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Orígenes
de la
antipolítica
nacional
por José Alberto Medina Molero
martes, 18 julio
2006
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Resulta
curioso para cualquier venezolano de a pie, leer las enjundiosas
reflexiones de historiadores pensadores y analistas como Carlos
Raúl Hernández y Manuel Caballero. Este último se duele
amargamente en sus artículos, con la circunstancia terrible
provocada por un atajo de ignorantes que desde finales de los
noventa, optaron en Venezuela por el militar felón, encarnación
tumefacta del antipolítico. A este respecto Caballero apunta
sentencioso en El Universal del 16-07-06. “¿O es que acaso
olvidamos lo que destruyó a COPEI, y a quienes no veían más allá
de sus narices, aunque, de haberse celebrado los comicios a
finales de los ochenta tendríamos acaso la presidente más bella
del universo mundo? ¿Que hubo un momento en que como decían
carcajeándose nuestros vecinos colombianos, las encuestas nos
ponían a escoger entre la “niña boba” y el “lobo feroz” y que al
final escogimos el último antes que a un maldito político? ¿Nos
hemos puesto a pensar hacia donde hubiesen marcado las encuestas
si hubiesen existido en tiempos de Boves?”. Este tipo de
argumentaciones, aparentemente irrebatibles, brotan de esas
brillantes mentes, acostumbradas a otear más allá, en el más
preclaro horizonte. Lo que no terminan de entender estos
portentosos prohombres, es que las causas que dieron origen a la antipolítica, tanto en los tiempos de la independencia, como en
176 años de vida “republicana” siguen intactas, o agravándose.
En sus lapidarios análisis los intelectuales no explican el por
qué de las cosas, sino sus desastrosas consecuencias y oprobiosos
efectos. Si lo hiciesen, si de verdad meditaran en eso, tal vez
(al igual que Maquiavelo) escribirían para nuestros dirigentes
“democráticos “una versión actualizada de “El Príncipe”.
Pongamos por caso el período al que alude Caballero (1998-1999),
periodo que antecede a esta pesadilla siglo XIX: después de los
aldabonazos que para el “status quo” significaron el 27F, 4F y
27N, sólo se instrumentaron cambios cosméticos en este
descarriado sistema llamado “Democracia Representativa”,
pervertido hasta los tuétanos, ante la impávida y complaciente
mirada de los dirigentes llamados a corregir el rumbo. En ese
triste lapso de la historia se llegó a la cúspide de la
incompetencia de unos mal llamados políticos, por un lado el
desastroso gobierno de Caldera (autoproclamado el gobierno de
la última oportunidad de la democracia en una consigna que luce
bastante irónica hoy en día) y por el otro, la incompetencia de
una clase política ( AD-COPEI- PV ) que no entendió jamás lo que
estaba en juego, y prefirió dar una nueva muestra de su
“principio de Peter”, postulando a IRENE (a quien sólo le
bastaba mostrarse de acuerdo al sesudo análisis el expresidente
Luis Herrera Campins). En el caso específico de
Salas Röemer, si bien logró atraer algunos sufragios, era
percibido claramente por el electorado hastiado de al menos 25
años (de los 40) de decepciones constantes, como un
extraordinario continuador del “magnífico” Caldera.
Ante un escenario planteado en esos términos ¿resulta extraño lo
que aconteció? ¿Pueden decir los vecinos colombianos que sus
dirigentes políticos han abandonado sus funciones tan
patéticamente como en Venezuela? Uslar Pietri dijo una vez algo
que viene a ser dolorosamente cierto, y que ilustra este
dramático panorama: “Creo que tenemos muy pocas virtudes en el
sentido tradicional de la palabra. Claro, no es que somos una
manada de ineptos o de imbéciles, de mala gente, pero virtudes
colectivas nuca las hemos desarrollado. Hemos sido muy
dispersos, muy individualistas, muy gente de alzamientos,
compare usted la historia de Venezuela con la de nuestros
vecinos. Realmente es muy difícil que aquí no se cometieran
muchos disparates. La situación en el siglo XX venezolano ha
sido extraordinariamente inusual y corruptora, la situación de
un país pobre, muy atrasado y muy ignorante que de pronto tiene
un Estado inmensamente rico, y que esa riqueza no se debe al
trabajo nacional. El gobierno se convirtió en el primer agente
de enriquecimiento y no hubo clase dirigente, esa es la verdad,
en otros países si las hubo y muy poderosa y muy eficiente, en
Colombia, para no ir tan lejos, en el Perú, para no hablar de
Argentina. Venezuela, desde la independencia no ha tenido clase
dirigente, hemos tenido gente que ve cosas por ahí y por allá y
ha tratado de hacer lo que puede, somos gente inmadura, muy
superficial. A este país le cayó encima una montaña de recursos
y no fue capaz de emplearlos medio sensatamente. Este ha sido un
país muy peculiar, muy contradictorio, muy impredecible, muy sin
esqueleto. Este es un país sin cabeza, sin clase dirigente,
inmaduro”.
Cuando uno observa los análisis de estos dolidos pensadores, un
asomo de impotente ira nos acomete, a los ciudadanos que
pertenecemos al común. ¿Por qué no aspirar a que exista una
clase de dirigentes honesta, capaz, diligente, organizada en
lugar de denostar de ese sentimiento antipolítico que impera en
la gente? ¿Cuan fácil resulta criticar y cuan difícil construir
alternativas dignas para el pueblo partiendo de un correcto y
descarnado diagnóstico de la apatía actual? Sin un cambio real
de las causas no habrá cambio en la matriz de opinión en la
actitud, que tanto duele a estos insignes pensadores.
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