Los
críticos de la Administración estadounidense repiten
hasta el cansancio dos ideas: a) por fin han abandonado a
los neoconservadores y han apostado por la diplomacia, aun
hasta con el caso atómico iraní, primera idea, y b) su
estrategia de democratización ha fracasado ante las
victorias de los islamistas en las distintas elecciones
convocadas en Oriente Medio, segunda.
Sobre la primera pienso que no es así necesariamente, aunque
se puede disentir desde luego, por lo que sólo me limitare a
recordar algunos hechos significativos. En la anterior
legislatura no había ningún neoconservador
en el Gobierno y ahora hay uno, Bolton, el
embajador en Naciones Unidas, que en Estados Unidos tiene
rango ministerial. Hace cinco años la doctrina
neo-conservadora era una entre las republicanas, ahora es la
más importante, consustancial a la identidad del partido en
esta nueva etapa caracterizada por la Guerra contra el
Terror. Los neoconservadores nunca han sido
contrarios a la diplomacia ni al soft power, se han
limitado a reivindicar la centenaria tradición europea -esa
que hizo del Viejo Continente el centro del mundo- de que la
diplomacia sin la capacidad disuasoria de un hipotético uso
de la fuerza, se convierte en un ejercicio estéril. No
tienen nada de originales, aunque puedan parecer marcianos
para la laxitud Europea de nuestros días. La segunda
legislatura de Bush se caracteriza por circunstancias muy
distintas: hay que consolidar las reconstrucciones de
Afganistán y de Irak y hay que dar tiempo, porque lo hay,
para tratar de encauzar las crisis del Líbano, Irán y
Palestina. Dentro de un tiempo, a la vuelta de las
presidenciales norteamericanas, se enconarán ante el momento
de tomar difíciles e importantes decisiones.
La
segunda idea, parte de un equívoco intencionado: el
confundir democracia con elecciones. Las segundas son
fundamentales para constituir la primera, pero mientras las
urnas tienen un carácter instrumental, la democracia es algo
sustancial, el resultado de la aplicación de un conjunto de
principios y valores a la vida en comunidad. El Gobierno
norteamericano nunca ha dicho, que la solución para Oriente
Medio sea convocar elecciones a diestra y siniestra. Lo ha
pedido o exigido donde era necesario para establecer nuevos
regímenes políticos de corte democrático –casos de
Afganistán e Irak- o para resolver el problema de la
legitimidad de una parte negociadora -Palestina-. Para el
conjunto de la región la diplomacia norteamericana ha
solicitado la adopción de un conjunto de medidas a aplicar
en conjunción con la Unión Europea, que van desde el combate
contra la corrupción, el respeto a los derechos de la mujer,
el desarrollo de una oferta educativa aceptable hasta la
creación de mercados regionales abiertos y, desde luego, un
proceso de democratización paulatino, que debe pasar por
unas elecciones más limpias que las efectuadas hasta la
fecha.
No
nos olvidemos de los términos, porque no son casuales.
Estados Unidos propuso en el verano de 2004, en la cumbre
del G-7, una "Iniciativa para la Transformación." De lo que
se trataba, y se sigue tratando, es de provocar cambios
sustanciales en las distintas sociedades para que ese
conjunto de principios y valores que caracterizan el
espíritu democrático arraiguen, como lo han hecho en otras
naciones no occidentales, como Japón o la India, o incluso
musulmanas, como Turquía o, con sus muchas limitaciones,
Indonesia. La democracia es un proceso y no se llega a un
estadio determinado si antes no se pasa por ciertas
estaciones.
Que los procesos electorales iban a conceder oportunidades a
los islamistas es algo que ya se sabía y se asumía. Pero eso
no hace más que evidenciar la realidad. El problema
fundamental es que los islamistas ya han ganado la calle en
muchos países y están en vías de conseguirlo en algunos
otros Europa incluida. Ese triunfo no se puede comprender si
no se tiene en cuenta la frustración provocada por el
fracaso de las distintas vías de modernización seguidas
hasta la fecha. El hombre vuelve la vista al pasado cuando
no encuentra expectativas en el presente y no cree en el
futuro. El islamismo ha salido de las cavernas porque no hay
alternativa mejor, la gente les reconoce su trabajo en el
campo de la caridad y el asistencialismo y porque están
deseando acabar -a su manera- con los regímenes árabes
corruptos que les han quitado la esperanza y los sumieron en
la miseria por años.
Al
islamismo no se le derrotará prohibiendo elecciones y
apoyando dictaduras, sino desandando una expectativa
modernizadora, perfectamente compatible con el Islam y con
los valores occidentales.
La
transformación democrática no ha hecho más que empezar y
estamos muy lejos de saber si triunfará o fracasará. Lo
fundamental, lo que no debemos olvidar en ningún momento, es
que la alternativa ya fue ensayada durante décadas por los
gobiernos árabes con resultados catastróficos. Como
Condolezza Rice reconoció en El Cairo, "sacrificamos la
libertad por la estabilidad, y al final, no tenemos
estabilidad ni libertad"
Veremos como sigue esta aventura democratizadora donde la
palabra democracia aun no ha arraigado en el sentir y el
deseo de los gobernantes que temen la perdida de sus
prebendas y beneficios.
* |
Periodista y Analista Político para Medio Oriente.
Miembro del Consejo Mundial de la Revolución de los
Cedros e integrante del Comité Libanés Internacional.
Director General y Vocero del Bureau de Informaciones
Libanesas para América Latina. |