Llama
poderosamente la atención que mientras Chávez recorre el mundo
declarándole la guerra a los Estados Unidos, en Venezuela la
Fuerza Armada Nacional -la organización con la cual podría
aunque fuera simbólicamente emprender su cometido- sea sometida
a un proceso de desmantelamiento y destrucción sin precedentes y
que hace pensar que al hablar de confrontación con el país más
poderoso de la tierra, el líder de la revolución mundial se
refiere a una seguidilla de batallas de la arepa contra la
hamburguesa, del joropo contra el rock y del sombrero de cogollo
contra el tejano.
Porque es que de otra manera no se explicaría el hundimiento del
ejército “revolucionario y libertador” en una tormenta de
indisciplina y corruptelas como la que acaba de suceder en un
cuartel de Cumaná donde unos soldados atentaron contra la vida
de otros, o la comisión del delito de lesa patria (Chávez dixit)
por parte del Grupo Antiextorsión y Secuestro (GAES) con sede en
San Cristóbal, acusado de haber entregado al gobierno colombiano
por un puñado de dólares, pesos y bolívares a un comandante de
la guerrilla de las FARC que residía en Caracas.
Y todo bajo la miraba pasiva, si no complaciente, de la alta
jerarquía militar que ve impasible como un escándalo mayor
sucede a otro (antes del soldado quemado en el 742 Batallón de
Reserva del cuartel Gran Mariscal de Ayacucho en Cumaná, hubo 8
soldados que sufrieron igual suerte en el Fuerte Mara,
Maracaibo) y que solo actúa expost, o para ejecutar las
venganzas políticas de Chávez contra los oficiales que no le son
afectos y que también llaman juicios militares.
Pero hay más, mucho más, la compra en equipos militares rusos
(fusiles AKA, carros de combate, helicópteros MI 26T, MI 17V5,
MI 35M y aviones Mig-29) que facturará en una primera etapa unos
500 millones de dólares -y se espera traspase en unos 3 años los
2 millardos de dólares y que algunos especialistas consideran la
más grande inversión en chatarra militar que haya realizado país
alguno en cualquier tiempo y lugar- dio lugar a una movilización
tan inusitada de perros de la guerra rusos y venezolanos que,
sin llegar los fusiles ni el primer helicóptero a Venezuela, ya
hay un detenido acusado de haberse presentado a Moscú a cobrar
una multimillonaria comisión y se sospecha es causa de la muerte
de un general que pereció en un accidente en Fuerte Tiuna en
extrañas circunstancias por el mismo caso.
Hay, igualmente, la amenaza del presidente Chávez de formar
unidades de reservas adscriptas a los cuarteles hasta por el
doble y el triple de los efectivos regulares, entrenadas y
armadas hasta los dientes, que determinarán el fin de la FAN y
que civiles y políticos ronden los cuarteles como aves de rapiña
que se preparan a asaltar la presa.
En definitiva, todo un cuadro clínico cuya sintomatología obliga
a pensar en la enfermedad o estrategia que Chávez, y teóricos
militares como los generales, Raúl Baduel, García Carneiro y Alí
Uzcátegui, llaman “Guerra Asimétrica o de Cuarta Generación” y
que los amantes del folklore religioso saben que versa sobre las
condiciones primarias en que resisten grupos fundamentalistas o
raciales contra poderes establecidos, llámense ejércitos,
estados o naciones, que disponen de una compleja e inalcanzable
tecnología militar.
Y cuyo ejemplo más vívido y presente a escala Latinoamericana
fue la guerra del sertao de Canudos, protagonizada por el
adivino Antonio Conselheiro contra el ejército de Brasil y que
tan gloriosamente contaron en el siglo XIX, Euclides da Cunha,
en “Os Sertoes” y Mario Vargas Llosa, en el XX, en “La guerra de
fin del mundo”.
Y a escala mundial, las guerras que asolaron a África ecuatorial
a mediados de los 80 como producto del colapso de los estados
postcoloniales; al Caucazo y Asia Central después de la caída
del imperio soviético y a los estados balcánicos una vez que
Yugoslavia pasó a mejor vida.
Pero por sobre todo, como ejemplo típico y paradigmático de la
que se piensa es la “guerra asimétrica” por excelencia, se tiene
la confrontación de las huestes de Osama Bin Ladem y el Mula
Omar contra el ejército de Estados Unidos en el Afganistán de
los talibanes y en la cual fue derrotada de una manera tan cabal
y simétrica la “guerra asimétrica”, que desaparecieron los
talibanes y Bin Ladem y el Mula Omar son hoy fugitivos de la
justicia ordinaria y viven a salto de mata.
Y decimos que fue la “guerra asimétrica” por excelencia, porque
en Afganistán había desaparecido todo vestigio de estado, no
existían instituciones de ningún orden ni clase, el sistema de
gobierno era absolutamente teocrático y quienes resistieron lo
hicieron a nombre de Alá, Mahoma y el Corán.
O sea, una situación que no es ni lejanamente parecida a la de
la actual resistencia iraquí, que
lucha por la defensa de una nación, un estado y un país con
fronteras e instituciones que aun perduran y cuyos líderes
profesan una ideología laica y sin ninguna pretensión a ser
presentados como mártires de la yihad
en transe de conquistar el paraíso terrenal.
De modo que lo que tenemos en Irak es una simple guerra de
guerrillas o guerra irregular, cuyas similitudes con la “guerra
asimétrica” son las características que siempre tuvieron las
guerras irregulares, o sea, uso del terrorismo, no empeñar
batallas definitivas, emboscar y atacar el enemigo donde menos
se espera.
Igualmente exhibe prácticas de la “guerra asimétrica”, como son
constituir a los civiles como los blancos preferidos y
constituir la guerra en un espectáculo que importa más por su
efecto mediático que militar, pero sin que estos rasgos alcancen
a definirla como “guerra asimétrica”.
Al contrario, podría decirse que las acciones terroristas que en
la actualidad patrocina Osama Bin Ladem y Al Qaeda contra los
infieles, léase Estados Unidos y Europa, pueden definirse como
“guerra asimétrica”, por cuanto las ejecuta un ejército
religioso a nombre de un dios, un profeta y un credo, sin un
estado, fronteras o instituciones, y por soldados invisibles
contra enemigos demasiados visibles.
A lo que queremos llegar es a la verdad incuestionable de que la
“guerra asimétrica” no es un acontecimiento que se pueda
planificar, prever o preestablecer, sino que surge de
situaciones concretas, abruptas e inapelables y como respuesta
del estado más elemental de la sociedad, que es el que
prefiguran las creencias religiosas y raciales, cuando la
civilización y sus instituciones han desaparecido.
Por eso no pueden recibirse las afirmaciones de los teóricos de
la guerra asimétrica venezolana, filósofos de la historia del
tipo Chávez, Baduel, García Carneiro
y Alí Uzcátegui, sino con la sorna y piedad que provocan hoy en
el mundo el modelo de desarrollo endógeno, la ruta de la
empanada y el vehículo militar Tiuna.
Y todo eso sin contar que en la historia no se conoce ninguna
“guerra asimétrica” exitosa, puesto que los estados
postcoloniales de África ecuatorial se están reorganizando bajo
el patrocinio de las potencias europeas capitalistas y
excoloniales; los estados balcánicos fueron derrotados por la
OTAN y prosperan hoy respaldados por los Estados Unidos y
Europa, el Taliban fue expulsado de Afganistán por los Estados
Unidos y sus jefes huyen hoy perseguidos como bestias salvajes,
y Al Zarqawui, el jefe de la resistencia iraquí,
pareciera tener los días contados ahora que Irak decidió darle
curso a un gobierno democrático como consecuencia de los
resultados electorales de diciembre último.
Claro que en el caso de Chávez y los teóricos de la “guerra
asimétrica” venezolana, filósofos del tipo Baduel, García
Carneiro y Alí Uzcátegui, habría que andarse con cuidado, pues
se trata de ofíciales curtidos en mil batallas y en guerras de
los 5 continentes ¿y por que no sospechar que guardan en sus
guerreras la fórmula para derrotar al país más poderoso de la
tierra?
Por lo menos, démosle su oportunidad… pues quien sabe.

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