No
estoy muy seguro de la existencia del infierno, y de existir,
estaría en la cabeza de cada quien, como asegura el personaje de
Benicio del Toro en la película 21 gramos. Pero si me tocara
imaginarlo unas cuantas imágenes vienen a la mente, por ejemplo,
un inmenso salón con millones de monitores pantalla plana que
transmiten eternamente los peores programas de televisión de
todos los tiempos. Incluyendo Sábado Gigante.
Como soy eso
que los filósofos llaman un relativista, entiendo que mi lista
de esperpentos podría resultar un catálogo de maravillas para
otro espectador. Además, veo poca televisión, así que adolezco
de moral para erigirme como juez, más allá de haber trabajado en
algunas ocasiones para ese medio lleno de magia, mentiras y
gerentes.
La imagen del
infierno catódico surgió porque esta semana me dio por
plantearme el equivalente comunicacional a la pregunta del huevo
o la gallina. ¿La televisión hispana de los Estados Unidos es
mala porque eso es lo que le gusta a la gente, o a la gente le
gusta la mala televisión porque eso es lo que recibe? Al momento
del cierre no encuentro respuesta satisfactoria. Quizás porque
no la hay.
Igualmente me
resulta un misterio por qué gente que se maneja con dignidad y
buen gusto en su vida privada es capaz de crear programas que no
vería si no fuese porque trabaja en ellos. La mejor pista para
comprenderlo me la ofreció un productor de Despierta América:
cada vez que pago el giro del carro y el apartamento que no
podría comprarme allá en mi país, le doy gracias a todos mis
nacos de California por preferirnos. Claro, hacer televisión es
simplemente un trabajo. Como vender cigarrillos.
Puede que
tengan razón mis amigos que me reclaman una actitud
conservadora- reaccionaria, quizás producto de la edad. O puede
ser que como estoy fuera del aire me consume la envidia.
Incluso, cabe la posibilidad de no ser el target de esa
programación, aunque no me siento tan especial como para
considerarme más allá de la masa. El hecho cierto es que I
can´t get no satisfaction y esto me convierte en parte de
ese sector de público hispano-migrante al que le encantaría
escuchar español en su TV, pero termina en los canales anglos.
Eso mientras no me atraganten con Paris Hilton o Fox News.
Siempre he
defendido la variedad como fórmula que asegure la libertad del
público para escoger según sus preferencias, pero haciendo
zapping por los canales hispanos no encuentro oferta a mis
demandas. Y esta es una queja que escucho con frecuencia a mi
alrededor, incluyendo gente que trabaja en el medio y termina
por resignarse porque “esto es lo que hay”. Algún economista
podría decir que existe un nicho de mercado a la espera de
programación. O quizás no hay negocio en gente como yo y
sencillamente tendré que conformarme con Discovery en Español.
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