La
noche del martes 7 de noviembre, Eduardo
Montealegre, el derrotado
candidato presidencial presentado por la Alianza Liberal
Nacional, se hizo presente en la sede de la Secretaría
Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Tras
obtener sólo el 29% de los votos,
Montealegre fue a saludar al ganador de las
elecciones presidenciales nicaragüenses, el ex presidente
sandinista Daniel Ortega quien se impuso con 38% de los
votos.
Al día
siguiente, Ortega cumplió una visita de cortesía al
presidente Enrique Bolaños. Las fotografías tomadas en la
Casa Presidencial de Managua, mostraron a los dos personajes
levantando copas y brindando. Entre sonrisas, Bolaños afirmó
que "cuando nos toque ser oposición tenga usted la
serenidad, la certeza que será solamente una oposición
constructiva sólo en beneficio de la patria". Mientras,
Ortega reiteró lo que venía pregonando desde la víspera: un
llamado a la reconciliación nacional y su compromiso de
darle seguridad al sector privado y a los inversionistas
nacionales y extranjeras.
¿Nuevo Sandinismo?
El presidente
electo ha prometido que su gobierno no representará reformas
radicales, amén de que los resultados electorales no le
proporcionan una mayoría en la Asamblea Nacional. Aparte de
programas de reordenamiento del gasto público para
fortalecer los llamados gastos sociales, Ortega no ha
ofrecido promover cambios políticos constitucionales. Y los
gestos ceremoniales cumplidos estos días por candidatos,
gobierno y candidato triunfante le dan al proceso electoral
nicaragüense un indiscutido aire de civilidad. El ex
presidente Jimmy
Carter, en su usual rol de
legitimador de elecciones tercermundistas, se encargó de
bendecir los resultados.
Mientras desde Washington, la Secretaria de Estado
Condolezza Rice, envió una primera y
poco sutil advertencia a Ortega, caso Nicaragua se
aleje del “mercado abierto y el libre comercio”.
Por su parte,
Tomas Borge, el otro dirigente
histórico del sandinismo, ha expresado que no repetirán “los
errores de la revolución de 1979”.
Borge en declaraciones al diario La Nación de Buenos
Aires, afirmó que "ser de izquierda hoy" significa, entre
otras cosas, "trabajar por los pobres, pero sin pelearnos
con los ricos”. "Ahora somos una izquierda realista, lúcida,
fiel a los intereses de los pobres", comentó .En sus
declaraciones, Borge calificó al
sandinismo como "amigo entrañable" de la revolución cubana,
pero advirtiendo que en esta nueva etapa los sandinistas no
quieren "tener enemigos", en obvia referencia a EEUU.
Borge también agregó la
coletilla de “estamos orgullosos de ser amigos de Chávez”
Las deudas de Ortega
No existe
entre los usuales analistas internacionales, un consenso
sobre cuál será la línea de gobierno que ejecutará Ortega
desde la Presidencia. Porque Ortega se ha movido en los
últimos años desde un pragmatismo no ideológico en lo
interno a una clara asociación con el Eje La Habana-Caracas
en lo externo. Ha garantizado que no realizará cambios.
Como parte de
la oposición al gobierno de Bolaños, Ortega jugó con las
cartas de la política tradicional. Con sentido de
oportunidad, el sandinista aprovechó el enfrentamiento y
ruptura entre Bolaños y Arnoldo Alemán y el consecuente
debilitamiento del liberalismo, para convertirse en una
fuerza política nacional de amplia influencia. Su
pragmatismo interno lo llevó a armar alianzas con el
enjuiciado ex presidente Alemán, ganando de esta forma
importantes cuotas de poder en instancias legislativas,
judiciales y electorales. De la mano del enjuiciado
Alemán, Ortega se convirtió en el
jefe de la oposición, frenando seriamente la capacidad
operativa del gobierno de Bolaños.
Por otra
parte, su abierta filiación con Fidel Castro y Hugo Chávez
quedó registrada en las usuales comparecencias de Ortega a
eventos internacionales tanto en Cuba como en Venezuela. En
abril pasado, cuando el boliviano Evo Morales suscribió en
La Habana su ingreso al ALBA y firmó un tratado comercial
con Cuba y Venezuela, el presidente venezolano auguró que en
el 2007 Daniel Ortega, presente en el acto, firmaría un
tratado similar. Ortega se había convertido desde el año
2004 en figura usual en la lista del jet
set izquierdista latinoamericano
que frecuenta los salones políticos del gobierno caraqueño.
Ortega logró el reconocimiento de Castro y Chávez como la
figura representativa del Eje en Nicaragua, a la vez que
obtuvo el compromiso de recibir apoyo financiero de Caracas.
Oficialmente este apoyo se concretó mediante el suministro
de combustibles a gobiernos municipales controlados por el
sandinismo por parte de la empresa petrolera venezolana
PDVSA, en ventajosas condiciones de precios y formas de
pago. Con el aval internacional de los jefes y con la
promesa de combustible barato, Ortega logró de un solo
golpe, armarse de ofertas electorales e imponerse como jefe
del sandinismo, posición que le disputaba el movimiento
sandinista disidente
Movimiento Renovador
Sandinista,
encabezado
por el ex alcalde
Herty
Lewites, expulsado del FSLN en el 2005 y quien
falleció en julio pasado.
La espina
en el costado
La geopolítica latinoamericana actual tiene en Centroamérica
uno de los escenarios de tensión. La creación del denominado
“Arco del Pacífico”, promovido por México, Chile, Colombia
y Perú, tiene como uno de sus elementos la incorporación de
Centroamérica -en bloque- a mecanismos de libre mercado
continental, que dejan a un lado el esquema confrontacional
contra EEUU promovido por La Habana y Caracas.
La llegada de Ortega a la Presidencia de su país, hecho que
deberá cumplirse en enero del 2007, puede significar el
retiro de Nicaragua no sólo del esquema de libre comercio
con EEUU suscrito por los países centroamericanos.
Adicionalmente, Nicaragua podría convertirse en la piedra de
tranca para proyectos de alto interés regional, como el Plan
Puebla-Panamá, impulsados por México y Colombia y combatidos
por Venezuela y Cuba. Ortega podría convertirse en la espina
clavada en el costado de los actuales planes de integración
y desarrollo centroamericanos.
Ortega ofreció a sus electores que su amistad con Caracas
representaría una baja en los precios de los combustibles
además de importantes programas de ayuda económica
venezolana. La incognita que
debe despejarse ahora es hasta dónde el pragmático Ortega
está dispuesto a pagar el precio que a su gobierno le puede
representar un aislamiento de sus vecinos en aras de sus
compromisos políticos con Cuba y Venezuela.
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |