A
finales de agosto pasado, la senadora
Dilian Francisca
Toro, presidenta del Senado
de Colombia, se declaró partidaria de permitirle a Raúl
Reyes, el actual dirigente de las Farc, "acudir a hablar de
paz" en el Capitolio nacional, pues ello constituiría, según
ella, “la apertura al acuerdo humanitario y a la paz”. Para
Dilian Francisca Toro tal “conversación” con Raúl Reyes
podría incluso ayudar a la “reconciliación definitiva” en
Colombia.
Sin hacerse rogar, el
jefe insurgente respondió través de una revista bogotana que
estaba dispuesto a acoger esa brillante iniciativa. A
velocidades asombrosas, y a espaldas del país, Dilian
Francisca Toro redobló sus esfuerzos para que tal encuentro
fuera rápidamente un hecho.
Antes de que la
opinión pública y los legisladores tuvieran tiempo para
discutir sobre la conveniencia y la legitimidad de semejante
encuentro, los medios anunciaron que éste estaba a punto de
cristalizar: la Comisión de Paz y el grupo Acuerdo
Humanitario del Senado se había reunido para discutir --no
si era razonable invitar a ese individuo al Congreso--, sino
acerca de las “medidas de seguridad” que deberían ser
tomadas para proteger la vida y la libertad del citado
personaje durante su eventual incursión en la capital del
país.
¿Imagina usted a un
John Boehner, House Majority Leader (jefe de la mayoría del
Congreso), invitando a Osama Ben Laden a ir a Washington
para que explique ante el poder legislativo el programa “de
paz” de Al Qaida, bajo el argumento de que tal
“conversación” podría hacer cesar un día las acciones del
terrorismo islámico contra los Estados Unidos? Imagina usted
al primer ministro Ehoud Olmert, invitando a Hassan
Nasrallah, jefe de Hezbollah, a discursear ante la Knesset
sobre los planes “humanitarios” de esa organización
terrorista, pues tal “conversación” podría disuadir a los
shiitas del Líbano de renunciar a su programa de destrucción
de Israel y de lanzar sus misiles sobre la población
israelí?
En esas dos
democracias, la menor invitación en ese sentido liquidaría
definitivamente, en cuestión de horas, la carrera política
de los autores de tales propuestas. Tal invitación al
“diálogo” seria tomada, por lo menos, como una tentativa
disfrazada de colaboración con el enemigo. ¿Qué diría
Vladimir Putin si el líder del partido Rusia Unida invita al
vocero de los terroristas chetchenos a discutir
tranquilamente en la Duma la liberación de los secuestrados?
En Colombia, la
propuesta de convertir la máxima instancia de la democracia
representativa colombiana en tribuna de las Farc y de
otorgarle al jefe de éstas un estatus político aberrante, no
escandalizó a nadie. Presentada como una fórmula para "hacer
algo" por los secuestrados, la iniciativa no fue siquiera
criticada por la prensa. Todo lo contrario. La senadora
Dilian Francisca Toro, miembro de una formación política
favorable al presidente Álvaro Uribe, el partido Social de
la Unidad Nacional, más conocido como “el partido de la U”,
sigue siendo vista como una persona cuerda con la que hay
que contar en el futuro.
Pocas horas después de
ese episodio, alguien (¿la Comisión de Paz?) introdujo, por
fin, un gramo de racionalidad y, sin criticar la propuesta,
sin tocar el fondo del asunto, señaló que antes de "abrirle
el Legislativo" a Raúl Reyes, como formuló la agencia
Colprensa, esa organización debería hacer un "gesto
humanitario", como seria "permitir la verificación de la
salud de los secuestrados". Desde luego, como el jefe
terrorista se cerró como una ostra ante esa exigencia,
demostrando una vez más su nulo interés por el llamado
“acuerdo humanitario”, la iniciativa de la flamante
presidente del Congreso quedó en el aire.
¿Por cuanto tiempo?
Es posible que dentro
de unos días, o de unas semanas, cuando todo el mundo haya
olvidado este episodio, Raúl Reyes lance una
contra-propuesta, que evite la visita de la Cruz Roja
Internacional a las víctimas de las Farc, y que satisfaga a
ciertos espíritus irresponsables, para que la operación de
abrirle las puertas del Congreso al terrorismo cobre fuerza
de nuevo, ante la ceguera y la ingenuidad de los
responsables políticos.
Lo que más llama la
atención en este asunto es que la propuesta de la senadora
Toro no haya sido vista desde el comienzo como algo
grotesco, inadmisible, como un abuso grave de sus
prerrogativas, como una violación de la ley, como una
intentona disfrazada de capitulación ante las Farc.
Después de la triste
peripecia de la zona desmilitarizada de 42.000 Km2 cedida a
cambio de nada por el gobierno de Andrés Pastrana a las Farc
a finales de 1998, que ésta aprovechó para reforzar todos
sus frentes militares (se trata del mayor error político
jamás cometido por el gobierno colombiano en su larga lucha
contra las Farc), muchos creyeron que Colombia había
alcanzado por fin un nivel aceptable de comprensión del
problema Farc, de su carácter particular totalitario, de sus
sofisticadas maniobras clandestinas destinadas a poner de
rodillas al Estado y a la sociedad colombianos. El episodio
de la invitación a Raúl Reyes, y la indiferencia como fue
tratado, muestra que esa esperanza no era justificada y que
responsables políticos de primer orden del país no saben
todavía a ciencia cierta qué son las Farc, qué es la
subversión marxista, qué tipo de programa están tratando de
imponer con la ayuda de idiotas útiles y, en fin, qué
peligro representa esa organización armada para el país y
para el continente americano.
Es obvio que la
extraña maniobra que pretende abrirle a Raúl Reyes el
Congreso colombiano, oculta una operación más vasta. El
objetivo no es facilitar el llamado “acuerdo humanitario”,
el cual le importa un pepino a Raúl Reyes, sino darle
argumentos a quienes trabajan en Colombia y en el exterior
para hacer retirar el nombre de las Farc de la lista negra
norteamericana y europea de las organizaciones terroristas.
Pues si Raúl Reyes es recibido por el Congreso colombiano,
¿quien podrá decir después que las Farc son una organización
terrorista? He aquí el objetivo oculto. No es por azar si
el señor Álvaro Leyva Durán, el arquitecto de la funesta
desmilitarización del Caguán de 2001 (fue él quien organizó
el famoso encuentro de Caquetania en 1998 entre el candidato
Andrés Pastrana y Manuel Marulanda Vélez), se encuentra
ahora tras bambalinas supervisando a la que podría llamarse
la “operación Congreso”.
Que bella ocasión le
será ofrecida a las sectas leninistas europeas, y a las Ongs
anticolombianas, si un partido uribista propicia la
suspensión de la orden de captura de Raúl Reyes y abre al
jefe de las Farc el Congreso de Colombia para que aquellas
le asesten un nuevo golpe al país!
Por eso la lamentable
iniciativa de la senadora Dilian Francisca Toro, quien
parece actuar en este asunto sin medir las consecuencias de
su propuesta, volverá a ser planteada. No se ve por qué las
Farc van a dejar de insistir en una operación de propaganda
que puede serles inmensamente benéfica, sobre todo en Europa
y en Estados Unidos. En Francia, hay que saberlo, la prensa
marxista manipula frenéticamente el caso Ingrid Betancourt
para hacer creer a la opinión que el culpable de esa
tragedia es el gobierno colombiano. No es sino consultar la
página web del diario comunista l’Humanité, donde el
4 de septiembre pasado, Chantal Golovine, la “especialista”
sobre asuntos colombianos de ese órgano, aseguró que
Ingrid Betancourt “está detenida
desde hace tres años en Colombia por razones políticas”
(sic). Inútil es buscar en la prosa de la Golovine una sola
vez la palabra Farc.
Que la idea de la
invitación a Raúl Reyes venga, aparentemente, no de un grupo
de la oposición, sino de una importante senadora de una
formación que hace parte de la mayoría presidencial, deja un
poco estupefactos a algunos. ¿Qué hay detrás de todo esto?
¿Ilusión o perversión? ¿Infiltración o ingenuidad? ¿Dulce
ignorancia o ambición desmedida? El juego de Dilian
Francisca Toro es difícil de descifrar. ¿Quiere ella
tenderle una trampa a las Farc? ¿Quiere ella tenderle la
mano a las Farc? ¿Quiere ella abrirle una avenida a las Farc?
Ella está, en todo caso, en la obligación de explicar su
actitud. Su gesto permite pensar que la senadora olvida el
carnaval de sangre y de lodo en que las Farc han sumido al
país desde los años 1950. La senadora Dilian Francisca Toro,
y la dirección del Partido de la U, le están debiendo a los
colombianos una explicación.