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Abstención, indiferencia y abismos
por Elías Pino Iturrieta
sábado, 28 agosto 2005

 
Una considerable porción de la sociedad se ha limitado a ser testigo de la conducta de Chávez, sin tomar una determinación frente a lo que observa. Ciertamente sabe de qué se trata, debido a que lo murmura cuando tiene oportunidad. En realidad la gente calcula con precisión las consecuencias nefastas de lo que el mandón hace desde las alturas de un poder sin continencia, pero se limita a los comentarios soterrados sin concretar acciones a través de las cuales se puedan confirmar sus alarmas y sus malestares.

Quizá la gente todavía no crea lo que ve, o piense que apenas se encuentra frente a un experimento de dictadura en cuyo asentamiento pueden salvarse los derechos conquistados por la democracia con el correr del tiempo. Curiosa reacción, cuando los comentarios de cada día van a dar inexorablemente hacia un pantano en cuyas babas se afianza una sensibilidad de tragedia que encuentra paternidad en el teniente coronel a quien se ha permitido un señorío absoluto sobre nuestras vidas.

Después del Referéndum revocatorio, la mayoría de quienes adversaron al régimen se ha sumido en un exilio interior. No han necesitado de pasaporte ni de boleto aéreo para quedar fuera de los confines del país, mientras la rutina transcurre hacia un desastre sin remedio. El confinamiento voluntario en los hogares, la lejanía de los lugares en los cuales se dirime habitualmente el destino de todos, la decisión de plantarse frente al televisor para enterarse de lo que sucede afuera, como si tales sucesos formaran parte de un teatro extraño y ajeno, señalan la persistencia de un ostracismo doméstico que cada quien fue resolviendo individualmente hasta transformarlo en un fenómeno colectivo. Seguramente sobren las razones para que el apartamiento se explique y legitime: el ramalazo de un fracaso electoral sobre el cual nadie había pensado de antemano, la irresolución de quienes debían custodiar el voto del pueblo, la seguridad de que ninguno de los poderes escucharía los reclamos, el rampante descrédito del organismo electoral, la resaca dejada por un paro nacional del cual se heredó una frustración difícil de superar... conforman la topografía de un paisaje que pasó del regocijo a la desolación porque en adelante nadie lo quiso transitar con el entusiasmo de la víspera.

Solo un cuarteto de asociaciones ciudadanas y las plumas tercas de media docena de escribidores continuaron llamando a la acción a través de la prensa, sin dejar un solo momento de animar la escena política desde la orilla de la oposición. Sus intentos no han conducido a una cosecha apreciable, sin embargo, gracias al eco que ha tenido la tendencia al ostracismo que venimos comentando. Debido a las elocuentes evidencias de lejana y aun de aversión que han proliferado en relación con los negocios públicos, una parte de la dirigencia ha topado con la plataforma para realizar una insólita lucha que consiste en no hacer nada, en dejar hacer y dejar pasar como alternativa de cambio. Nadie puede asegurar que el exilio interior se haya producido después de una profunda reflexión, o como corolario de un análisis concienzudo de la realidad. Quizá proviniera sólo de los desencantos de cada cual convertidos en aluvión, de unas pasiones personales que, sin proponérselo de veras, se conectaron con las pulsiones del prójimo para desbordar el límite de lo individual. No obstante, una parte de la dirigencia ha convertido la pasividad en estrategia y el silencio en manifestación, para hacernos creer que podemos librarnos de Chávez sin hacer prácticamente nada.

En lugar de pelear con los amigos que pretenden hacer de la abstención una militancia y del desdén una virtud, sólo nos queda mirar hacia el estéril inventario que han dejado. Es de veras muy poco lo que se puede anotar con tinta azul en las páginas de un libro sin escritura, en los folios de un volumen sin dígitos. Sucesos como la desolación de las elecciones municipales, como el Festival de la Juventud que le siguió y como el reciente viaje del comandante a La Habana, orientados sin vacilación hacia una fractura terminal con los usos de la democracia representativa y hacia la reafirmación de interpretaciones totalitarias de los regímenes políticos, dan cuenta de cómo la luchas no se hacen en el interior de los apartamentos, ni frente a la pantalla del televisor en compañía de la parentela, ni echando pestes en la soledad del tráfico, en las barras de los restaurantes y en los pasillos de las funerarias. ¿Acaso le puede temer el belicoso Chávez a un ejército que, de tanto esconderse, de tanto murmurar en la trastienda, parece que no existiera?
 

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 Artículo publicado en el diario El Universal, edición del sábado  27, agosto 2005

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