De primera impresión el solo pensamiento en un
resquebrajamiento del papel institucional de las Fuerzas
Armadas, ha sido desde siempre y bajo cualquier esquema de la
organización social y cultural de un país, un indicador de una
fractura profunda de las bases mismas de esa sociedad. No es
posible imaginar a las Fuerzas Armadas, como un evento aislado
de la sociedad donde se forman y conviven sus miembros. Tanto
la institución armada como sus integrantes, forman parte de la
dinámica en la que gravitan como miembros y partes de un todo.
Las Fuerzas Armadas, mientras se preserve el
criterio de la civilización occidental sobre la organización
de la sociedad, son y deben ser parte de la democracia. Es
más, son una parte substancial de la democracia, porque ellas
en sí mismas han adoptado el principio del derecho que tiene
cualquier ciudadano a su superación personal. Esta institución
es una de las que más privilegian la posibilidad de que
cualquier ciudadano, no importa su raza, religión o extracción
social, ocupe los más altos niveles de su rango. La
institucionalidad tanto de la democracia como de sus
componentes debe ser un principio monolítico,
independientemente de que sus miembros tengan criterios
políticos. Las diferencias de opinión son parte del
monolitismo acerca de la institución siempre y cuando ésta
sepa procesar y digerir las diferencias en un esquema de
debates que no afecte la institucionalidad. Así como la
posibilidad de un resquebrajamiento de las Fuerzas Armadas es
altamente negativa para la democracia, también lo es para el
desarrollo del país. El resquebrajamiento es un signo de
deterioro, que evidentemente da la sensación de un país sin
capacidad de crecimiento y desarrollo, de una economía frágil
con escasos márgenes de éxito.
La solidez de las Fuerzas Armadas se preserva
a través de la solidez de la sociedad misma tanto
institucional como económicamente. Toda institución necesita
conocer su horizonte y su objetivo para prosperar como
organización social, para madurar y comprender el papel que
desempeña. A todo el mundo en lo particular y como parte de un
organismo, le gusta saber hacia dónde va. Este horizonte se
diseña bajo la responsabilidad de todos, bajo la participación
de todos, lo cual al mismo tiempo significa solidez, sanidad
institucional, madurez social y prosperidad económica.
Algunos sectores del país se preocupan y
ajustician al percibir fisuras internas, problemas de
comunicación y síntomas de disolución entre los cuadros de la
oficialidad de las Fuerzas Armadas. Esto es un signo extraño
en tiempos difíciles. Por el contrario el papel fundamental
que debe jugar la institución es ser siempre la misma, aun
dentro de un proceso de desunión generalizada del país. Pensar
que es posible aislarse de la presión social y más aún por
encima de ella, es una gran mentira. Por ello con mucho
énfasis debe cuidarse la unidad institucional y por ende el
espíritu de cuerpo de las Fuerzas Armadas. Nada sería más
pernicioso que un germen de división campaneando en las filas
castrenses.
Más que la uniformidad de criterios sobre
materias es esencial la de la seguridad y la defensa, lo que
es deseable es que la unidad de criterio se manifieste en cada
hecho de la vida interna de los cuarteles, y esa unidad de
acción, se traduzca en identidad de causa y comunión de
intereses capaces por sí solos, de generar opinión consciente
y creadora a favor de la institucionalidad y gobernabilidad
del país dentro de las normas que la democracia establece.
Unas Fuerzas Armadas desarticuladas, presas de
conmociones internas, generarían desconciertos y desazón
dentro y fuera de las mismas, creando un margen de inseguridad
social nacional propicia para cualquier evento desagradable.
Creo en la unidad de las FFAA no como recurso
de oratoria y exactitud de mandos o procedimientos, sino como
miembro de las mismas como activo y oficial retirado desde
cuyas posiciones he velado y luchado por su unidad y sanidad
institucional.
Ex ministro de la Defensa
Ex comandante general del Ejército
Ex jefe de Estado Mayor del Ejército
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