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Julio Garmendia, iniciador del Realismo Fantástico
por José Alberto Medina Molero
jueves, 16 noviembre 2006

 

“En la vida solo tenemos certezas,
la verdad
es un objetivo que siempre tenemos que buscar”
F
ernando Savater

¿Sabia usted que cerca del Tocuyo, nació el iniciador de esa tendencia literaria, conocida como el realismo fantástico y, que después llevaría a su cenit en la imaginación, el  argentino Jorge Luis Borges? Ese gran escritor fue Don Julio Garmendia (1898-1977).  Su obra, no muy numerosa, es   rica en calidad e innovación literaria. Su gran e, inobjetable contribución a las letras, consistió en haber escrito y publicado el libro “la Tienda de muñecos “(1927) a la tempranísima edad de 29 años, algo más de un lustro, antes de la publicación por parte de Jorge Luis Borges de su emblemática obra “Historia Universal de la Infamia”. Lo que fue Uslar para la novela Histórica en 1929 (con la publicación de “las Lanzas Coloradas”), lo fue Don Julio Garmendia, para el realismo fantástico, con la referida obra.  

En la oportunidad de la primera edición de “Tienda de Muñecos”, César Zumeta (un gran escritor venezolano, rescatado últimamente a través de un trabajo biográfico), escribió: 

"Con esta sensibilísima flema tropical nos lleva usted en amable viaje por el tan olvidado, viejo y siempre nuevo país de lo Azul, donde todo nos comprueba la engañosa fantasmagoría de lo real y la generosa realidad de lo ilusorio y fantástico. Es al doblar la última página cuando vuelve uno a sentirse en el cautiverio de Realilandia, en la perpetua Tienda de Muñecos, o de títeres, que es la Vida desde antes de que el primer Adán tuviera andanzas con la primera Eva.” 

Dentro de la misma tendencia del realismo fantástico, Julio Garmendia escribió dos nuevas obras: “La Tuna de Oro” (1951) y “La Hoja que no había caído en su otoño “(libro póstumo de 1979). En ellas, continuó abriendo nuevos surcos en la hermosa tierra de la creación y el deleite literario. Cuesta entender a los pioneros de una nueva forma de expresión artística, pues deben extraer esas primeras obras, de un huidizo éter, ese que menciona, en su dualidad fantasmagórica y real, Zumeta, en el saludo que da a la “Tienda de Muñecos”. 

A continuación  algunos fragmentos-ejemplo, de esa muy  suya forma de estructurar sus ejercicios prosísticos:  

        "Aunque nadie, ni aun ella misma, había notado el delito de mi alter ego, la deshonra era irreparable y siempre vergonzosa a pesar del secreto. Las manos crispadas, erizados los cabellos, lleno de profundo estupor, salí de la alcoba en tanto que mi mujer, volviéndose de espaldas a la luz encendida, se dormía otra vez con la facilidad que da la extenuación; y fui a ahorcarme de una de las vigas del techo con una cuerda que hallé a mano. Al lado colgaba la jaula de Jesusito, el loro. Seguramente hice ruido en el momento de abandonarme como un péndulo en el aire, pues Jesusito, despertándose, esponjó las plumas de la cabeza y me gritó, como solía hacerlo:
- ¡Adiós, Doctor!
"(Relato “El Difunto y yo “ ) “

"Por sobre todas las cosas, él imponía a los muñecos el principio de autoridad y el respeto supersticioso al orden y las costumbres establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba que era conveniente inspirarles temor y tratarlos con dureza a fin de evitar la confusión, el desorden, la anarquía, portadores de ruina así en los humildes tenduchos como en los grandes imperios. Hallábase imbuido de aquellos erróneos principios en que se habla educado y que procuró inculcarme por todos los medios: viendo en mi persona el heredero que le sucedería en el gobierno de la tienda, me enseñaba los austeros procederes de un hombre de mando. En cuanto a Heriberto, el mozo que desde tiempo atrás servía en el negocio, mi padrino le equiparaba a los peores muñecos de cuerda y le trataba al igual de los maromeros de madera y los payasos de aserrín, muy en boga entonces. A su modo de ver, Heriberto no tenía más seso que los muñecos en cuyo constante comercio habla concluido por adquirir, costumbres frívolas y afeminadas, y a tal punto subían en este particular sus escrúpulos, que desconfiaba de aquellos muñecos que habían salido de la tienda alguna vez, llevados por Heriberto, sin ser vendidos en definitiva. A estos desdichados acababa por separarlos de los demás, sospechando tal vez que habían adquirido hábitos perniciosos en las manos de Heriberto.”             (“Tienda de Muñecos“ ) 

Los  últimos años de Don Julio Garmendia (reseñados en una crónica periodística) se dieron en un viejo hotel de Caracas. En la habitación, muy cerca de su cama, había una serie de bolsas de un conocido supermercado, éstas contenían varias cuartillas de narraciones, salidas de esa prodigiosa mente, así solas, conteniendo lo eterno de la buena literatura. 

Nunca es demasiado tarde para comenzar a justipreciar los talentos que, este país ha dado. Justo (y honroso) sería hacerlos conocer mucho más. ¿No es acaso, nuestra cotidiana vida en esta tierra de gracia, uno más, de los relatos de Don Julio Garmendia?

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