Ya
el proceso venía desde la administración de Rafael Caldera.
Ahora, por decisión del gobierno de Hugo Chávez, Venezuela
ha emprendido un sostenido proceso de desindustrialización.
Se trata de una estrategia cuyo objetivo es la destrucción
del plantel industrial privado mediante una combinación de
políticas que se ha traducido en la importación masiva de
bienes y servicios que sin mayores dificultades se podrían
producir en Venezuela, si existiesen las condiciones
apropiadas para ello. La industria venezolana enfrenta tal
vez el período de mayores dificultades de su historia
reciente, en medio de un boom de ingresos fiscales
que debería traducirse en incentivos y estímulos para el
aumento de la frontera de producción de los bienes
manufacturados. Contrariamente, la política del presidente
Chávez ha optado por cercar el establecimiento industrial
mediante un conjunto de acciones entre las cuales sobresale
el esquema de control de cambio, la regulación de precios,
la normativa laboral y la ocupación de empresas, por parte
de destacamentos oficiales.
El Ejecutivo y el BCV han adoptado una
política absolutamente equivocada para detener la inflación:
el anclaje del tipo de cambio mediante un régimen de control
integral. Esa fijación del tipo cambio ha abaratado las
importaciones hasta el punto de provocar los mayores niveles
de compras externas por parte de Venezuela, según cualquier
parámetro razonable. Al mismo tiempo, la producción nacional
se ha encarecido por el efecto del aumento relativo de la
tasa de inflación interna hasta configurar un cuadro de
pérdida de la capacidad competitiva de la industria
manufacturera doméstica. De esta manera los productos
importados se hacen más baratos para los compradores
venezolanos en tanto que los fabricados en el país se han
hecho más costosos internamente y en los mercados
internacionales. Esto es lo que se denomina la
sobrevaluación del tipo de cambio real, cuya manifestación
más palpable es el deterioro de la competitividad nacional.
Así, la afluencia de mercaderías importadas ha desplazado la
producción nacional y por tanto destruido los puestos de
trabajo en el sector que anteriormente creaba los empleos
más estables y mejor remunerados de Venezuela. Lo peor de
todo es que el citado anclaje del tipo de cambio es un
instrumento perverso e ineficiente para controlar la
inflación porque al final lo que produce es una acumulación
de las tensiones inflacionarias, las cuales se manifiestan
con todas su potencia una vez que se desmantela el control
de cambio. Esos episodios están suficientemente documentados
en la historia económica de Venezuela, durante febrero de
1989, junio de 1996 y febrero de 2002, pero tienden a ser
olvidados por las autoridades económicas y esa desmemoria es
proporcional a su ignorancia. Actualmente, Venezuela
atestigua una inflación reprimida y el desabasteciendo de
algunos rubros, el cual se colma con importaciones
crecientes que hace posible el generoso ingreso petrolero,
lo que permite aplacar transitoriamente el alza de los
precios al costo de destruir el empleo nacional y
estimularlo en los países de donde provienen las
importaciones. Por ello, el mejor negocio de esta Venezuela
petrolera es importar en lugar de producir.
Por su parte, el esquema de control de
precios instaurado desde febrero de 2003 está haciendo que
desaparezca la rentabilidad del sector productor de
manufacturas en Venezuela. De un lado, el Ministerio de
Industrias Ligeras y Comercio no autoriza los ajustes de
precios pero por el otro, los costos continúan aumentando en
la medida en que suben los salarios y los servicios básicos
asociados a la producción, como es el caso de la
electricidad, la seguridad, la telefonía y el transporte,
entre otros. Esto ha causado situaciones muy difíciles para
la industria nacional, en particular la produce alimentos
donde el control de precios ha sido más estricto. La
industria enfrenta entonces la siguiente paradoja: por una
parte sus precios finales de venta están sujetos a control
por parte del gobierno, pero por la otra, los precios de los
insumos utilizados para la producción de esos bienes están
liberados y en consecuencia está desapareciendo la
rentabilidad y con ella la posibilidad de ampliación de la
capacidad productiva. Lo que ha ocurrido es que las empresas
están empleando más intensamente las instalaciones
existentes pero no hay inversión suficiente para incrementar
la escala de producción. La mayor proporción del gasto que
ejecuta la industria nacional es el referido al
mantenimiento, postergándose la nueva inversión, de carácter
reproductivo. Parte del espacio que ha dejado la industria
nacional ha sido copado por las importaciones y la otra por
un archipiélago de micro unidades de producción que ha
creado el Estado venezolano con el nombre de empresas de
producción social, cooperativas o núcleos de desarrollo
endógenos, absolutamente incapaces de competir en el mercado
y que sobreviven en virtud de los subsidios otorgados, con
cargo a un presupuesto nacional que está devorando la suma
más elevada de ingresos públicos con la cual ha contado
Venezuela.
A lo anteriormente expuesto hay que agregar
regulaciones laborales que conspiran contra la generación de
empleo, como es el caso de la solvencia laboral y leyes como
las que codifican las condiciones y medio ambiente en el
trabajo, que en realidad no buscan proteger a los
trabajadores. Prueba de ello es que las empresas del Estado
están exentas de su aplicación, lo que se ha traducido en
una desmejora del entorno laboral y en la proliferación de
accidentes mortales en las instalaciones petroleras.
Mientras que el gobierno aprieta desde el punto de vista
legal a las empresas nacionales con una supuesta legislación
para beneficiar a los trabajadores, ha prescindido en los
hechos de la contratación colectiva y del sistema de
seguridad social.
La consecuencia directa de estas medidas
astringentes en contra de la industria y los industriales
nacionales es la disminución sostenida del parque productivo
nacional, hasta el punto que en 2005 el número de empresas
manufactureras se redujo 40,0% con relación a 1998, como se
muestra en el gráfico.
Gráfico
Número de establecimientos industriales en Venezuela

Fuente: INE y Conindustria
El mito del
Seniat
En Venezuela la recaudación de impuestos no
petroleros ha aumentado significativamente hasta alcanzar
más de 50,0% de todos los ingresos fiscales recibidos en
2005. El esfuerzo iniciado por José Ignacio Moreno León lo
seguido con mayor ímpetu el capitán José Vielma Mora. Sin
embargo, ese esfuerzo se ha concentrado en los impuestos
indirectos, como es el caso del IVA, en detrimento de los de
carácter directo como el impuesto sobre la renta, el cual
tiende a ser más equitativo. Desde hace tiempo, el Seniat ha
emprendido una campaña que, basada en meras formalidades, se
ha traducido en el cierre de empresas de todos tipos, en
tanto que el fabuloso negocio de la piratería, manejada por
las mafias del comercio informal, no es objeto de la acción
del ente tributario. En ese aspecto, el Seniat ha declarado
su incompetencia absoluta. Ahora se conoce que la República
va adquirir una deuda por US$ 37 millones, con el Banco
Interamericano de Desarrollo y el PNUD, para la
modernización del Seniat. Esto es contradictorio, toda vez
que en diciembre de 2005 el gobierno decidió amortizar la
deuda que mantenía con los organismos multilaterales, a
quienes calificó de agentes del imperialismo.
La monarquía
de Cuba
Con la enfermedad de Fidel Castro se ha
develado que en realidad el régimen cubano es una monarquía,
dado su carácter hereditario. Fidel, en su lecho de enfermo,
delega su poder en su hermano, Raúl. Castro, tiene en el
poder de forma ininterrumpida cuarenta y siete años, un
verdadero record mundial, sin haber compartido el poder un
solo día. Lo grave de la enfermedad lo forzó a hacerlo.
Ahora Raúl Castro afirma que el único heredero de Fidel es
el Partido Comunista. En estos esquemas de gobierno
antidemocráticos la vida y salud del jefe de Estado es un
absoluto misterio. No se proporcionan parte médicos para que
la población se informe de su estado de salud, por el temor
a que el enemigo se aproveche. Llama la atención que un
régimen que tiene tanto tiempo en el poder sienta miedo que
una vez que el destino alcance a Fidel se desmorone el
sistema. Eso en realidad refleja el temor a un pueblo
ansioso de libertad que salió de la tiranía de Fulgencio
Batista para entrar en la de Fidel Castro y que no conoce en
más de de medio siglo lo que es el ejercicio del voto,
universal, directo y secreto.