Hay un país que a veces perdemos de vista.
O quizás debería decir, hay un país que a veces olvidamos
escuchar. Y cuando lo hacemos es imposible aguantar las lágrimas
o hacerse oídos sordos. Es un país de corazón afinado y sueños
realizados, de gente que encuentra en el arte la forma más
sublime de expresión y la comparte con el resto del mundo. Un
país que se ha revolucionado frente a un atril y esa revolución
la ha convertido en el motor de cambio más armónico que se pueda
imaginar. Un país que está maravillosamente retratado en la
película “Tocar y Luchar” y que cuando lo vi me hizo decir una
vez más: ahí está el país que amo.
Hace 30 años el maestro José Antonio Abreu tuvo la idea de poner
a tocar a los niños y jóvenes de Venezuela en orquestas
diseminadas por toda la nación. Desde entonces millones de
personas en pueblos, capitales y caseríos se han sumado al sueño
del maestro Abreu. Hoy en día existen 120 Orquestas Juveniles y
60 Orquestas Infantiles en un sistema con más de 250 mil
personas que están transformando sus vidas gracias a la música.
El proceso sucede de forma natural: una vez que el individuo
asume el reto de divertirse y mejorar con el instrumento, entra
en un ciclo de desarrollo junto a sus compañeros que le lleva a
entender el significado de conceptos como disciplina,
solidaridad, trabajo en equipo y el sublime embrujo que las
artes operan en el alma. Pero una cosa es leer sobre este
milagro, y otra mucho más emocionante es verlo suceder en la
cotidianidad de quienes protagonizan “Tocar y Luchar”.
El
documental combina momentos gloriosos de las orquestas con
declaraciones de maestros de fama mundial y entrevistas a los
jóvenes músicos. Con imágenes de archivo y filmaciones
originales, la película emociona por la pasión con que todos
hablan de las orquestas, la belleza de los paisajes, y por
supuesto, la calidad de las interpretaciones. Como director
Alberto Arvelo logró transmitir la emotividad y magia de la
música por haber sido violoncelista de una de estas orquestas.
Imagino que se identificó con uno de los jóvenes protagonistas
quien confiesa no poder dormir lejos de su cello.
Si
tiene días, semanas o años diciendo que Venezuela es un país sin
esperanzas, hágase el favor de ir al cine para ver algo único en
el mundo. Seguramente cuando salga los problemas no se habrán
resuelto y la primera página del día siguiente no será como para
celebrar, pero es muy probable que sienta otro ritmo por dentro,
que le acompañe una melodía capaz de recordarle que la esperanza
tiene sonrisa de niño. Que todo logro es una lucha, pero se
puede.
Y
lleve un pañuelo. Si Plácido Domingo soltó una lágrima al entrar
a un ensayo de la orquesta en el Teresa Carreño y declaró
haberse sentido en el cielo, no le extrañe que en más de una
oportunidad se le inunden los ojos con esta película.
Y
no aguante las ganas. La conmoción ante la belleza es el mejor
síntoma de que estamos vivos.
ebravo@unionradio.com.ve
|