Desde
hace meses me veo de otra manera. Digamos que estoy transitando
eso que llaman un cambio de identidad. Ante la pregunta de quien
soy, respondo que venezolano, periodista, padre de familia,
devoto del queso telita, y últimamente, inmigrante. Debe ser la
diferencia que existe entre vivir las cosas y tomar verdadera
conciencia de ellas. En septiembre del 97 volé de Caracas rumbo
a Miami con una oferta de trabajo por un año en la televisión
por suscripción latinoamericana, y como le ha sucedido a muchos,
un año se fue amarrando al otro, hasta que hace unos meses
comencé a reconocer mi condición de inmigrante hispano en
Estados Unidos. Tras años viviendo “aquí y allá”, finalmente
pareciera tener los dos pies y la cabeza en el mismo lugar.
Los nueve años que han pasado
son una buena razón para sentirme así, a fin de cuentas,
representan un 24% de mi vida. Pero hay algo más importante:
Isabel recién cumplió dos años y en los próximos días nacerá
nuestro segundo bebé, es decir, soy un inmigrante venezolano con
dos hijos estadounidenses. Poco más o menos como mis bisabuelos
canarios y libaneses, solo que ellos no contaban con las ventaja
de tener avión e Internet. Para los inmigrantes del siglo XXI el
vínculo real y virtual es tan flexible como queramos y nunca
estamos demasiado lejos de casa.
¿Dije casa, pero, dónde queda
ese lugar? Definitivamente no está en Caracas. La ciudad en la
que crecí vive solo en mis recuerdos, esos que cuando se juntan
forman el bulto de la nostalgia. La Caracas que visito y
disfruto y sufro todos los meses es una ciudad que ya no me
pertenece, aunque me sienta irreparablemente caraqueño. Si
tuviera que buscarle un lugar a casa, diría que está en mi
familia. Donde ellos estén, estará nuestra casa, y por lo pronto
ese lugar se llama Miami. ¡Quién sabe si dentro de nueve años el
sentido de pertenencia también se muda a esta ciudad!
Borges decía que en sus viajes
el hombre va buscando y mereciendo diversas e íntimas patrias.
Para él la ciudad a la que siempre deseaba volver, incluso
después de la muerte del cuerpo, era Ginebra. Y allí está
enterrado. Pero en vida no importaba si dormía en Cairo o
Lucerna, al despertar, al retomar el hábito de ser Borges,
emergía invariablemente de un sueño que ocurría en Buenos Aires.
Por su parte Álvaro Mutis asegura que patria es el lugar con el
cual podemos establecer un diálogo, y para él, los recuerdos de
la infancia en la tierra caliente colombiana y el frío de
Bélgica regresan cada vez que se sienta en su estudio de Ciudad
de México. Borges fue un inmigrante literario que recorrió el
mundo desde una biblioteca y Mutis un inmigrante literal que
rescató su mundo desde una máquina de escribir.
Cuando migramos, saber el lugar
donde van las raíces, la casa y los sueños es una aventura
compleja, una de esas cosas que hay que vivirlas para
entenderlas. Y al entenderlas, la vida adquiere otra dimensión.
ebravo@unionradio.com.ve