Inicio | Editor | Contáctenos 
 

 Webarticulistas

Manuel Malaver

 

Eli Bravo

 

Luis  DE LION

 

Roberto Palmitesta

 

Lucy Gómez

 

Alexis Márquez Rodríguez

 

Ted Córdova-Claure

 

Antonio Sánchez García

 

Aníbal Romero

 

Charles Cholaleesa

 

Agustín Blanco Muñoz

 

 

 

 

En el centenario del nacimiento de Arturo Uslar Pietri
La libertad como raíz 
por José Rafael Revenga  
mayo, 2006

 

Tres generaciones de venezolanos hemos vivido teniendo en mente la consigna sembrar el petróleo anunciada por Arturo Uslar Pietri en 1936. Durante el transcurso de las últimas siete décadas, su sugerente metáfora ha corrido una suerte desigual. Por una parte, gracias a su poder de evocación, ella ha penetrado nuestra atmósfera colectiva de manera tal que se ha vuelto una imagen común, una referencia obligada pero no obligante. Por la otra, de tanto manosearla, ha visto desgastar su capacidad de convocación para poner en marcha un programa de acciones tendiente a reversar y superar nuestra falla original como nación: el trágico desgajamiento entre dos realidades que se da a conocer en varias dimensiones.

A casi cien años del surgimiento de la explotación de nuestro petróleo, nos encontramos con la bifurcación, cada vez más marcada, entre la Venezuela petrolera y aquella pre-petrolera que no solo subsiste y coexiste en su tradicional vivir-en-pobreza con la primera sino que ha crecido en extensión y profundidad. Nos enfrentamos a un deslave humano que parece obedecer a una ley implacable: a mayor riqueza mayor número de pobres cada vez más empobrecidos ¿Cómo hemos llegado a caer en semejante pozo sin fondo aparente? Una respuesta simplista acusa al recurso como fuente de riqueza no ganada, no trabajada pero sí disfrutada sin mayor inhibición.

Obviamente, el mal no reside en el supuesto carácter demoníaco de un factor inerte. Uslar lo apunta: nuestro manejo de dicha excedencia de recursos ha sido una “invitación continua al despilfarro, a la imprevisión, al descuido, a la blandura y a la irresponsabilidad.” El mal proviene de nosotros mismos pues hemos equiparado enriquecimiento y gasto ciego y desbocado con progreso individual y colectivo. La idea absurda de que la riqueza puede ser aprovechada sin más, sin la contraparte de un empeño humano laborioso y creador ha contaminado buena parte de la dirigencia del “país petrolero” y ha servido de ejemplo nefasto para quienes gozan sólo de las migajas azarientas del “festín de Baltasar” como lo calificaba el pensador amigo.

Hemos torcido de tal manera el rumbo histórico de nuestra trayectoria nacional que la “Venezuela posible” –y deseable- parece haberse descarrilado irremisiblemente para dar lugar a una existencia caótica. El diagnóstico de Uslar es implacable: “El Estado se hizo… cada vez más rico, más increíblemente rico, mientras la nación seguía siendo fundamentalmente, en su inmensa mayoría, pobre, desvalida y pasiva.” Este juicio no se limita a una interpretación del pasado sino que es un amargo enjuiciamiento de lo actual y una premonición de nuestro porvenir.

De estar en lo cierto, el clamor de Uslar se extiende mucho mas allá de una selección preferencial -o condena- entre los diversos sistemas políticos o regímenes de gobierno que hemos conocido. Puede ser que nuestro desvarío sea de tal magnitud que no nos demos cuenta que hemos sido conducidos bajo diferentes riendas por un mismo populismo banal y una demagogia profundamente engañosa los cuales hemos aceptado sin ningún cuestionamiento significativo. De hecho, obnubilados por ilusiones falaces nos hemos convertidos en cómplices complacientes, si no complacidos, al subyugar la sociedad a un Estado mal administrador de una distribución tan mecánica como ineficaz.

El entreverado se complica aún mas pues quienes proponen recetas para la erradicación de la pobreza tales como “más escuelas, más viviendas, más hospitales” falsean el camino para su superación al no tener en cuenta que democracias y dictaduras parecen compartir la misma letanía y similares resultados paupérrimos, Así mismo, la adicción que parecemos compartir instintivamente por un nominalismo ingenuo según el cual el mero enunciado de un nombre o de una frase garantiza su puesta en realidad, nos conduce a anclar la convivencia entre nosotros en un llamado hueco a la “paz” que se presta a las mayores ambigüedades las cuales pueden abarcar desde “la paz de los sepulcros” hasta “la paz” capaz de saciar la voluntad de personas libres.

A cualquier don Sancho le es fácil ver que la peor de las pobrezas es la supresión de la libertad pues esta es la condición fundamental que permite superar las condiciones fácticas de las penurias humanas. No obstante, numerosos organismos multilaterales a igual que centros académicos para el estudio de la pobreza tienden a reducirla a un perfil de indicadores materiales que obviamente exigen atención pero cuya simplificación o ‘reduccionismo’ como método de acción social garantiza la continuidad de múltiples décadas perdidas para el desarrollo humano.

Uslar tiene viva conciencia de que es miembro insigne de lo que él llama “la orden de predicadores” que pregonan en el desierto patrio una rectificación de nuestra manera de ser con el bien sabido resultado. Sin embargo, en todas las acciones de su vida él se mantuvo como el “despertador” que entona a cada hito de nuestro descamino: “No era esto lo que Bolívar hubiera querido”.

 
 
 
© Copyright 2006 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.