convirtieron en best-sellers y marcaron
todo un precedente en el campo de la psicología conductual y las
relaciones humanas, revelando facetas desconocidas dentro de la
variedad de actividades íntimas de las parejas, hasta entonces
poco tratadas por la literatura académica seria, quizás excepto
por los libros casi clandestinos del psicólogo Havelock Ellis
unas décadas antes. En los años 50 todavía el tema sexual no se
incluía en los programas de estudios superiores y tampoco
existían terapeutas sexuales dentro de la profesión médica,
además de hablarse todavía en voz baja de métodos
anticonceptivos y técnica sexual. Algo que quizás hoy luce
extraño en retrospectiva, tratándose de una faceta tan
importante para el bienestar físico y mental del individuo, sin
contar sus vitales efectos en el área reproductiva.
Antes de graduarse como zoólogo en Harvard, Kinsey tuvo en su
juventud una educación al estilo victoriano, regida por normas
religiosas impuestas por su estricto progenitor (John
Lightgow, en el filme), un predicador dominguero, hasta tal
punto que el joven Kinsey estuvo casi totalmente a oscuras sobre
cuestiones sexuales antes de terminar sus estudios. Una
estudiante y librepensadora de quien se enamoró en la
Universidad de Indiana, (Laura Linney en la cinta) le
abrió los ojos y se convirtió luego en su esposa, emprendiendo
juntos la difícil tarea de diseñar un cuestionario que allanaba
temores y evitaba la vergüenza y la culpa, para acometer así una
original encuesta destinada a averiguar el comportamiento sexual
del norteamericano promedio en forma franca y realista.
Utilizando su novedosa metodología, y después de unas diez mil
entrevistas entre hombres y mujeres, Kinsey y sus asociados
revelaron aspectos sorprendentes de la conducta sexual de la
pareja. Así, sus libros le granjearon un merecido prestigio en
las décadas siguientes, convirtiéndose en el punto de partida de
estudios posteriores como los de la famosa pareja Masters y
Johnson, quienes fueron más allá y abordaron los aspectos
fisiológicos de los actos sexuales, aunque fueron igualmente
hostigados por elementos puritanos de la sociedad.
Pionero de programas sobre
sexualidad
Es
natural que los dos libros -conocidos luego como El informe
Kinsey- causaran furor por doquier en esos tiempos, creando
variados problemas de empleo y financiamiento a los
investigadores en el ámbito académico, siendo criticados en
círculos conservadores por considerarse “un ataque a los valores
tradicionales de la familia norteamericana”, e incluso fueron
prohibidos en algunos estados y países, además de censurados por
grupos religiosos. Pero gradualmente El informe Kinsey
fue aceptado por el mundo científico como un estudio serio y
riguroso, que eventualmente inspiró trabajos de otros
investigadores y marcó el preludio a la revolución sexual
iniciada en los años 60, continuada hasta nuestros tiempos
liberales. No es aventurado especular que algunos de los
programas de asesoría sexual que aparecen ahora en la televisión
por cable (como el popular Confidencias, del canal
Cosmopolitan) y otros menos atrevidos que se transmiten con
cierta prudencia en canales comerciales, se deben a que Kinsey y
la pareja Masters-Johnson allanaron ese difícil camino en
sociedades que a veces muestran una actitud temerosa en esta
materia.
Pero el temor no ha desaparecido, pues aún hoy día se oyen voces
críticas sobre la película Kinsey en medios religiosos y
conservadores, denunciándola como “una cinta atrevida y
vulgar que puede destruir la moral familiar y promover la
promiscuidad”, entre otros alegatos absurdos. En cambio,
observadores más objetivos creen el filme es un aporte valioso a
la popularización de la sexología, disciplina que puede
contribuir a atacar serios conflictos de pareja e incluso el
álgido problema de la sobrepoblación entre sectores humildes,
generalmente mal informados en técnicas sexuales responsables y
métodos anticonceptivos.
Abriendo fronteras en materia de sexualidad
La
experiencia de Kinsey y sus colaboradores animó a su grupo
social a intentar relaciones poco convencionales entre parejas,
tendencia seguida por institutos como los de Harrad
(mostradas en el filme El experimento Harrad) y otros que
exploran estilos alternativos de vida en pareja o en grupo. No
hay duda que el gran legado de Kinsey, desaparecido
prematuramente en 1956, fue la desmitificación de la
sexualidad como objeto de estudio académico y científico,
estimulando a que su obra fuera continuada en el respetado
Instituto que lleva su nombre en la Universidad de Indiana,
donde también se tratan problemas relacionados con la identidad
sexual y la fertilidad. Adicionalmente, gracias en parte a los
estudios pioneros de Kinsey, ahora cada universidad tiene cursos
sobre la sexualidad y existen clínicas de terapia sexual en
muchas ciudades del mundo, para ayudar a las parejas con
dificultades sexuales que amenazan la estabilidad de la unión.
Uno de los aportes de Kinsey fue una sencilla clasificación para
precisar la orientación sexual de una persona, que va desde cero
(estrictamente heterosexual) hasta 6 (exclusivamente
homosexual), un esquema también controversial en su época, al
igual que algunos de los resultados de sus encuestas, que
sorprendieron y escandalizaron a mucha gente en su época, tales
como estas estadísticas, entonces sorprendentes.
CONDUCTA SEXUAL % de: HOMBRES MUJERES
Práctica de masturbación solitaria 92 % 62 %
Uso de fantasías sexuales al masturbarse 89 % 64 %
Práctica de sexo oral a la pareja 49 % 45 %
Experiencia sexual pre-matrimonial 68 % 50 %
Primer orgasmo por masturbación 68 % 40 %
Alguna experiencia homosexual 46% 45%
Frecuencia semanal coito (edades): 2,8(20s); 2,2(30s-40s);
<1.0(50+)
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