La
economía de mercado no ha funcionado para los pobres. La frase
en labios de Warren Buffet no es un bombazo al capitalismo
lanzado por el segundo hombre más rico de los Estados Unidos,
sino un llamado a humanizar el sistema que le ha permitido
amasar una fortuna calculada en $ 44 millardos, 85% de la cual
ha decidido traspasar a la Fundación de Bill y Melinda Gates, es
decir, $ 31 millardos: casi el monto de las reservas
internacionales de Venezuela. Por su parte Mr. Gates, el hombre
con la cartera más sólida del planeta, ha metido $30 millardos
en su fundación desde el año 2000 para convertirla en la
institución privada de asistencia más poderosa del mundo: solo
en 2005 entregó $1.4 millardos, más de la mitad destinados a
programas de salud, con un énfasis especial en la búsqueda de
vacunas contra la malaria y el SIDA. Los capitalistas salvajes
también tienen corazón.
Como empresarios, ambos hombres levantaron sus fortunas
aprovechando las oportunidades del mercado y torciendo unos
cuantos brazos con sus músculos corporativos. Pero en lugar de
sentarse en la bóveda sobre las monedas como Rico McPato, han de
afrontar el problema central del sistema que los puso donde
están: la incapacidad del capitalismo para erradicar las causas
de la pobreza. Y lo están haciendo con el dinero que ellos
mismos acumularon con años de trabajo. El detalle lo pone a uno
a pensar en gobernantes que han llegado a poner sus manos en
montañas de dinero que nunca trabajaron y que jamás han
entendido muy bien eso de “crear riqueza”, más por el contrario,
se enfrascan en redistribuirla sin control.
El
tandem Buffet-Gates no es simplemente una campaña para limpiar
la imagen de estos hombres o sus compañías. Es una muestra del
poder que tiene el sector privado en la búsqueda de un estado de
bienestar y prosperidad para la sociedad, a veces en sincronía
con los gobiernos, pero otras adelantándose a ellos en áreas que
por ineficiencia burocrática quedan atrapadas en un limbo.
También es una presión para que la propia industria dirija parte
de sus recursos a aquellos que no son clientes pero son
ciudadanos de su entorno y requieren ayuda para prosperar. A fin
de cuentas una sociedad afluente es el estado ideal del mercado.
Lo
mejor del socialismo es que humaniza el capitalismo, me dijo un
amigo, y estos dos megamillonarios parecieran trabajar en esa
dirección. Con sus empresas transformaron la vida de millones de
personas y ahora pretenden ir más allá del negocio dedicando sus
últimos años a la más ambiciosa inversión. No son unos santos,
pero al menos están buscando la manera de contrarrestar el
diablo que encierra el sistema que los crió.
ebravo@unionradio.com.ve
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