La
agudización de tensiones entre Venezuela y Colombia pone en
evidencia que el engaño es esencial en la política exterior del
Presidente venezolano.
La carrera de Hugo Chávez Frías se ha sustentado siempre en el
engaño. En primer término engañó a sus superiores y a muchos de
sus compañeros militares, ocultando sus ideas de izquierda
radical en tanto conspiraba para derrocar un régimen legal y
legítimo. En segundo lugar engañó al electorado, escondiendo su
intención de aliarse con Fidel Castro y llevar a cabo en
Venezuela una revolución socialista por etapas. Chávez también
ocultó su propósito, una vez conquistado el poder por vía
electoral, de jamás admitir la alternabilidad en el gobierno. Él
sabe que no entregará el poder por medios democráticos.
El cuarto proceso de engaño se ha venido ejecutando a partir de
1999. Se trata de adelantar una estrategia de subversión a nivel
continental, en estrecha alianza con la Cuba castrista, a objeto
de
desestabilizar los gobiernos que se consideren enemigos, de
apoyar candidatos afines a la concepción "bolivariana", y
constituír un frente antinorteamericano de amplia base y largo
aliento, mediante la unión de la extrema izquierda regional.
Esto se realiza, sin embargo, en medio de una cortina de humo
"democrática", que Hugo Chávez
usa de manera fraudulenta.
Lo novedoso del caso no tiene que ver con las metas, sino con la
creencia por parte del Jefe de Estado venezolano, que su
capacidad de engaño le permitirá avanzar lejos en el camino,
antes que la mentira se haga insostenible. Hugo Chávez fue capaz
de engañar a muchos por varios años, pero dá la impresión de que
a estas alturas ni el Presidente colombiano, ni Washington
--entre otros-- creen en lo más mínimo en Chávez y conocen quién
es en verdad. Uribe sabe que Chávez desea derrocarle, y que las
simpatías del venezolano están del lado de la guerrilla
colombiana. Washington sabe que la médula espinal de la conducta
de Chávez es un incurable anti-yanquismo. Los Jefes de Estado de
Brasil, Chile, y México marcan sus propias distancias con
Chávez, percibido como adalid de un delirio ideológico
anacrónico.
Después de años de complacencia, Washington ahora aguarda a que
el Presidente venezolano se hunda en el pantano de sus
contradicciones. Goethe decía que "nadie nos engaña: nos
engañamos a nosotros mismos". El gobierno norteamericano ha
hecho lo posible por auto-engañarse con respecto a Chávez, pero
ya es difícil mantener la ficción. En cuanto a Álvaro Uribe,
cualquier ilusión que el Presidente colombiano haya albergado en
el pasado con relación a Chávez se ha disipado. Son enemigos
irreconciliables que sostienen un sólo vínculo entre sí: el de
la hipocresía.
Hugo Chávez tendrá éxito si logra moverse en un contexto de
ambigüedad. De igual manera, su fracaso empezará a tomar forma
cuando no pueda engañar más, y se vea forzado a definirse
claramente: ¿socialismo o capitalismo?, ¿Castro o los países
democráticos de América?, ¿las FARC o Uribe? El terreno de
las definiciones es fatal para el venezolano, y por ello intenta
aferrarse a la cuerda floja de una retórica ambivalente, que
esconde un curso de acción inequívoco. Obligarle a definirse es
la mejor opción para debilitarle, de allí lo complicado que le
ha sido manejar el caso del "canciller" de las FARC capturado en
Caracas.
El rumbo del Presidente venezolano no se caracteriza
exclusivamente por la protuberante presencia del engaño. Hay
también un poderoso elemento de soberbia, de la arrogancia de
quien se considera capaz de engañar repetidas veces, de mentir
descaradamente y sin embargo salirse con la suya. Ese factor de
soberbia y arrogancia, estoy convencido, llevará a Chávez al
fracaso. No será la oposición,
no será Washington, no serán otros militares quienes le
detendrán: será él mismo quien se labrará un desenlace
ignominioso.
Cabe preguntarse si un veterano como Fidel Castro, curtido por
el
cinismo de las frustraciones, cree realmente en la estrategia
que ejecuta con su discípulo venezolano. Quizás Castro lo hace
para
vengarse de las derrotas del pasado, perturbando un poco más al
continente. Tal vez sigue la corriente a Chávez, en tanto
aprovecha --como hizo con los soviéticos-- un flujo de recursos
que prolonga la vida del precario edificio de su revolución. Sea
como fuere, el espectáculo de ambos caudillos es lamentable.
Creen que engañan, pero una intensa luminosidad les muestra por
completo.
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