(para Alberto Medina Valor, in memoriam)
“La muerte que yo canto es una sombra
constructora
de blancas mariposas que crucen los caminos del viento,
de tallos que entremezclan la pulpa maternal de la tierra,
de claros manantiales que sacudan las entrañas del mundo“
Miguel
Otero Silva
Nos
hizo con cruenta claridad, entender (que al decir de Borges
es lo más sublime en el hombre) ya entrado el siglo XX, como
una ola tardía en el país, el honor y la desventura de los
estudiantes que, frente al Tirano hicieron resistencia, así
como la angustiosa y triste muerte de un pueblo (que bien
pudiera ser la de todo un país): casas derruidas, yertas de
desesperanza. También, nos permitió contemplar el nacimiento
de esa otra nación, la que comenzaba a explotar el maná
negruzco y prodigioso, en el marco de la segunda Guerra
Mundial.
Asistimos a los avatares de la política y la cárcel de
conciencia en la memoria (todo ello aumentando una palabra
en el título, para señalar la secuencia numérica de su
imaginación), nos mostró la tomografía de la sociedad
venezolana de los años 60, a través de tres jóvenes de
idéntico nombre y, destino curiosamente igual, aunque
diferente en esencia. Nos volvió testigos, de las andanzas y
crueldades, de un personaje execrable y singular, un príncipe
“de la libertad”, para rematar, con su visión de reverencial
ternura, de aquel rabí de Galilea, de aquel pescador de
espíritus, el maestro Jesús. Sí la obra de Miguel otero
Silva, se hubiese reducido a estas siete novelas ( cuya
validez literaria le dejamos juzgar a los eruditos en la
materia, solo nos quedamos con lo que nos hizo sentir y
aprender), habría asegurado un sitial de honor entre sus
connacionales y, demás ciudadanos del mundo, pero esa espiga
henchida de generosidad y talento, prodigó muchas otros
frutos, hijos que nacen de la mágica sustancia que, componen
los sueños de los hombres grandes y bondadosos.
Es
tarea sencilla escribir sobre Miguel Otero Silva, ahora que se
cumplen 21 años de su desaparición física. Su obra es tan
rotunda que, cuesta sustraerse a ella. Sí algo puede
afirmarse con toda seguridad y, bastante certeza de Otero
Silva, es que fue uno de los venezolanos más polifacético y
completos, de los que se tenga noticia. Con gracia, mucho
talento y originalidad , pasó de una actividad a otra: de la
narrativa al periodismo, de la política al deporte, de la
crítica de arte a la poesía, de los caballos al humorismo y de
allí a la gerencia de empresas editoriales, sin olvidar su
afición por la tauromaquia , todo ello sabroseado con extremos
sibaritas (entendiéndolo como ese gusto por la vida, por la
riqueza en todo sentido ,con un instinto natural para el
refinamiento) y de asombrosa sencillez como ser humano,
cordial, chispeante, ameno, cálido accesible. Desde esa rica
personalidad, feliz y ancha, como la tierra buena, supo Otero
Silva brindarnos a todos sus compatriotas, una serie de frutos
maduros, de incalculable valía. MOS, entendió como una misión
de vida aportar y ofrecer, cómo el pámpano de la parábola
del Maestro de Galilea. Miguel Otero, no quiso continuar la
ingeniería civil, no obstante ( y por paradójico que pueda
parecer ) nos dejó obras sólidas, , tan sólida como un
rascacielo o como una audaz autopista a la imaginación
infinita.
En
los tiempos que corren, jaloneados por la confusión y la
diferencia insultante y violenta, no deja de ser balsámico y
motivador, celebrar la vida, en lo que fue la prodiga
existencia de este formidable semejante, que fue Miguel Otero
Silva, el hombre y su vida constructora.