Justicia de verdugos -
por Aníbal Romero
domingo,
16 octubre 2004
El
actual Presidente de la República encabezó en 1992 un golpe de
Estado contra un gobierno legal y legítimo. Esa acción violenta
dejó en su camino humildes venezolanos muertos y heridos, y
ninguna elaboración posterior podrá borrar de la historia su
naturaleza brutal, ni será capaz de erradicar el intento que se
hizo de asesinar al entonces Jefe de Estado, Carlos Andrés Pérez,
quien escapó con su vida por designios del azar.
A pesar de ello, Hugo Chávez recibió un castigo leve y fue
indultado.
El sistema democrático le permitió la participación política, y su
perseverancia, así como la miopía de muchos, le llevaron al poder
a
través de los mecanismos que él ahora se empeña en destruír, para
bloquear cualquier opción de poder diferente a la suya.
El proyecto político que Hugo Chávez dinamiza ha avanzado
ajustándose de forma paulatina a las nuevas condiciones del
entorno. De allí que el régimen privilegie la llamada "justicia
revolucionaria" para proseguir su marcha y consolidar sus logros.
No se trata de una dictadura establecida de una sola vez y
decisivamente, sino de un tipo de autoritarismo novedoso, en
particular en cuanto a sus tácticas, que cuida las formas para
asegurar la sustancia de sus metas.
El término "justicia revolucionaria" no es sino un eufemismo para
ocultar la realidad del capricho, la arbitrariedad, y el abuso de
poder
utilizados para liquidar la resistencia al proyecto hegemónico, y
alcanzar lo que todo revolucionario sueña: perdurar en el poder
para siempre. El esfuerzo sutil de reprimir, desmoralizar y
desmobilizar, se lleva a cabo hoy con innegable eficiencia sobre
la menguada oposición venezolana. Las condenas al General Usón, a
los disidentes en el estado Táchira, y las represalias que puedan
desatarse contra los centenares de venezolanos a quienes el
gobierno desea culpabilizar por los eventos del 11 al 13 de abril
de 2002, todo esto, repito, tiene una clara intención y se dirige
a doblegar de manera definitiva a la oposición.
Hugo Chávez jefaturó un golpe de Estado sangriento y hoy es
Presidente de Venezuela. El General Usón explicó en TV cómo
funciona un lanzallamas y se encuentra en la cárcel, condenado por
cinco años. Hugo Chávez conspiró activamente contra la democracia
y hoy se sienta en Miraflores, alardeando de sus supuestas
credenciales democráticas. Los disidentes del Táchira no
encuentran salida al cerco despiadado de sus perseguidores. Hugo
Chávez arremete a diario, en los términos más ofensivos y
denigrantes, contra el que se atreva a cuestionarle. Las
docenas de venezolanos y venezolanas que en abril de 2002
presuntamente suscribieron un decreto falaz y jurídicamente
inexistente, son sujetos de escarnio y citados a comparecer ante
una justicia que no pasa de ser la fachada de una implacable
voluntad de poder.
Ignoro si los que tienen en sus manos, por ahora, la capacidad de
ejercer esta distorsionada "justicia revolucionaria" han leído la
historia, pero les convendría hacerlo. Ello les enseñaría dos
cosas: que el poder es vulnerable y frágil en países como el
nuestro, países por esencia y tradición volátiles y levantiscos.
Aprenderían también que la falta de magnanimidad en los
gobernantes, el ensañamiento contra los adversarios, la venganza
movida por el resentimiento, y el estéril esfuerzo de cambiar el
pasado sólo conducen al fracaso, a que se reviertan las realidades
y los que hoy juzgan a sus anchas acaben por hallarse en el lugar
de los acusados.
Resulta evidente que los hombres y mujeres que hoy tienen el poder
en Venezuela conocen poco de la historia, de la nuestra y de otras
partes.
Parecen creer que no habrá mañana; que el espacio para el abuso y
la arbitrariedad de que hoy disfrutan estará allí para siempre;
que sus tropelías jamás serán sancionadas, y sus venganzas
admitidas sin respuesta. Pensar así constituye un grave error.
Mas hay en ello no sólo una patente carencia de perspectiva
histórica.
He llegado a la conclusión, luego de observar estos años la
conducta del Jefe de Estado y sus seguidores, que lo que abrigan
en sus espíritus es una corrosiva inseguridad acerca de su
legitimidad política. En otras palabras, en Hugo Chávez, los que
le siguen, y los personajes que instrumentalizan la vocación de
dominio del régimen, existe un vacío que nada ni nadie puede
colmar. Se sienten ilegítimos, a pesar de todas las elecciones que
hagan, de todos los respaldos internacionales, de todas las
muestras de control y capacidad de manipulación, de toda la
retórica
y el respaldo de una izquierda globalizada que rinde pleitesía a
la
"revolución bonita". Es un vacío terrible, que carcome los
corazones, y que ningún abuso, arbitrariedad o injusticia llenarán
jamás, pues se lleva en el alma y se nutre de una cruda verdad: el
régimen no se saciará de legitimidad porque no puede, pues su
justicia es de verdugos.
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