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El engaño como política de Estado
por Aníbal Romero
miércoles, 26 enero 2005

 

 

La agudización de tensiones entre Venezuela y Colombia pone en
evidencia que el engaño es esencial en la política exterior del
Presidente venezolano.

La carrera de Hugo Chávez Frías se ha sustentado siempre en el
engaño. En primer término engañó a sus superiores y a muchos de sus compañeros militares, ocultando sus ideas de izquierda radical en tanto conspiraba para derrocar un régimen legal y legítimo. En segundo lugar engañó al electorado, escondiendo su intención de aliarse con Fidel Castro y llevar a cabo en Venezuela una revolución socialista por etapas. Chávez también ocultó su propósito, una vez conquistado el poder por vía electoral, de jamás admitir la alternabilidad en el gobierno. Él sabe que no entregará el poder por medios democráticos.

El cuarto proceso de engaño se ha venido ejecutando a partir de
1999. Se trata de adelantar una estrategia de subversión a nivel
continental, en estrecha alianza con la Cuba castrista, a objeto de
desestabilizar los gobiernos que se consideren enemigos, de
apoyar candidatos afines a la concepción "bolivariana", y constituír un frente antinorteamericano de amplia base y largo aliento, mediante la unión de la extrema izquierda regional. Esto se realiza, sin embargo, en medio de una cortina de humo "democrática", que Hugo Chávez
usa de manera fraudulenta.

Lo novedoso del caso no tiene que ver con las metas, sino con la creencia por parte del Jefe de Estado venezolano, que su capacidad de engaño le permitirá avanzar lejos en el camino, antes que la mentira se haga insostenible. Hugo Chávez fue capaz de engañar a muchos por varios años, pero dá la impresión de que a estas alturas ni el Presidente colombiano, ni Washington  --entre otros-- creen en lo más mínimo en Chávez y conocen quién es en verdad. Uribe sabe que Chávez desea derrocarle, y que las simpatías del venezolano están del lado de la guerrilla colombiana. Washington sabe que la médula espinal de la conducta de Chávez es un incurable anti-yanquismo. Los Jefes de Estado de Brasil, Chile, y México marcan sus propias distancias con Chávez, percibido como adalid de un delirio ideológico anacrónico.

Después de años de complacencia, Washington ahora aguarda a que el Presidente venezolano se hunda en el pantano de sus contradicciones. Goethe decía que "nadie nos engaña: nos engañamos a nosotros mismos". El gobierno norteamericano ha hecho lo posible por auto-engañarse con respecto a Chávez, pero ya es difícil mantener la ficción. En cuanto a Álvaro Uribe, cualquier ilusión que el Presidente colombiano haya albergado en el pasado con relación a Chávez se ha disipado. Son enemigos irreconciliables que sostienen un sólo vínculo entre sí: el de la hipocresía.

Hugo Chávez tendrá éxito si logra moverse en un contexto de ambigüedad. De igual manera, su fracaso empezará a tomar forma cuando no pueda engañar más, y se vea forzado a definirse claramente: ¿socialismo o capitalismo?, ¿Castro o los países democráticos de América?, ¿las FARC o Uribe? El terreno de
las definiciones es fatal para el venezolano, y por ello intenta aferrarse a la cuerda floja de una retórica ambivalente, que esconde un curso de acción inequívoco. Obligarle a definirse es la mejor opción para debilitarle, de allí lo complicado que le ha sido manejar el caso del "canciller" de las FARC capturado en Caracas.

El rumbo del Presidente venezolano no se caracteriza exclusivamente por la protuberante presencia del engaño. Hay también un poderoso elemento de soberbia, de la arrogancia de quien se considera capaz de engañar repetidas veces, de mentir descaradamente y sin embargo salirse con la suya. Ese factor de soberbia y arrogancia, estoy convencido, llevará a Chávez al fracaso. No será la oposición,
no será Washington, no serán otros militares quienes le detendrán: será él mismo quien se labrará un desenlace ignominioso.

Cabe preguntarse si un veterano como Fidel Castro, curtido por el
cinismo de las frustraciones, cree realmente en la estrategia
que ejecuta con su discípulo venezolano. Quizás Castro lo hace para
vengarse de las derrotas del pasado, perturbando un poco más al continente. Tal vez sigue la corriente a Chávez, en tanto aprovecha --como hizo con los soviéticos-- un flujo de recursos que prolonga la vida del precario edificio de su revolución. Sea como fuere, el espectáculo de ambos caudillos es lamentable. Creen que engañan, pero una intensa luminosidad les muestra por completo.

 

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