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Los buenos salvajes 
por Eli Bravo
jueves, 29 junio 2006

 

           La economía de mercado no ha funcionado para los pobres. La frase en labios de Warren Buffet no es un bombazo al capitalismo lanzado por el segundo hombre más rico de los Estados Unidos, sino un llamado a humanizar el sistema que le ha permitido amasar una fortuna calculada en $ 44 millardos, 85% de la cual ha decidido traspasar a la Fundación de Bill y Melinda Gates, es decir, $ 31 millardos: casi el monto de las reservas internacionales de Venezuela. Por su parte Mr. Gates, el hombre con la cartera más sólida del planeta, ha metido $30 millardos en su fundación desde el año 2000 para convertirla en la institución privada de asistencia más poderosa del mundo: solo en 2005 entregó $1.4 millardos, más de la mitad destinados a programas de salud, con un énfasis especial en la búsqueda de vacunas contra la malaria y el SIDA. Los capitalistas salvajes también tienen corazón.

            Como empresarios, ambos hombres levantaron sus fortunas aprovechando las oportunidades del mercado y torciendo unos cuantos brazos con sus músculos corporativos. Pero en lugar de sentarse en la bóveda sobre las monedas como Rico McPato, han de afrontar el problema central del sistema que los puso donde están: la incapacidad del capitalismo para erradicar las causas de la pobreza. Y lo están haciendo con el dinero que ellos mismos acumularon con años de trabajo. El detalle lo pone a uno a pensar en gobernantes que han llegado a poner sus manos en montañas de dinero que nunca trabajaron y que jamás han entendido muy bien eso de “crear riqueza”, más por el contrario, se enfrascan en redistribuirla sin control.

            El tandem Buffet-Gates no es simplemente una campaña para limpiar la imagen de estos hombres o sus compañías. Es una muestra del poder que tiene el sector privado en la búsqueda de un estado de bienestar y prosperidad para la sociedad, a veces en sincronía con los gobiernos, pero otras adelantándose a ellos en áreas que por ineficiencia burocrática quedan atrapadas en un limbo. También es una presión para que la propia industria dirija parte de sus recursos a aquellos que no son clientes pero son ciudadanos de su entorno y requieren ayuda para prosperar. A fin de cuentas una sociedad afluente es el estado ideal del mercado.

            Lo mejor del socialismo es que humaniza el capitalismo, me dijo un amigo, y estos dos megamillonarios parecieran trabajar en esa dirección. Con sus empresas transformaron la vida de millones de personas y ahora pretenden ir más allá del negocio dedicando sus últimos años a la más ambiciosa inversión. No son unos santos, pero al menos están buscando la manera de contrarrestar el diablo que encierra el sistema que los crió.

ebravo@unionradio.com.ve 

 
 
 
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