El
14 de Julio de 2006 se cumplen setenta años de la
publicación del que puede considerase el artículo que más
influencia ha tenido en Venezuela o al menos el que se ha
citado más veces. Efectivamente, con el título de Sembrar
el petróleo, Arturo Uslar Pietri
planteó el dilema fundamental de la economía petrolera
venezolana. Aunque para el momento de escribir Uslar el
artículo el petróleo todavía no había desplegado su dominio
absoluto en la economía, su visión futurista le permitió
anticipar lo que pronto ocurriría.
Uslar conceptuaba al petróleo como una
industria destructiva que liquidaba la verdadera base del
desarrollo y la prosperidad de Venezuela: su agricultura. De
acuerdo con Uslar, esa industria destructiva se convertía en
la principal fuente de ingresos fiscales lo que se
expresaría en el hecho de que los venezolanos se
acostumbrarían a vivir subvencionados y con el espíritu
resquebrajado para el trabajo al sentirse con derechos a
disfrutar de su porción de una riqueza no laborada. Así se
valoraba Uslar esa preocupación: “La riqueza pública
venezolana reposa en la actualidad, en más de un tercio,
sobre el aprovechamiento destructor de los yacimientos del
subsuelo, cuya vida no solamente es limitada por razones
naturales, sino cuya productividad depende por entero de
factores y voluntades ajenos a la economía nacional”. De
allí que advirtiese del peligro que Venezuela y los
venezolanos se transformaran en una especie de tributarios
del petróleo, dependiente su destino de una riqueza fortuita
toda vez que el petróleo iba “(…) hacer de Venezuela un país
improductivo y ocioso, un parásito del petróleo, nadando en
una abundancia momentánea y corruptora y abocado a una
catástrofe inminente e inevitable”.
En el fondo la primera preocupación
económica de Uslar fue que la dinámica del petróleo en la
economía se expresaba en una moneda fuerte, el bolívar de la
época, que estaba ayudando a extinguir la base agrícola del
país, fuente de riqueza permanente según Uslar. Esto es lo
que hoy se denomina la enfermedad holandesa, por el efecto
negativo que sobre la industria de Holanda tuvo la
explotación de los yacimientos de gas a comienzo de los
ochenta. También fue preocupación temprana de Uslar la
necesidad de elaborar dos presupuestos, uno con los ingresos
ordinarios y otro con recursos petroleros, los cuales, por
su carácter perecedero, debían dedicarse exclusivamente a la
inversión, al plantear que “Es menester sacar la mayor renta
de las minas para invertirla totalmente en ayudas,
facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las
industrias nacionales”. Esta posición uslarista es la de un
hombre comprometido con la ética del capitalismo como
sistema productivo, alejado del rentismo y el parasitismo.
Una vez que Uslar pasa de la cátedra al gobierno le tocó
justificar la intervención del Estado en la economía para
proteger y estimular al establecimiento productivo nacional
con aranceles elevados, limitación a las importaciones y
créditos baratos. Fue justamente esa política, de
sustitución primaria de importaciones, la que comenzó a
aplicar el Gobierno de Medina Angarita, del cual Uslar fue
el ministro más destacado. Posteriormente, bajo el segundo
gobierno de Betancourt adquiere un firme impulso el camino
industrializador auspiciado por el Estado venezolano que
hizo de esa política un principio. Fue esa la manera en que
Betancourt entendió la siembra del petróleo, con lo cual
Venezuela comenzó a acortar la ventaja que tenían otros
países de América Latina que tempranamente comenzaron a
industrializarse.
De esta manera, el gobierno con una mano
cerraba el mercado interno y otorgaba financiamiento para
incentivar a la industria nacional y con la otra repartía la
renta petrolera mediante transferencias directas, empleo
público y subsidios. Por ello, siendo fiel a su posición
inicial, Uslar advirtió a finales de los años cincuenta
sobre la preponderancia del Estado en la economía: “Un gran
parte de esa riqueza se ha invertido en crear un capitalismo
de Estado, que seguramente es el más extenso y poderoso del
mundo del lado acá de la Cortina de Hierro. (…) Venezuela va
a llegar a ser un país, no ya de dependientes del petróleo
sino de dependientes del Estado y ese capitalismo monstruoso
del Estado, llegará fatalmente a convertirse, como en el
pasado se convirtió, en una terrible máquina de tiranizar”.
El hecho cierto es que la siembra del
petróleo hizo posible que Venezuela instalara un parque
industrial, ineficiente para algunos, pero que permitió al
fin y al cabo que comenzara un proceso sostenido de estímulo
a fabricación nacional de bienes que antes se importaban,
como política estatal a partir de 1959. Esta política tomó
un sendero insostenible después de 1974, durante el primer
gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien cometió la
equivocación de fundar el crecimiento industrial en empresas
del Estado, cuya situación deficitaria acentuó en
endeudamiento público de Venezuela. Agotada la sustitución
de importaciones, desde los años ochenta Venezuela no ha
contado con una política industrial claramente definida,
como acción programada del Estado y más bien ha venido
moviéndose en zigzag, lo que se ha traducido en una
mortandad de establecimientos industriales. Esa política de
desindustrialización ha llegado a su clímax durante la
administración de Hugo Chávez, quien al trazarse como
objetivo hundir a los grupos económicos tradicionales de
Venezuela está haciendo naufragar a la industria nacional
para favorecer a nuevos grupos o a capitales extranjeros.
Por esa razón es que actualmente, en 2006, el comercio
exterior de Venezuela es tan vulnerable a la coyuntura
petrolera como lo era en 1936 cuando Uslar Prieti escribió
su monumental artículo.
El bono del sur
Con motivo de la cumbre de mandatarios del
Mercosur celebrada en Caracas, se aprobó la propuesta de
Argentina de lanzar al mercado un instrumento financiero
llamado el “bono del sur”, por parte de esa nación y
Venezuela. Se trata de una jugada maestra del gobierno
argentino para captar fondos frescos utilizando para ello el
menor riesgo país que mantiene Venezuela en virtud de los
elevados precios del petróleo. Así, Argentina emitiría deuda
cuya tasa de interés sería la que paga Venezuela por sus
pasivos en moneda extranjera. Los bancos de inversión Credit
Suisse y Morgan Stanley actúan como los asesores financieros
de la operación. Se ha comentado que la emisión conjunta
sería por US$ 2.000 millones, destinados al financiamiento
de obras y proyectos en la nación sureña. Para una economía
como la venezolana con superávits en su cuenta corriente de
la balanza de pagos y en sus finanzas públicas no tiene
sentido emitir bonos para ser comprados por los argentinos a
quienes precisamente está financiando Venezuela. De hacerse
esas colocaciones se espera que prive la transparencia y no
lo que ocurrió en el pasado reciente con la asignación a
dedo de bonos a operadores cambiarios favorecidos por el
gobierno de Venezuela.
El empuje ruso
El gobierno de Rusia ha levantado las
restricciones que quedaban para que el rublo se transe
libremente en los mercados mundiales y con ello retorne a su
convertibilidad. Una de las medidas que impedía que esa
moneda se comercializara en las plazas financieras era el
encaje de 7,5% para los no residentes que mantuvieran deuda
soberana rusa. Sin embargo, el banco central regulará
mediante subastas diarias la evolución de la tasa de
cambio. Rusia, con ambiciones de potencia, necesitaba una
moneda totalmente convertible para que pueda codearse con el
dólar, el euro y el yen. Favorece a Rusia las
extraordinarias reservas de petróleo y gas que aseguran un
flujo de ingresos en divisas que por ahora no cuestionan la
estabilidad cambiaria. De hecho, al comenzar la
transacciones, los primeros días de julio la moneda se
sobrevaluó de 32 a 26.5 rublos por dólar. Además, ya Rusia
adelantó al Club de deudores de París el pago total de las
deudas acumuladas en la etapa soviética, por alrededor de
US$ 22.000 millones.
Rebrota la
inflación
Las cifras del BCV indican que al cierre de
junio de 2006, la tasa de inflación intermensual se situó en
1,9%, con lo cual la tasa anualizada, es decir, comparando
junio de 2006 con junio de 2005 alcanzó a 11,8% una de la
más elevadas de América. Un análisis más detallado de las
cifras muestra que los precios no controlados aumentaron
2,7% durante el mes mientras que el grupo de alimentos, el
de mayor incidencia en los sectores pobres, registró una
tasa de inflación mensual de 5,8%, lo que se traduce en una
tasa inflacionaria anual de 18,9%. Por su parte, la
inflación al mayor de los bienes nacionales experimentó un
alza de 3,7%. Para tener una idea de la magnitud de la
inflación en Venezuela, obsérvese que la tasa de inflación
de Perú en los doce meses que van entre junio de 2006 a
junio de 2005 alcanzó a 1,8%, inferior a la Venezuela en un
solo mes, con todo y que en aquel país no existen controles
de precios y de cambio. Hacía unos días el ministro Jorge
Giordani y el diputado Rodrigo Cabezas tuvieron la osadía de
afirmar que en Venezuela no existían problemas
macroeconómicos. Obviamente se indigestaron con la tasa de
inflación.