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El poeta del desarraigo
por José Alberto Medina Molero
miércoles, 5 julio 2006

 

                                                                      (Para Jesús Sanoja Hernández) 

“Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y
 vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes
en la noche que cubre el desierto de nieve “

J
osé Antonio Ramos Sucre
 

Curiosa,  trágica y fecunda, resultó la breve existencia de este poeta nacido en Cumaná      (1890), bajo el nombre de José Antonio Ramos Sucre. Hombre atormentado por demonios reales e imaginarios, se despidió de la vida (que le fue huraña) por mano propia, hace unos 76 años (en Ginebra). La influencia de su Obra lírica, ignorada durante muchos  años, por herméticamente refractaria, fue apreciada por la crítica algo más de décadas  después de su desaparición física; como otros grandes creadores pagó ese sino del desconocimiento en vida de una obra compacta y hermosa. Lo paradójico, es que en los últimos treinta años obras suyas como       “ La Formas del Fuego”, “La Torre del Timón” y “ El Cielo de esmalte” se han ido editando ( así como se han intensificado los estudios sobre las mismas)  , precisamente, para hacer conocer la admirable capacidad literaria  y sensibles imágenes, que encierran sus poemas, en los que la muerte ( esa que libera y se teme tanto ) esas “vacías tinieblas “ ( en palabras de Ramos Sucre) juega papel estelar, y es la dama que desde una lejana cercanía otea ese mundo espiritual, que rodea a los actores de este drama diario, conocido como existencia.  

Pese a todos los esfuerzos de divulgación de su obra poética (en la que hay que reconocer, a personajes como Katyna Henríquez, Guillermo Sucre, José Ramón Medina y Francisco Pérez Perdomo), José Antonio Ramos Sucre no ha podido ser recuperado de las tinieblas, en las que buscó guarecerse de ese inclemente diluvio que le escaldaba el espíritu. Muchos venezolanos ignoran lo fundamental, que para las letras nacionales resulta la obra de Ramos Sucre. Este poeta del desarraigo (en referencia atribuida a Jóvito Villalba, que a su vez  hizo en un artículo  ese extraordinario periodista llamado  Jesús Sanoja Hernández) “era el centro de atracción en la Plaza Bolívar, al salir de su oficina de la cancillería, de los estudiantes que bebían de él conocimientos inalcanzables por otras vías”, escenario que (guardando las distancias y diferencias de épocas)  habría que reeditar. ¿Por qué tendríamos  que hacer, el supremo esfuerzo de reeditar situaciones, como las que se daban en esa Plaza mayor de la Capital?     ¿Qué importancia podría residir en esa intención? Para responder ambas interrogantes, tendríamos que remontarnos a las palabras de Don Mariano Picón Salas: “¿Y no es uno de los secretos del arte hacer salir al hombre de su contingencia, ofrecerle contra la vulgaridad del mundo, un otro universo del mundo, otro universo de belleza y asombro?”.  Ser mejores seres humanos, va a depender en mucho, del goce que hagamos de ese legado, de la inmensa riqueza de la herencia de nuestros creadores, ser mejores ciudadanos tiene  su asiento, sin duda alguna,  en un mejor cultivar de ese espíritu que siempre esta allí, esperando el alimento adecuado. ¿Qué mejor alimento que el proveniente de uno de nuestros  poetas mayores? ¿Qué mejor manera de crecer, como seres que la de tomar como propia esa ofrenda que, con angustia y sufrida lucidez quiso depararnos este Poeta del desarraigo?

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