“En la vida solo tenemos certezas,
la verdad
es un objetivo que siempre tenemos que buscar”
Fernando
Savater
¿Sabia
usted que cerca del Tocuyo, nació el iniciador de esa
tendencia literaria, conocida como el realismo fantástico
y, que después llevaría a su cenit en la imaginación, el
argentino Jorge Luis Borges? Ese gran escritor fue Don Julio
Garmendia (1898-1977). Su obra, no muy numerosa, es rica en
calidad e innovación literaria. Su gran e, inobjetable
contribución a las letras, consistió en haber escrito y
publicado el libro “la Tienda de muñecos “(1927) a la
tempranísima edad de 29 años, algo más de un lustro, antes de
la publicación por parte de Jorge Luis Borges de su
emblemática obra “Historia
Universal de la Infamia”.
Lo
que fue Uslar para la novela Histórica en 1929 (con la
publicación de
“las
Lanzas Coloradas”),
lo fue Don Julio Garmendia, para el realismo fantástico, con
la referida obra.
En
la oportunidad de la primera edición de “Tienda de Muñecos”,
César Zumeta (un gran escritor venezolano, rescatado
últimamente a través de un trabajo biográfico), escribió:
“"Con
esta sensibilísima flema tropical nos lleva usted en amable
viaje por el tan olvidado, viejo y siempre nuevo país de lo
Azul, donde todo nos comprueba la engañosa fantasmagoría de lo
real y la generosa realidad de lo ilusorio y fantástico. Es al
doblar la última página cuando vuelve uno a sentirse en el
cautiverio de Realilandia, en la perpetua Tienda de Muñecos, o
de títeres, que es la Vida desde antes de que el primer Adán
tuviera andanzas con la primera Eva.”
Dentro de la misma tendencia del realismo fantástico, Julio
Garmendia escribió dos nuevas obras: “La Tuna de Oro” (1951) y
“La Hoja que no había caído en su otoño “(libro póstumo de
1979). En ellas, continuó abriendo nuevos surcos en la hermosa
tierra de la creación y el deleite literario. Cuesta entender
a los pioneros de una nueva forma de expresión artística, pues
deben extraer esas primeras obras, de un huidizo éter, ese que
menciona, en su dualidad fantasmagórica y real, Zumeta, en el
saludo que da a la “Tienda de Muñecos”.
A
continuación algunos fragmentos-ejemplo, de esa muy suya
forma de estructurar sus ejercicios prosísticos:
"Aunque nadie, ni aun ella misma, había notado
el delito de mi alter ego, la deshonra era irreparable y
siempre vergonzosa a pesar del secreto. Las manos crispadas,
erizados los cabellos, lleno de profundo estupor, salí de la
alcoba en tanto que mi mujer, volviéndose de espaldas a la luz
encendida, se dormía otra vez con la facilidad que da la
extenuación; y fui a ahorcarme de una de las vigas del techo
con una cuerda que hallé a mano. Al lado colgaba la jaula de
Jesusito, el loro. Seguramente hice ruido en el momento de
abandonarme como un péndulo en el aire, pues Jesusito,
despertándose, esponjó las plumas de la cabeza y me gritó,
como solía hacerlo:
- ¡Adiós, Doctor! "(Relato “El Difunto
y yo “ ) “
"Por sobre todas
las cosas, él imponía a los muñecos el principio de autoridad
y el respeto supersticioso al orden y las costumbres
establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba que era
conveniente inspirarles temor y tratarlos con dureza a fin de
evitar la confusión, el desorden, la anarquía, portadores de
ruina así en los humildes tenduchos como en los grandes
imperios. Hallábase imbuido de aquellos erróneos principios en
que se habla educado y que procuró inculcarme por todos los
medios: viendo en mi persona el heredero que le sucedería en
el gobierno de la tienda, me enseñaba los austeros procederes
de un hombre de mando. En cuanto a Heriberto, el mozo que
desde tiempo atrás servía en el negocio, mi padrino le
equiparaba a los peores muñecos de cuerda y le trataba al
igual de los maromeros de madera y los payasos de aserrín, muy
en boga entonces. A su modo de ver, Heriberto no tenía más
seso que los muñecos en cuyo constante comercio habla
concluido por adquirir, costumbres frívolas y afeminadas, y a
tal punto subían en este particular sus escrúpulos, que
desconfiaba de aquellos muñecos que habían salido de la tienda
alguna vez, llevados por Heriberto, sin ser vendidos en
definitiva. A estos desdichados acababa por separarlos de los
demás, sospechando tal vez que habían adquirido hábitos
perniciosos en las manos de Heriberto.”
(“Tienda de Muñecos“ )
Los
últimos años de Don Julio Garmendia (reseñados en una crónica
periodística) se dieron en un viejo hotel de Caracas. En la
habitación, muy cerca de su cama, había una serie de bolsas de
un conocido supermercado, éstas contenían varias cuartillas de
narraciones, salidas de esa prodigiosa mente, así solas,
conteniendo lo eterno de la buena literatura.
Nunca es demasiado tarde para comenzar a justipreciar los
talentos que, este país ha dado. Justo (y honroso) sería
hacerlos conocer mucho más. ¿No es acaso, nuestra cotidiana
vida en esta tierra de gracia, uno más, de los relatos de Don
Julio Garmendia?