Mientras
se rememoran los horrores del holocausto judío con el 60°
aniversario del descubrimiento del campo de Auschwitz, y la ONU
se resiste a calificar como “genocidio” el drama de Sudán por
“razones semánticas”, es aclamado en todo el mundo un valeroso
filme independiente, Hotel Ruanda, que muestra la
tragedia de un pequeño país africano inmerso en conflictos
tribales que dejaron unos 800 mil muertos y millones de
refugiados en países vecinos, entre abril y junio de 1994, todo
sin que las potencias mundiales hicieran algo para detener la
masacre. Esto sucedía apenas un año después de haberse
perpetrado otro genocidio, el de Bosnia, con saldo de miles de
civiles muertos y donde Occidente tampoco actuó a tiempo.
La historia del genocidio de Ruanda, es narrada
dramáticamente -con todos los recursos del cine moderno- para
mostrar al mundo los horrores sucedidos en esos tres meses,
suficientes para que la tribu Hutu en el poder mandara sus
escuadrones de la muerte para eliminar a todo miembro de la
tribu Tutsi que se les atravesaran. Fueron días increíblemente
peligrosos y durante los cuales un valiente hotelero de Kigali,
Paul Rusesabagina, se convierte en el salvador de unos 1200
compatriotas Tutsi y Hutu, víctimas de la violencia,
escondiéndolos en su hotel cuatro estrellas y protegiéndolos de
las milicias que los buscaban. En ese sentido el protagonista se
convirtió en un moderno Schindler, el de la ‘lista’
inmortalizado en el famoso film de Spielberg, que salvó a un
número comparable de judíos de los campos de exterminio nazi.
El personaje central del filme, de la etnia Hutu,
se siente a salvo, pero su propia esposa es de origen Tutsi, y
por lo tanto en peligro. Por eso, al igual que Schindler medo
siglo antes, el hotelero recurre a sus amistades en el gobierno,
a su habilidad como negociador y a sus modestos recursos
monetarios, para que no se metan con su hotel, que se convierte
en un virtual campo de refugiados, una isla relativamente segura
y ajena a la terrible matanza que sucede en las casas y calles
de todo el país. El conflicto étnico-político, en estado latente
por un tiempo, había sido encendido por la muerte del presidente
del país en esa época, un Hutu, cuyo avión fue abatido por fuego
de morteros sobre el aeropuerto, supuestamente accionados por
elementos Tutti instigados por sus líderes, todo según un
reportaje publicado en el prestigioso diario parisino Le
Monde, luego desmentido, y que fue el catalizador -o el
pretexto- para dar inicio a la violenta represión.
Al
mes de la matanza, los rebeldes Tutsi sitiaron la capital y
tomaron el poder, obligando a dos millones de Hutus a refugiarse
en la vecina Zaire, hoy nuevamente Congo, por temor a la
venganza. El país fue pacificado finalmente con un pacto
político que inició un gobierno de coalición, aunque todavía
algo inestable.
Inexplicablemente, Washington no intervino y, a pesar de conocer
la delicada situación, presionó para que las tropas de la ONU
estacionadas en Ruanda fueran neutrales y se retiraran, dejando
así el campo libre a las agresivas milicias paramilitares Hutu.
Igualmente Francia y Bélgica, que suplían armas al gobierno de
entonces, tampoco intervinieron para no afectar sus intereses.
De este modo, un conflicto inicialmente manejable degeneró en un
genocidio y frecuentes diásporas, todo bajo las miradas atónitas
del “mundo civilizado”, algo que lamentaron amargamente las
potencias occidentales al conocerse el alcance de la masacre. La
lección fue aprendida, y pocos años después, Clinton tomó la
iniciativa en Kosovo y lideró una coalición que desbarató los
planes genocidas de Milosevic.
Gracias a que Hotel Ruanda está siendo exhibido en
teatros de todo el mundo -e incluso en muchas escuelas y centros
sociales- el filme se ha convertido en una aleccionadora muestra
de los fenómenos negativos que todavía azotan algunas sociedades
retrógradas, que parecen no haber superado todavía los
sentimientos de crueldad, exclusión y fanatismo en el fondo de
todo genocidio. De ahí que, aún después del holocausto de la era
nazista, hemos presenciado genocidios en una docena de países
emergentes, como los que tuvieron lugar, en el último medio
siglo, en India, China Popular, Camboya, Líbano, Irak y
Yugoslavia y, en menor escala, en Etiopía, Eritrea, Somalia,
Nigeria, Sierra Leona, Liberia y, más cerca de nosotros, en
Guatemala, El Salvador y Colombia, siempre ateniéndonos a la
definición aceptada de “genocidio”, como “un exterminio
sistemático de grupos sociales numerosos por razones de tipo
étnico, racial, religioso o político”.
Sobre la película
Hotel Ruanda fue
filmado en Sudáfrica con un modesto capital mixto, pero
distribuido luego por la United Artists gracias a la
calidad y el mensaje de la obra. El ex hotelero Paul
Rusesabagina –quien vive ahora en Bélgica- colaboró
con el guión y asesoró a los actores durante el rodaje.
La producción, el guión y la dirección le
correspondieron a Terry George, un dramaturgo
irlandés convertido en cineasta que logra aquí su primer
filme de relieve internacional, después de hacerse notar
por el guión del impactante En nombre del padre,
y la dirección de Hijo de alguna madre, ambas
sobre la violencia en Irlanda del Norte. El actor negro
Don Cheadle, activo desde 1995 en una veintena de
filmes, rinde un trabajo excepcional en el exigente
papel del hotelero, por el cual fue nominado al Oscar
como mejor actor principal, contando en el reparto con
Sophie Okonedo (postulada a mejor actriz
secundaria), mientras los veteranos Nick Nolte y
Jean Reno, junto con el joven Joaquin Phoenix
se destacan en papeles clave. El guión original del cual
George es co-autor, también es candidato al Oscar en su
categoría, esperándose que Hotel Ruanda haga un
honroso papel en la inminente premiación de la Academia,
aparte de otros certámenes internacionales en ciernes o
ya finalizados -en el festival de Toronto ganó el premio
del público- honores bien merecidos dada la alta factura
técnica que exhibe este filme, de difícil ambientación y
rodaje, que ha logrado conmover al mundo con su mensaje
pacifista de hondo contenido humano.
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