Treinta
años antes de que Cristóbal Colón viera la luz en algún lugar de
Europa, presumiblemente Génova, una armada de monumentales
juncos construidos en teca zarparon del Mar Amarillo en la
primavera de 1421. Los almirantes tenían instrucciones de
“navegar hasta los confines de la tierra y recolectar tributos
de los bárbaros de ultramar...para atraerlos bajo el cielo y
civilizarlos en la armonía del confucianismo”. La orden venía
del emperador Zhu Di, tercero de la dinastía Ming y constructor
de la Ciudad Prohibida en Beijing. A finales de ese año el
almirante Hong Bao llegó a la Antártida, poco antes de que el
almirante Zhou Wen anclara en Puerto Rico en la ruta que lo
llevaría a Estados Unidos y Groenlandia. En 1422 el almirante
Zhou Man tocó tierra en Perú y un año después llegó a California
y México. A finales de 1423 los sobrevivientes regresaron a
China para sufrir el embate de los mandarines: los testimonios
que traían fueron destruidos bajo la orden de cerrar las
fronteras del imperio y acabar con los viajes de exploración.
En su fascinante libro 1421, el
año cuando China descubrió América, el capitán retirado de
submarinos inglés Gavin Menzies sigue la pista a esta colosal
flota. Con seis siglos de experiencia en navegación y sólidos
conocimientos de astronomía que les permitían establecer latitud
y longitud, los chinos desarrollaron el barco más grande de su
época: los Juncos del Tesoro, unos leviatanes de 480 pies de
largo por 180 de ancho y nueve mástiles capaces de navegar por
meses con vientos y corriente a favor (la Santa María tenía 75
pies de eslora) Completaban la flota juncos mercantes de 90 pies
cargados de cerámicas y sedas, además de juncos de suministros
con plantas de arroz, gallinas vivas, semillas de soya y todo lo
necesario para mantener con vida a miles de marineros, oficiales
y concubinas.
Basado en cartas náuticas
portuguesas, italianas, japonesas y árabes donde se puede ver
Africa, América y Australia antes de los viajes de Da Gama,
Colón o Cook, el capitán Menzies concluye que los únicos capaces
haber recopilado toda esa información cartográfica fueron los
chinos y por diversas vías se coló a otros navegantes. Para él,
los chinos no solo circunnavegaron el globo, sino que
establecieron poblados y comerciaron en las tierras que
encontraron. Como testimonio de su contacto con estas tierras
cita la presencia de gallinas asiáticas en Perú, rastros de ADN
en los indígenas venezolanos y colombianos, piedras talladas en
la costa de Senegal y restos de naufragios en las playas de
Australia.
¿Y Colón? Según Menzies, el
Descubridor de América confabuló con su hermano Bartolomé para
forjar una carta náutica y estafar a los reyes católicos. Luego
se embarcó hacia el oeste sabiendo muy bien hacia donde iba y el
resto es historia.
Leído como una fabulación, el libro
es cautivante. De ser cierto, nos advierte hasta donde pueden
llegar los chinos cuando deciden salir de casa.
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