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Esa copa de México 70
por José Alberto Medina Molero
domingo, 18 junio 2006

 

“No se culpe a nadie de mi vida”
Julio Cortázar
 

Cuando el capitán de la Selección Brasileña, Carlos Alberto envió al fondo de la red, que protegía Albertossi, ese potente derechazo, recibido poco antes  en forma de magistral pase, desde el talentoso pecho de Pelé, más que la sentencia de la final de la copa del mundo México 70, fue la certeza para los espectadores del cese abrupto de  la magia que se había desplegado como maná del cielo. Algo nos decía, con irrefutable contundencia que, jamás veríamos con esa inefable belleza poética tantas y tantas jugadas de esplendor y creatividad. Muchos afirman, no con poca razón que, de allí, del encantamiento producido en esa copa, nace esa proverbial afición de los venezolanos por la Canariña, fervor  matizado en los últimos años, por ese afortunado, pero aún precoz, fortalecimiento de nuestra Vinotinto.

En nuestras neuronas estarán alojados por mucho tiempo, los zurdazos de Rivelino, los desbordes delirantes de Jair, la serena genialidad y conducción  de Gerson, la inagotable creatividad para jugar “sin balón “ del gran “Tostao”, la marca férrea de Brito , las andanzas de Clodoaldo y Piazza , las gatunas y espectaculares atajadas de Félix, los inconmensurables goles que anotó y no anotó Pelé, pues se recuerda como magistrales los que no hizo , como aquel que intentó incrustar en la guardería Uruguaya , en un singular “mano a mano” frente al portero Marsuskieviz. El “Rey” dibujó un poema semicircular en el engramado, para dejarlo atónito, sentado, sin chance para detenerle. Tal vez el gol que, Brasil anotó a Inglaterra, en la que muchos llamaron “una final adelantada”, ya desde la etapa inicial del Mundial, resuma la esencia de la copa del 70 y el porque sigue viva en la memoria treinta y seis años después: luego de un durísimo primer tiempo, de muchas alternativas y emociones persistía el empate a cero goles. Llegó el minuto 15 del segundo tiempo. Tostao manejó la bola por el área izquierda de la portería de  Inglaterra, atrayendo de inmediato dos defensores, de pronto y con pase milimétrico, la cruzó a la parte derecha. Pelé la recibió de pecho, durmiendo el balón y dejándoselo de un bote a Jair, quien como una tromba de agua, entraba para dejar sin alternativas al portero Gordons Banks. Toda una oda a la creatividad. Era el 1-0. En ese instante, Brasil había reconquistado la copa perdida en Inglaterra 66. Era el inicio del tricampeonato, pero el principio del fin de la era de Pelé.

Cuando uno rememora estos episodios de la existencia, no puede dejar de darle la razón al gran Gabo, cuando afirma que “ la vida no es como fue sino como uno la recuerda”.
 

 
 
 
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