Cada
cierto tiempo y cuando el agua comienza a llegarle
al cuello, el Presidente hace profesión de paz
pidiendo ayuda para envainar el sable. Lo hace con
ese lenguaje declamatorio y decimonónico, tan
lleno de paráfrasis y metáforas que escandalizan a
quien se sienta honrado y plenamente responsable
de vivir en el siglo XXI. No dice: dejaré la
polémica y las diatribas, la matonería y los
niples, la ineficiencia, los abusos, el nepotismo
y la corrupción, que es lo que en rigor
quisiéramos todos los venezolanos. Y no lo dice
por una simple razón: él jura que lo que disgusta
es su "estilo", no su gobierno; sus maneras, no
sus propósitos; su lenguaje, no sus desastrosas
ejecutorias.
Por
no ir más lejos: precisamente ahora, cuando
asediado por el ominoso y masivo rechazo de la
inmensa mayoría de los ciudadanos se asoma a pedir
ayuda para envainar la espada -como si ese sable
imaginario pesara una tonelada y no fuera asunto
de su absoluta y exclusiva incumbencia- adelanta
algunas medidas que bien pudiera haber consultado
con aquellos a los que también conmina a envainar
el sable, sus opositores. Quita al más eficiente
de sus funcionarios, el general Lameda, de la
presidencia de
Pdvsa
para poner en su lugar a un hombre de bien, pero
ignaro en asuntos de tanta experticia y
experiencia como el manejo de nuestra más
importante fuente de recursos. Nombra en el
Ministerio de Producción y Comercio a la más
ineficiente de sus fieles, doña Adina Bastidas,
sin duda la menos capacitada de todos sus
funcionarios para establecer un diálogo fecundo,
provechoso y libre de odiosidades con el sector
empresarial. Y ni siquiera menciona el paquete de
leyes diseñado por la misma Sra. Bastidas e
impuesto al país sin consultas ni consideraciones
por una mayoría parlamentaria carente de todo
auténtico poder y sin la más mínima independencia
como para contar con el respeto de las mayorías.
Usa
además la manida figura literaria sin
consideración del hecho de que el país entero, con
la minoritaria excepción de su fanaticada, rechaza
la sola idea de seguir contando con el ejército en
funciones ajenas a sus estrictas y cuartelarias
obligaciones, ansioso como está por dar vuelta la
página al extravío iniciado aquel aciago 4 de
febrero y volver a la majestad e imperio de la
civilidad en asuntos políticos. ¿No hay quien en
su entorno le recomiende olvidar todo apresto
castrense, le aconseje no vestir nunca jamás
ninguno de sus uniformes y se haga a la humilde e
higiénica función de gobernar como un auténtico
presidente de la República y no como un
polvoriento caudillo de montoneras?
Le aseguro, Sr. Presidente, que el país todo le
agradecerá si se vuelve a otros arquetipos que al
siniestro de Fidel Castro. Cuánto no le
agradeceríamos se acercara al estilo de Ricardo
Lagos, de Fernando Henrique Cardoso o, aquí mismo
a nuestro lado, de Andrés Pastrana. Olvídese de
las espadas, de los uniformes, del lenguaje
cuartelero, de las boinas rojas, de sus capitanes,
tenientes y coroneles y vuélvase con generosidad
al mundo civil, tan próspero en excelentes
técnicos y profesionales. De hacerlo, le aseguro
que terminarán como por encanto los
enfrentamientos. Y pueda que hasta lo dejemos
terminar el período con un inmenso suspiro de
alivio.
No lo dude: envaine el "proceso", Sr. Presidente.
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