Esto,
sin duda, será un aporte venezolano,
innegablemente creativo, a la historia universal
de los golpes de Estado: el golpe goteado y
mediático. Eso de que cada cierto tiempo se vayan
presentando altos oficiales, de punta en blanco,
con el pecho cuajado de condecoraciones, para
pedir la renuncia del Presidente o su
enjuiciamiento, aparte de ser un fenómeno
singular, habla de que la honda crisis política
que vive el país tiene como protagonistas de
excepción a los militares. No a la FAN como
institución -al menos, por ahora-sino a los
militares en tanto que individuos. La medida de la
crisis la da la absoluta impunidad con que los
señores oficiales han procedido. Tocarle el...
"bolsillo" al Gobierno es casi juego de niños.
Presentar como muestra de "espíritu democrático"
lo que no es sino una pérdida total de autoridad
sólo se le puede ocurrir a José Vicente. Ni la
Constitución ni la Ley Orgánica de la FAN (Lofan)
permiten conductas como las de Soto y Molina
Tamayo. Pero ha sido el propio Chávez quien abrió
esa caja de Pandora. Fue él quien los autorizó a
romper la disciplina ("no son eunucos políticos"),
a opinar y hasta a rebelarse. Cosecha lo que
sembró. Entre tanto el ministro de la Defensa,
cual director de los músicos del Titanic, nos dice
que "todo está tranquilo", mientras el mundo se le
viene encima al Gobierno.
Este, que es la variable más importante de este
drama, luce paralizado e impotente y todo lo hace
a medias. Cuando es la hora de las acciones
audaces y determinantes, demora en ejecutar
medidas que podrían abrir juego. Sacar de cuajo al
gabinete económico y al recién nombrado presidente
de
Pdvsa (cuya designación ha sido una metida de
pata), llevar a juicio a unos cuantos corruptos
emblemáticos, devolver el faraónico avión que está
por llegar, establecer interlocución con las
instituciones políticas y económicas sin
discriminación alguna, son varios de los gestos
que cabría esperar en esta hora de crisis
galopante. Pero Chávez está catatónico. Olvida que
el tigre come por lo ligero.
De
otro lado, urge crear una referencia política que
articule el vasto sentimiento mayoritario que
desea una solución pacífica y democrática a esta
crisis y rechaza las posiciones radicales. El país
no puede ser prisionero de posturas extremas,
mediáticamente avasallantes por razones obvias,
que generan la percepción de una confrontación
entre bloques irreconciliables, que sólo por la
violencia dirimirían sus diferencias. Hasta ahora,
precisamente, uno de los rasgos más llamativos del
desenvolvimiento de la crisis es que aquí no ha
habido ni siquiera un ojo morado. Gobierno y
oposición se han manejado, dentro de todo, con
prudencia en la calle. Eso expresa, ciertamente,
una voluntad de paz. Esa voluntad necesita puntos
de referencia en el vasto y disperso mundo
opositor. Porque, de lo contrario, un día de
estos, gota a gota, nos aparece en las pantallas
de TV una junta militar que, "muy a su pesar", se
hará cargo del coroto
.