El
fenómeno humano más importante del siglo XX fueron las
migraciones y esto no cambiará en el futuro. En los últimos 25
años se duplicó el número de personas que cruzaron fronteras
para redibujar el mapa social y político del planeta. Un 60% de
los inmigrantes se encuentran en naciones desarrolladas,
mientras aumenta la tendencia de movilizaciones “sur-sur”. Con
su aporte de capital, conocimientos y riqueza cultural, los
inmigrantes han impulsado el crecimiento de las sociedades que
los amparan, a la vez que contribuyen con el desarrollo de sus
países de origen: las remesas globales que envían a sus familias
suman $167 millardos anuales con un subregistro calculado en
50%. Solo México en 2003 recibió más de $13 millardos en
remesas, 140% más que las inversiones extranjeras captadas ese
año.
Detener este río humano es imposible.
El
Director General de la Oficina Internacional de Migración de la
ONU, Brunson McKinley, deja en claro que “la gestión de la
migración se ha convertido en uno de los principales retos
políticos del siglo XXI”.
La globalización
con sus redes de transporte, comunicaciones y finanzas han hecho
más fácil esta movilización,
generando una dinámica que encauzada de forma correcta puede
ofrecer más beneficios que costos.
Si bien la globalización ha sacado a millones de personas de la
pobreza, mientras exista la brecha entre países ricos y pobres,
la gente buscará un entorno mejor para vivir. Esto le ocurre al
experto en tecnología que recibe visa y empleo de una compañía
internacional, así como al campesino que trabajar ilegalmente
recogiendo tomates. Y no podemos olvidar a los que son forzados
a dejar su hogar a causa de conflictos armados, desastres
ambientales y hambrunas. No todos emigran por voluntad propia.
El fenómeno es delicado pues toca aspectos como seguridad,
identidad y prejuicios que encienden pasiones susceptibles a
manipulaciones según los intereses políticos o electorales. Esto
hace que los gobiernos sean conservadores y limitados en su
visión, pero según el informe de la Comisión de Inmigración de
la ONU de 2005, la influencia del sector corporativo puede
reformular el debate al buscar mayor flexibilidad para empresas
y empleados a fin de aumentar la competitividad y productividad
global. En este sentido las corporaciones podrían ayudar a ver
en la inmigración un poderoso motor económico.
Pero siempre estarán los grupos que propongan el cierre de
fronteras para brindar una ilusión de tranquilidad a quienes ven
con temor a los inmigrantes. Este es el camino equivocado porque
alzar muros ante la necesidad, curiosidad y esperanza genera
tensiones inútiles. Además en el mundo que vivimos diferenciar a
los de aquí y los de allá es cada vez más difícil. En su canción
De amor y de casualidad Jorge Drexler lo explica deliciosamente:
en este mundo tan separado/no hay que
ocultar de donde se es/pero todos somos de todos lados/hay que
entenderlo de una buena vez.
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