“No se culpe
a nadie de mi vida”
Julio Cortázar
Cuando
el capitán de la Selección Brasileña, Carlos Alberto envió al
fondo de la red, que protegía Albertossi, ese potente
derechazo, recibido poco antes en forma de magistral pase,
desde el talentoso pecho de Pelé, más que la sentencia de la
final de la copa del mundo México 70, fue la certeza para los
espectadores del cese abrupto de la magia que se había
desplegado como maná del cielo. Algo nos decía, con
irrefutable contundencia que, jamás veríamos con esa inefable
belleza poética tantas y tantas jugadas de esplendor y
creatividad. Muchos afirman, no con poca razón que, de allí,
del encantamiento producido en esa copa, nace esa proverbial
afición de los venezolanos por la Canariña, fervor matizado
en los últimos años, por ese afortunado, pero aún precoz,
fortalecimiento de nuestra Vinotinto.
En nuestras neuronas
estarán alojados por mucho tiempo, los zurdazos de Rivelino,
los desbordes delirantes de Jair, la serena genialidad y
conducción de Gerson, la inagotable creatividad para jugar
“sin balón “ del gran “Tostao”, la marca férrea de Brito , las
andanzas de Clodoaldo y Piazza , las gatunas y espectaculares
atajadas de Félix, los inconmensurables goles que anotó y no
anotó Pelé, pues se recuerda como magistrales los que no hizo
, como aquel que intentó incrustar en la guardería Uruguaya ,
en un singular “mano a mano” frente al portero Marsuskieviz.
El “Rey” dibujó un poema semicircular en el engramado, para
dejarlo atónito, sentado, sin chance para detenerle. Tal vez
el gol que, Brasil anotó a Inglaterra, en la que muchos
llamaron “una final adelantada”, ya desde la etapa inicial del
Mundial, resuma la esencia de la copa del 70 y el porque sigue
viva en la memoria treinta y seis años después: luego de un
durísimo primer tiempo, de muchas alternativas y emociones
persistía el empate a cero goles. Llegó el minuto 15 del
segundo tiempo. Tostao manejó la bola por el área izquierda de
la portería de Inglaterra, atrayendo de inmediato dos
defensores, de pronto y con pase milimétrico, la cruzó a la
parte derecha. Pelé la recibió de pecho, durmiendo el balón y
dejándoselo de un bote a Jair, quien como una tromba de agua,
entraba para dejar sin alternativas al portero Gordons Banks.
Toda una oda a la creatividad. Era el 1-0. En ese instante,
Brasil había reconquistado la copa perdida en Inglaterra 66.
Era el inicio del tricampeonato, pero el principio del fin de
la era de Pelé.
Cuando uno rememora estos
episodios de la existencia, no puede dejar de darle la razón
al gran Gabo, cuando afirma que “ la vida no es como fue
sino como uno la recuerda”.