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Le Monde
Diplomatique,
las FARC y
Colombia
por Eduardo Mackenzie
sábado, 15
abril 2006
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El
largo artículo de Maurice Lemoine,
intitulado "Otages et
prisonniers. La Colombie d'Ingrid Betancourt",
publicado
en Le Monde Diplomatique
(abril de 2006) no es un artículo de prensa ordinario, ni
una “investigacion”, como pretende ese mensual al comienzo
del texto. Ese escrito constituye un esfuerzo importante
de reposicionamiento mediático de las FARC en el paisaje
europeo. Es un acto de relaciones públicas en favor de las
FARC. Es evidente que Raúl Reyes, quien parece haber sido
entrevistado por Lemoine en febrero de 2006, le pidió
“hacer algo” para cambiar la imagen detestable que las
FARC arrastran en Francia. Pues esa imagen obstaculiza la
labor de sus agentes en Europa. Todo indica que Maurice
Lemoine asumió esa tarea. ¿Por que no hacerlo? No es la
primera vez que LMD se presta a operaciones de lavado de
imagen de infames dictadores o de organizaciones
extranjeras.
Lemoine explica, en substancia, que las FARC no son una
organización terrorista. Para Le Monde Diplomatique las
FARC son una organización “beligerante”, que merece un
mejor tratamiento en Europa, que debe ser mejor vista,
como lo era en el pasado, antes de los Estados Unidos y la
UE la incluyeran en la lista negra de las bandas
terroristas.
Lemoine aboga en favor de las FARC cuando dice que el
estatuto de “organización beligerante” encajaría muy bien
con lo que dicen las convenciones de Ginebra de 1949 y el
protocolo Adicional II a las convenciones de Ginebra de
1977. Para sustentar esa tesis Lemoine escamotea sin
vergüenza la actividad cotidiana criminal de las FARC.
Gracias a la pluma de Maurice Lemoine, el cautiverio de
cuatro años de Ingrid Betancourt se transforma en un
no-evento, en un casi-malentendido. Ella “está viva y en
buena salud (…) es una mujer inteligente y muy capaz”,
lanza, imperturbable, Raúl Reyes, vocero de las FARC, al
reportero francés. Este último da a entender que tiene
buenas razones para tragar entero las frases de Reyes y no
pedirle pruebas de lo que dice: el ignora que Reyes se
especializó en desmentir todos los crímenes que esa
organización comete. Si se le cree a Reyes, las FARC son
una asociación de filántropos que lucha por el bien de la
humanidad. La prueba: Lemoine asegura que al pronunciarse
sobre Ingrid Betancourt, Reyes sonrió y que esa sonrisa
estaba “exenta de cinismo”.
En una de las monsergas más intrigantes del reportaje,
Lemoine advierte que la “movilización de sentimientos
generosos” a favor de Ingrid Betancourt, es decir la
actividad de los comités de apoyo, es inútil pues son
“recuperados, por estupidez, ignorancia o complicidad,
para el mayor provecho del gobierno colombiano”. Lo que el
gobierno colombiano “recupera” de ese activismo es bien
poco pues la línea general de esos comités es rabiosamente
anti-Uribe. No obstante, esos comités de apoyo quedan
notificados: las FARC les exigen parar su actividad pues
Raúl Reyes no quiere que Europa se entere que las FARC
secuestraron a Ingrid Betancourt y a Clara Rojas, entre
tantos otros.
Inútil sería buscar en el largo artículo de Lemoine una
sola mención de las masacres de diputados departamentales
y de consejeros municipales campesinos, amenazados y
asesinados por las FARC por el solo hecho de ser
representantes del pueblo. Lemoine miente sobre el papel
de las FARC en la ola de secuestros que ha sufrido
Colombia durante los últimos años. El delira cuando afirma
que la delincuencia común secuestra más personas que las
FARC. Según Lemoine, en efecto, del 30,5% de secuestrados
cuya responsabilidad recaería sobre las FARC (contra el
46,2% cometidos por la delincuencia común, según los datos
cuestionables que el utiliza) deberían descontarse “los 36
oficiales y sub-oficiales y policías capturados en
combate” y los tres empleados norteamericanos de Microwave
Systems, que Lemoine califica de “mercenarios”. Para el
jefe de redacción de LMD esas personas no son “rehenes”
sino “combatientes prisioneros”, lo que coincide con el
estatuto que las FARC dan a esas víctimas.
Pero el derecho internacional humanitario --un derecho en
mora de actualización pues no protege la comunidad
internacional de las formas más actuales de violencia y de
terrorismo--, exige al menos que los “combatientes
prisioneros” sean tratados decentemente, pues son sujetos
de derecho. Los miembros de las FARC detenidos en las
cárceles de Colombia y de Estados Unidos, tienen todos los
derechos atribuidos por las leyes de esos países a esa
categoría social.
Los rehenes de las FARC viven, en cambio, en condiciones
atroces: nunca reciben visitas ni correo de sus
familiares, son torturados, son vejados y maltratados,
muchos están enfermos y no tienen atención médica, algunos
han muerto de desnutrición o de fatiga. El caso más
reciente es el de Julián Ernesto Guevara Castro, de 39
años, capitán de la Policía muerto en cautiverio en
febrero de 2006, luego de pasar siete años de enormes
sufrimientos. Otros veinte rehenes (entre ellos 9
policías) fueron asesinados a quemarropa por los
guerrilleros. Guillermo Gaviria, gobernador de Antioquia,
y Gilberto Echeverri, ex ministro de Defensa, quienes
buscaban un contacto con la guerrilla para hablarles de
paz, fueron secuestrados por las FARC y luego asesinados
por éstas en las montanas de Urrao, el 5 de mayo de 2003,
ante un movimiento de la fuerza pública en las
inmediaciones del campamento. Según la fundación País
Libre, cada tres días muere un secuestrado en Colombia. La
comparación que hace el jefe de redacción de LMD entre
presos legales y rehenes de la guerrilla es repugnante.
Sobre el origen de las FARC, la disimulación es aún más
audaz al decir que éstas tienen origen en un “sentimiento
de injusticia” y que la “brutalidad” de las FARC “está
ligada a ese resentimiento”. La creación de las FARC no
tiene nada que ver con sentimiento alguno. Las FARC
siempre ignoraron los problemas del campesinado. Las
dificultades campesinas fueron simplemente
instrumentalizadas por la subversión sin aportarles la
menor solución
[1].
Lemoine utiliza a fondo el pseudo argumento del
“sentimiento de injusticia” para justificar lo
injustificable, para explicar que el crimen del secuestro,
tan explotado por las FARC y el ELN, es legítimo pues las
víctimas son miembros de una clase social generadora per
se de injusticia social.
Esa teoría escandalosa, creación del leninismo, es
esgrimida en Francia, de forma explícita respecto de lo
que ocurre en Colombia, por “Red”, un órgano semi-confidencial
de un grupo trotskista, controlado por la LCR, quien
justifica el secuestro de Ingrid Betancourt por ser, ella,
un “miembro de la clase dominante”. Lemoine no hace sino
retomar esa teoría y aplicarla a otro político
secuestrado. Lemoine evoca, en efecto, una conversación
entre un miembro del ELN y un senador colombiano (cuyo
nombre oculta) que acababa de caer en manos del
terrorismo: “Usted pertenece a la clase política”, eructa,
furioso, el “comandante” de una escuadra del ELN a su
víctima, la cual, desesperada, grita y llora ante el
bruto, sin suscitar en éste, ni en Lemoine, la menor
compasión. La compasión de Lemoine va más bien hacia el
secuestrador, quien es, según el “reportaje”, una víctima
(teórica) del secuestrado quien por ser “miembro de la
clase política” había sido, de alguna manera, culpable de
las miserias pasadas del guerrillero.
Así Lemoine legitima la práctica abominable del secuestro
en Colombia, actividad que para la ONU, según su
Resolución 1999/1, parágrafo 2, del 6 de abril de 1999, es
una “grave infracción al derecho humanitario
internacional”. ¿Cuantas muertes más, cuantos secuestros
más serán cometidos en Colombia en los próximos días, en
las próximas semanas, en nombre de la teoría de Le Monde
Diplomatique? Maurice Lemoine no puede ignorar que de las
22 582 personas secuestradas en Colombia durante los
últimos diez años, 5 461 de éstas continuaban en
cautiverio hasta febrero de 2006.
Que esa justificación del secuestro sea lanzada por un
periodista de LMD sin que Ignacio Ramonet, su director, ni
ningún otro responsable de esa publicación se inquieten en
lo más mínimo, muestra el estado de postración moral e
intelectual en que se halla sumido ese mensual. Que esa
justificación del secuestro en Colombia sea lanzada por un
periodista de París, sin ser criticado por sus pares ni
por los defensores de los derechos humanos patentados de
Francia, muestra que la indolencia y el nihilismo gana
terreno de manera alarmante en el Hexágono.
Maurice Lemoine se inclina igualmente ante la política de
las FARC de sabotear toda posibilidad de liberación de los
rehenes. El pide, aparentemente, que éstos sean liberados.
Sin embargo, el deja de lado lo esencial: pedirle a las
FARC hacer un acto unilateral de liberación de los
secuestrados. Pues Lemoine cree en la teoría de las FARC
acerca de una “contraprestación”, de un “intercambio” de
prisioneros. Para el, las FARC son una fuerza beligerante
cuyo estatuto moral es idéntico al del Estado Colombiano.
Por eso, su frase sobre la “violación de las reglas de
conducta moral aceptables en tiempos de guerra” por parte
de las FARC, no es más que una frase hueca. La esencia de
su planteamiento es diferente.
El derecho internacional humanitario exige que todo civil
secuestrado sea liberado de inmediato y sin
contraprestaciones. Lemoine evoca esa exigencia de derecho
pero lo hace de manera ambigua y utilizando el condicional
“deberían”. Lo hace solo para insistir enseguida en que
los rehenes “económicos” son únicamente personas
“retenidas” por las FARC, las cuales exigen el pago de un
“impuesto revolucionario”, eufemismo inaceptable, mientras
que los demás, los “políticos”, son verdaderos rehenes.
Esa clasificación es chocante y contraria al derecho
humanitario internacional.
Lemoine, en cambio, acusa al gobierno de Álvaro Uribe de
rechazar “obstinadamente” el llamado “intercambio
humanitario”, escamoteándole a los lectores de LMD la
verdad: el gobierno, así como el episcopado colombiano y
tres gobiernos europeos (Francia, Suiza y España), han
hecho a las FARC, en los últimos meses, ocho o nueve
propuestas concretas de diálogo para arreglar el problema
de los rehenes y las FARC las han rechazado todas.
Entre esas propuestas se destacan las de Bolo Azul (en
septiembre de 2005), la del Retiro (el 13 de diciembre de
2005). Álvaro Uribe le ha propuesto a las FARC dialogar
sin exigirles un cese del fuego. El 28 de octubre de 2004,
les propuso un encuentro de cinco días en una sede
diplomática. Como prueba de buena disposición, el jefe de
Estado colombiano liberó unilateralmente 23 sediciosos
detenidos. En otra ocasión, les propuso dialogar en una
iglesia y en otra realizar, con representantes de la
Iglesia católica, un “prediálogo” sobre ese tema. Todo fue
en vano. Por otra parte, las exhortaciones de liberación
de rehenes lanzados por el gobierno francés fueron
rechazadas por las FARC. Es más, en enero de 2006 el
gobierno del presidente Hugo Chávez aceptó recibir 12
diputados del Valle, rehenes de las FARC, como refugiados
políticos. La respuesta de las FARC fue la misma que las
anteriores: No.
Las FARC no quieren negociar. Ante su incapacidad para
conquistar durablemente un palmo de tierra colombiana,
ellas quieren que el gobierno les ceda, una vez más, una
parte del territorio nacional. Como por fortuna Uribe no
acepta eso, las FARC continúan ensañándose cobardemente
sobre los más débiles y sobre los rehenes.
Si, sobre los más débiles. El largo texto de Maurice
Lemoine oculta las atrocidades que las FARC cometen en
Colombia contra civiles indefensos, contra diputados y
consejeros elegidos por el pueblo, contra pequeños
caseríos, etc. La indiferencia de Le Monde Diplomatique
por esas atrocidades es compartido, es triste constatarlo,
por los otros media franceses. El señor Lemoine no evoca
el asesinato de 13 miembros de una misión religiosa en
Caquetá, ni la matanza de Alvarado (Tolima), en diciembre
2005, donde las FARC fusilaron, en una carretera, dos
civiles e hirieron a 4 personas más, incluidos dos niños.
Ni lo ocurrido en Puerto Rico (Caquetá), en mayo de 2005,
en el que las FARC mataron, a punta de dinamita, cuatro
miembros del cabildo de esa ciudad.
Lemoine no puede no haber oído hablar de la masacre de
Rivera (Huila), perpetrada por las FARC el 28 de febrero
de 2006, en la que un comando terrorista, disfrazado de
soldados, entró al concejo municipal y dio muerte a nueve
de los once concejales del pueblo. Sin embargo, de esa
masacre el no quiere saber nada.
El jefe de redacción de LMD no habla tampoco del ataque
contra el caserío de Monte Bonito (Caldas), en marzo de
2006, en el que las FARC mataron a una niña de cinco meses
y a su padre y a un policía y dejaron heridas a cinco
personas más. Tampoco le merece la menor atención el
asesinato del ex gobernador del Huila, Jaime Lozada
Perdomo, uno de los más ardientes partidarios del acuerdo
humanitario, acribillado por las FARC el 3 de diciembre de
2005. Ni el caso de la esposa de éste, quien permanece
secuestrada desde julio de 2001 por las FARC. Ni el de los
dos hijos de ellos, liberados hoy, y que habían sido
también secuestrados por las FARC. Lemoine no menciona el
atentado contra el club El Nogal, de Bogota, el 7 de
febrero de 2003, donde 37 civiles inocentes murieron y 162
fueron heridos. Ni el atentado en zona rosa de Bogota
donde cuatro ciudadanos norteamericanos fueron heridos.
Tampoco evoca la historia de la casa-bomba de Neiva,
mediante la cual las FARC destruyeron todo un barrio y
mataron a 16 personas. Ni la de la casa-bomba de San
Vicente del Caguán (Caquetá) mediante la cual las FARC
mataron a cuatro civiles, una de ellas menor de edad, en
marzo de 2006.
Lemoine oculta a sus lectores lo ocurrido el 16 de febrero
de 2006, en Cali, donde dos humildes trabajadores que se
ganaban la vida acarreando leña y chatarra en un vehículo
tirado por un caballo, murieron al estallarles la caja
metálica que terroristas les habían confiado. Al pasar
junto a una estación de policía, los milicianos de las
FARC activaron la bomba y mataron así al abuelo conductor,
a su nieto ayudante y al caballo. Otros seis civiles
fueron gravemente heridos.
Lemoine no se acuerda de eso. Ni de la cobarde emboscada
contra un bus de pasajeros, realizada cerca de San Vicente
(Caquetá), en febrero de 2006, en el que nueve civiles
perecieron a bala y 14 más fueron heridos. Ni del atentado
contra el gobernador de Arauca, Julio Enrique Acosta, del
cual salio ileso, en diciembre de 2005 (el octavo cometido
por las FARC contra él). Ni del secuestro del hermano del
gobernador del Caquetá, Roberto Claros, en enero de 2006.
Ni del secuestro masivo del 26 de julio de 2001, en Neiva,
en el que 15 personas fueron secuestras, entre ellos de
varios congresistas. Ni del asesinato, en marzo de 2006,
de Luz Miriam Farías, una profesora de provincia, quien
cometió el error de querer recuperar el cadáver de su
esposo, asesinado horas antes por las FARC en Quename
(Arauca). Su esposo era Juan Ramírez Villamizar,
gobernador indígena de los guahíbos makaguán.
Lemoine no puede mirar la realidad de frente. Si lo
hiciera tendría que admitir el drama de los indígenas
colombianos quienes son forzados por las FARC a abandonar
sus resguardos (más de 19 000 tuvieron que huir en 2005 y
12 000 en 2004), pues su presencia molesta los planes de
esa fuerza estalinista en ciertos departamentos, sobre
todo en el Cauca. Lemoine no dice una palabra sobre la
odisea de 76 indígenas nukak quienes tuvieron que marchar
enfermos y descalzos, durante dos meses, en enero de 2006,
para huir de las FARC en el Guaviare. ¿Y del éxodo de 1
600 indígenas wounnan quienes llegaron a Istmina (Chocó)
el 6 de abril de 2006, luego de una semana de errancias,
tras el asesinato de dos profesores de la escuela Unión
Wounnan y de las amenazas proferidas contra otros cinco,
acusados todos de “colaborar” con el ejército, Lemoine
hablará en LMD de mayo próximo?
Le Monde Diplomatique omite todo lo relacionado con el
ataque de las FARC contra el pueblito de Samaniego
(Nariño) donde dos niñas y tres civiles fueron heridos en
enero de 2006. Tampoco evoca la bomba puesta en el
hospital de Florencia, en noviembre 2005, que mató a un
paciente y causó heridas a varias personas. A él se le
olvida hablar del secuestro del congresista Orlando
Beltrán Cuellar y de Consuelo González de Perdomo, en
2001, del ataque al avión de Aires, en 20 febrero de 2002,
tras el cual secuestraron al senador Jorge Eduardo Gechem
Turbay.
La dosis de verdad en los artículos de Lemoine es
relativamente ínfima. El parece ignorar que en 70
municipios del país la guerrilla ha plantado minas
antipersonales, algunas en los patios de los colegios. El
omite lo de los atentados contra la economía del país. El
no explica que las FARC dinamitaron (para citar solo los
hechos más recientes) ocho pozos petroleros y fracturaron
tres oleoductos y derribaron seis torres conductoras de
electricidad en Putumayo, en diciembre de 2005 y enero de
2006.
En sus llamados “reportajes”´él evita hablar de las
matanzas de policías y de civiles, atacados por fuerzas
guerrilleras diez o más veces más grandes, como la
ocurrida en San Marino (Chocó), en diciembre de 2005, en
la que 800 guerrilleros se lanzaron contra ese caserío y
mataron, durante un largo combate, ocho policías e
hirieron a cuatro civiles y a otros 9 policías. La matanza
de 7 policías que protegían la destrucción manual de coca
en La Macarena (Meta) en febrero de 2006, donde otras 8
personas fueron heridas, no hace parte tampoco de la
información explotable por el reportero Lemoine. Tampoco
la matanza de 28 soldados que protegían otra operación de
destrucción manual de plantíos de coca en Vistahermosa
(Meta), en diciembre de 2005. Lemoine jamás habló de la
matanza de civiles que protegían a los policías, vencidos
por asaltantes superiores en número. Como ocurrió el 31 de
diciembre de 2001 en el caserío de Puracé (Cauca) donde
las FARC mataron a un estudiante, Alberto Guauña, dos
policías, ocho militares e hirieron a tres civiles,
destruyeron la iglesia, treinta casas y la Caja Agraria.
Los asesinatos de civiles, los secuestros, la instalación
de minas, las voladuras de infraestructuras económicas,
las lesiones personales, los robos, las amenazas a la
población civil, a los elegidos del pueblo, los asesinatos
de militares fuera de combate, es la actividad diaria de
las FARC, organización que explota a fondo, además, el
tráfico de drogas para financiarse, transformándose así el
mayor cartel de droga de Colombia.
No hay otra organización que haya violado más en la
historia de Colombia los derechos humanos que las FARC.
Esa es la verdad. No obstante, Le Monde Diplomatique se
niega a decirlo por razones ideológicas. Esa publicación
izquierdista busca los más escandalosos pretextos para
abrirle un espacio mediático-político a las FARC. Sirve de
tribuna de las FARC y hace el elogio de Álvaro Leyva, el
candidato presidencial “más avanzado” (pues patrocinado
por las FARC), y evita consultar a los otros candidatos
presidenciales y sobre todo huye de todo vocero del
gobierno. El interpreta la gran popularidad del candidato
Álvaro Uribe y el triunfo de los partidos pro-Uribe en las
elecciones legislativas del pasado 12 de marzo, como una
vasta conspiración “de los paramilitares de extrema
derecha”.
Al mismo tiempo, el calla el hecho de que más de 25 000
paramilitares, gracias a la acción del gobierno y del
poder legislativo, entregaron sus armas y fueron
desmovilizados en los últimos tres años. Para Lemoine, el
campo de la “extrema derecha” comienza con quienes apoyan
esa desmovilización y denuncian la acción criminal de las
FARC. Luego, para ese curioso periodista que no ignora las
recetas de la guerra psicológica, las mayorías colombianas
son fascistas.
Tal es el tipo
de “reportaje” que LMD propone a sus lectores franceses en
este mes de abril. Una clarificación se impone. ¿Quien se
atreverá a hacerla en Francia?
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[1] Ver
Eduardo Mackenzie, Les Farc, ou l’échec d’un communisme de
combat, Editions Publibook, París, 593 páginas, 2005.
* |
Periodista
colombiano,
autor de: Les Farc, ou l'échec d'un communisme de combat.
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de
2005. |
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