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Hasta el fin del mundo
por Eli Bravo
jueves, 28 abril 2005

 

           Treinta años antes de que Cristóbal Colón viera la luz en algún lugar de Europa, presumiblemente Génova, una armada de monumentales juncos construidos en teca zarparon del Mar Amarillo en la primavera de 1421. Los almirantes tenían instrucciones de “navegar hasta los confines de la tierra y recolectar tributos de los bárbaros de ultramar...para atraerlos bajo el cielo y civilizarlos en la armonía del confucianismo”. La orden venía del emperador Zhu Di, tercero de la dinastía Ming y constructor de la Ciudad Prohibida en Beijing. A finales de ese año el almirante Hong Bao llegó a la Antártida, poco antes de que el almirante Zhou Wen anclara en Puerto Rico en la ruta que lo llevaría a Estados Unidos y Groenlandia. En 1422 el almirante Zhou Man tocó tierra en Perú y un año después llegó a California y México. A finales de 1423 los sobrevivientes regresaron a China para sufrir el embate de los mandarines: los testimonios que traían fueron destruidos bajo la orden de cerrar las fronteras del imperio y acabar con los viajes de exploración.

            En su fascinante libro 1421, el año cuando China descubrió América, el capitán retirado de submarinos inglés Gavin Menzies sigue la pista a esta colosal flota. Con seis siglos de experiencia en navegación y sólidos conocimientos de astronomía que les permitían establecer latitud y longitud, los chinos desarrollaron el barco más grande de su época: los Juncos del Tesoro, unos leviatanes de 480 pies de largo por 180 de ancho y nueve mástiles capaces de navegar por meses con vientos y corriente a favor (la Santa María tenía 75 pies de eslora) Completaban la flota juncos mercantes de 90 pies cargados de cerámicas y sedas, además de juncos de suministros con plantas de arroz, gallinas vivas, semillas de soya y todo lo necesario para mantener con vida a miles de marineros, oficiales y concubinas.

            Basado en cartas náuticas portuguesas, italianas, japonesas y árabes donde se puede ver Africa, América y Australia antes de los viajes de Da Gama, Colón o Cook, el capitán Menzies concluye que los únicos capaces haber recopilado toda esa información cartográfica fueron los chinos y por diversas vías se coló a otros navegantes. Para él, los chinos no solo circunnavegaron el globo, sino que establecieron poblados y comerciaron en las tierras que encontraron. Como testimonio de su contacto con estas tierras cita la presencia de gallinas asiáticas en Perú, rastros de ADN en los indígenas venezolanos y colombianos, piedras talladas en la costa de Senegal y restos de naufragios en las playas de Australia.

            ¿Y Colón? Según Menzies, el Descubridor de América confabuló con su hermano Bartolomé para forjar una carta náutica y estafar a los reyes católicos. Luego se embarcó hacia el oeste sabiendo muy bien hacia donde iba y el resto es historia.

            Leído como una fabulación, el libro es cautivante. De ser cierto, nos advierte hasta donde pueden llegar los chinos cuando deciden salir de casa.

ebravo@unionradio.com.ve 

 
 
 
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