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En el
centenario
del
nacimiento
de Arturo
Uslar
Pietri
La libertad como raíz
por José Rafael Revenga
mayo, 2006
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Tres
generaciones de venezolanos hemos vivido teniendo en mente
la consigna sembrar el petróleo anunciada por Arturo Uslar
Pietri en 1936. Durante el transcurso de las últimas siete
décadas, su sugerente metáfora ha corrido una suerte
desigual. Por una parte, gracias a su poder de evocación,
ella ha penetrado nuestra atmósfera colectiva de manera tal
que se ha vuelto una imagen común, una referencia obligada
pero no obligante. Por la otra, de tanto manosearla, ha
visto desgastar su capacidad de convocación para poner en
marcha un programa de acciones tendiente a reversar y
superar nuestra falla original como nación: el trágico
desgajamiento entre dos realidades que se da a conocer en
varias dimensiones.
A casi cien años del surgimiento de la explotación de
nuestro petróleo, nos encontramos con la bifurcación, cada
vez más marcada, entre la Venezuela petrolera y aquella pre-petrolera
que no solo subsiste y coexiste en su tradicional
vivir-en-pobreza con la primera sino que ha crecido en
extensión y profundidad. Nos enfrentamos a un deslave humano
que parece obedecer a una ley implacable: a mayor riqueza
mayor número de pobres cada vez más empobrecidos ¿Cómo hemos
llegado a caer en semejante pozo sin fondo aparente? Una
respuesta simplista acusa al recurso como fuente de riqueza
no ganada, no trabajada pero sí disfrutada sin mayor
inhibición.
Obviamente, el mal no reside en el supuesto carácter
demoníaco de un factor inerte. Uslar lo apunta: nuestro
manejo de dicha excedencia de recursos ha sido una
“invitación continua al despilfarro, a la imprevisión, al
descuido, a la blandura y a la irresponsabilidad.” El mal
proviene de nosotros mismos pues hemos equiparado
enriquecimiento y gasto ciego y desbocado con progreso
individual y colectivo. La idea absurda de que la riqueza
puede ser aprovechada sin más, sin la contraparte de un
empeño humano laborioso y creador ha contaminado buena parte
de la dirigencia del “país petrolero” y ha servido de
ejemplo nefasto para quienes gozan sólo de las migajas
azarientas del “festín de Baltasar” como lo calificaba el
pensador amigo.
Hemos torcido de tal manera el rumbo histórico de nuestra
trayectoria nacional que la “Venezuela posible” –y deseable-
parece haberse descarrilado irremisiblemente para dar lugar
a una existencia caótica. El diagnóstico de Uslar es
implacable: “El Estado se hizo… cada vez más rico, más
increíblemente rico, mientras la nación seguía siendo
fundamentalmente, en su inmensa mayoría, pobre, desvalida y
pasiva.” Este juicio no se limita a una interpretación del
pasado sino que es un amargo enjuiciamiento de lo actual y
una premonición de nuestro porvenir.
De estar en lo cierto, el clamor de Uslar se extiende mucho
mas allá de una selección preferencial -o condena- entre los
diversos sistemas políticos o regímenes de gobierno que
hemos conocido. Puede ser que nuestro desvarío sea de tal
magnitud que no nos demos cuenta que hemos sido conducidos
bajo diferentes riendas por un mismo populismo banal y una
demagogia profundamente engañosa los cuales hemos aceptado
sin ningún cuestionamiento significativo. De hecho,
obnubilados por ilusiones falaces nos hemos convertidos en
cómplices complacientes, si no complacidos, al subyugar la
sociedad a un Estado mal administrador de una distribución
tan mecánica como ineficaz.
El entreverado se complica aún mas pues quienes proponen
recetas para la erradicación de la pobreza tales como “más
escuelas, más viviendas, más hospitales” falsean el camino
para su superación al no tener en cuenta que democracias y
dictaduras parecen compartir la misma letanía y similares
resultados paupérrimos, Así mismo, la adicción que parecemos
compartir instintivamente por un nominalismo ingenuo según
el cual el mero enunciado de un nombre o de una frase
garantiza su puesta en realidad, nos conduce a anclar la
convivencia entre nosotros en un llamado hueco a la “paz”
que se presta a las mayores ambigüedades las cuales pueden
abarcar desde “la paz de los sepulcros” hasta “la paz” capaz
de saciar la voluntad de personas libres.
A cualquier don Sancho le es fácil ver que la peor de las
pobrezas es la supresión de la libertad pues esta es la
condición fundamental que permite superar las condiciones
fácticas de las penurias humanas. No obstante, numerosos
organismos multilaterales a igual que centros académicos
para el estudio de la pobreza tienden a reducirla a un
perfil de indicadores materiales que obviamente exigen
atención pero cuya simplificación o ‘reduccionismo’ como
método de acción social garantiza la continuidad de
múltiples décadas perdidas para el desarrollo humano.
Uslar tiene viva conciencia de que es miembro insigne de lo
que él llama “la orden de predicadores” que pregonan en el
desierto patrio una rectificación de nuestra manera de ser
con el bien sabido resultado. Sin embargo, en todas las
acciones de su vida él se mantuvo como el “despertador” que
entona a cada hito de nuestro descamino: “No era esto lo que
Bolívar hubiera querido”.
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