La
toma de conciencia de la imagen como transmisora de mitos
fue precoz en la carrera política de Fidel Castro. La
imposición de su liderazgo se debe en gran medida, a su
capacidad de cautivar el imaginario e instrumentalizar la
subjetividad mediante la manipulación de la imagen. Por
ello en materia de comunicación y de transmisión, la
revolución cubana ha alcanzado un grado indiscutible de
excelencia.
Lo que comúnmente se llama
"revolución cubana", es, ante todo, una eficiente
maquinaria publicitaria que ha alcanzado la dimensión de
una multinacional de difusión de imágenes, difícilmente
equiparable con otras de su especie. Si se le otorgara el
puesto que debería tener en la historia contemporánea, la
revolución cubana debería ostentar el título de pionera en
materia de política espectáculo. Es el primer intento
político del siglo XX cuyo éxito es proporcional a la
importancia rotunda alcanzada por la televisión en ese
ámbito, pues ambos fenómenos son contemporáneos.
La habilidad de Fidel
Castro consistió en haberse percatado del impacto de la
transmisión de imágenes como arma de combate y haber
puesto esa técnica al servicio de su proyecto. La mezcla
del empleo de los medios más modernos de comunicación, y
el anacronismo ideológico del imaginario castrista, han
seducido a las multitudes, porque el inconsciente es
reacio a adaptarse a la contemporaneidad de la historia.
La nostalgia se desliza entre la sofisticación digital y
así se obtiene la postmodernidad, la expresión por
excelencia de la cultura actual; que no es más que eso:
actualidad.
Aunado a su destreza del
manejo de la imagen, Fidel Castro posee el don que le es
complementario y con grado de excelencia: el de la puesta
en escena. No existe, en su largo historial político, un
sólo episodio que no haya sido objeto de una minuciosa
organización de un escenario previamente concebido.
Campanas precoces
Citaremos algunos de ellos
al azar. Uno de los más ambiciosos y espectaculares, por
tratarse del primer intento, fue la sustracción y el
traslado de Manzanillo a La Habana de la célebre campana
de La Demajagua —la "sagrada reliquia patriótica" con la
que el "Padre de la Patria" Carlos Manuel de Céspedes
convocó a su dotación de esclavos a iniciar la lucha por
la independencia, el 10 de octubre de 1868.
La campana fue guardada en
la Galería de los Mártires de la universidad habanera, en
espera de un mitin que debía celebrarse en la famosa
escalinata universitaria, lugar tradicional en donde los
estudiantes solían organizar encuentros y concentraciones
políticas.
Entretanto, la famosa
campana fue recuperada por las autoridades, y Fidel
Castro, a la sazón vicepresidente de la Escuela de
Derecho, junto a sus compañeros, para "resarcir la
afrenta", deciden cubrir la famosa escalinata
universitaria con un inmenso lienzo negro en "señal de
luto por el asesinato de la dignidad cubana". Iniciativa
que lo hace aparecer como precursor del famoso artista
plástico contemporáneo Christo, cuyo arte consiste en
empaquetar con tela los edificios emblemáticos de las
capitales del mundo.
El ataque al cuartel
Moncada en 1953, cuyo autor intelectual, según Castro, fue
José Martí, significó el gran acto teatral que introdujo
su liderazgo político a nivel nacional. El desembarco del
Granma, suficientemente pregonado como para que el
ejército de Batista estuviera sobre aviso —aparte del
hecho de que Fidel Castro olvidó traer consigo los mapas
de las costas de la Isla— y las fuerzas armadas esperaran
a los futuros combatientes, de los ochenta sobrevivieron
bíblicamente doce.
De allí, Fidel Castro hace
surgir la leyenda de los doce sobrevivientes, lo que
asimila la lucha revolucionaria a una escena fundacional,
la de Cristo y los Doce Apóstoles; demostrando la voluntad
manifiesta de poseer el control del origen, una de las
claves de la instauración del poder político o religioso,
o ambos a la vez.
¿Y cómo olvidar que cuando
uno de los más importantes editorialistas de The New
York Times, Herbert Mathews, autor de la celebridad
del revolucionario en Estados Unidos, subió a la Sierra
Maestra a entrevistarlo, este hizo desfilar varias veces a
los mismos combatientes para hacerle creer al
norteamericano lo numerosa que era su tropa?
Tras la toma del poder,
Castro ha gobernado ejerciendo un control férreo sobre la
población, pero cada acto político ha significado un
espectáculo en el que él ejerce el papel, a la vez de
director de teatro y de personaje principal, adjudicándole
al pueblo el papel de figurante.
Es el figurante el que
garantiza el ejercicio de la "llamada democracia directa"
de brazo levantado cuando se trata de obtener el "aval"
del pueblo para la aplicación, por ejemplo, de la pena de
muerte o de otra medida similar. O cuando el 16 de julio
de 1959, para desembarazarse del presidente Manuel
Urrutia, el cual había expresado su descontento por la
presencia cada vez más visible de los comunistas en el
gobierno, Castro convoca al pueblo para anunciarle su
decisión de renunciar a su cargo de primer ministro. El
pueblo por supuesto, entre Fidel Castro y Urrutia, escoge
a Fidel Castro y Urrutia se ve forzado a dimitir.
Preparando al público
Luego, su arte de director
de teatro cobró singular relieve durantes los diferentes
juicios contra personajes del propio entorno del poder que
en algún momento expresaron desacuerdo con el régimen o,
según su certero olfato, podían pasar a la oposición.
Por lo general, el
mecanismo del juicio se desarrollaba según una dialéctica
que va preparando al público hacia un desenlace que
conllevaba la muerte por fusilamiento del encausado, cuya
culpabilidad va siendo destilada a medida que se
desarrolla la puesta en escena.
Así sucedió durante el
famoso juicio a Marquitos (1964), un ex miembro de la
juventud comunista, acusado de haber entregado,
presumiblemente instigado por su partido, a un grupo de
militantes que había participado en el asalto al Palacio
Presidencial, el 13 de marzo de 1957, cuyo objetivo era
asesinar a Batista. El grupo comunista de la universidad
era enemigo del Directorio, organizador del ataque.
Independientemente de la
veracidad o no del hecho, en realidad se trataba de una
maniobra destinada a deshacerse de algunos aliados,
miembros del antiguo partido comunista cubano que le
prestó un temprano apoyo al proceso castrista,
facilitándole el aparato político del que carecía el
movimiento revolucionario en los comienzos del régimen.
Evidentemente, Fidel Castro ya no los necesitaba, las
relaciones con la URSS ya eran sólidas y no precisaban de
intermediarios, y, ciertamente, los comunistas estaban
tomando demasiado poder, por lo que se imponía aplicarles
lo que podría calificarse como el método del kleenex, muy
usado por Fidel Castro durante su largo reinado.
El 19 de abril, Marcos
Rodríguez, Marquitos, es fusilado.
Los dos altos dirigentes a
los que se les quiso implicar durante el juicio, Joaquín
Ordoqui, entonces viceministro de Defensa y Edith García
Buchaca, secretaria del Consejo Nacional de la Cultura,
lograron salir indemnes. Pocos meses más tarde, en
octubre, Ordoqui fue víctima de una acusación que, dado el
contexto y el hecho de ostentar, nada menos que este cargo
de máxima confianza, no le dejaba salida posible: fue
inculpado de haber colaborado con la CIA durante su exilio
en México, hecho que por cierto, nunca se demostró.
Edith García Buchaca,
esposa de Ordoqui, rechazó la acusación y forzosamente lo
siguió en su caída en desgracia. Desaparecieron de la vida
pública sin que nadie se ofuscara, puesto que durante el
juicio a Marquitos se había hecho germinar la idea de la
sospecha de su culpabilidad. Se presume que Ordoqui no fue
fusilado gracias a la intervención de los soviéticos, pues
había sido un hombre de confianza del Kremlin. Varios años
más tarde, olvidado del mundo, Joaquín Ordoqui moría en
arresto domiciliario.
Espectáculo televisivo
El juicio más sonado en
época reciente, celebrado en 1989 y al que fue sometido un
general que ostentaba el título de Héroe de la República,
el general Arnaldo Ochoa, podría ser materia de estudio en
las escuelas de teatro. Junto con Ochoa, se juzgó a otros
oficiales por tráfico de droga, actividad que
indudablemente habían practicado, pero quienes conocen
medianamente el mecanismo del poder cubano no ignoran que
sin orden superior es imposible realizar semejante tarea
en Cuba.
En ningún momento se le
probó al general Ochoa haber traficado con drogas; el
documento final emitido por el propio tribunal que lo
juzgó así lo deja establecido. Sin embargo, en la opinión
pública permanece la versión de su culpabilidad por ese
delito, gracias a la amalgama de las dos causas. El mayor
delito, conocido, del general Ochoa era la inmensa
popularidad de la que gozaba en el seno del ejército y el
haber manifestado cierta libertad de pensamiento con
respecto al líder máximo.
En ambos juicios aparece la
demostración de la técnica que lleva el sello de Fidel
Castro. El carácter de espectáculo televisivo, para dar la
impresión de transparencia, de que "nada se le oculta al
pueblo", se desarrolla según una temporalidad secuencial
cuidadosamente establecida de antemano, semejante a una
puesta en escena teatral en el que cada actor tiene
adjudicado su papel y el modo en que debe desarrollarlo,
adaptándose a la mejor técnica de ficción hasta llegar al
desenlace, cuando la pena de muerte aparece como un hecho
esperado, como un desenlace lógico, en armonía con la
trama que nunca contempló la presunción de inocencia.
Al final del último acto,
salvo los familiares que siempre guardan la esperanza, el
resto de la opinión pública no se siente sorprendida.
En la actualidad se lleva a
cabo ante los ojos del mundo la que tal vez sea la más
espectacular: un suerte de ensayo general de la que sería
la última escena en la que Fidel Castro aparece como actor
principal antes de su desaparición real: su sucesión en el
poder es la trama del libreto que se está desarrollando.
No es la primera vez que desaparece de la escena pública y
el rumor de su gravedad se disemina por el mundo, para
luego reaparecer cual ave Fénix emergiendo de sus cenizas.
Circunstancias, seguramente
graves, condujeron a la primera figura, a darle
visibilidad protagónica al sucesor, su hermano Raúl
Castro; sin embargo, el documento que lo oficializa, tuvo
el cuidado de estipular de que se trata de una medida
provisoria. Toda su capacidad de maniobra y su pasión por
el poder quedan aquí expresados. No descartaba la
posibilidad de una mejoría y de un regreso a ocuparse de
los asuntos del mundo.
Volverá al poder si se
recupera, pues morirá en el poder. Raúl Castro volverá a
ocupar su papel de segundo, de sucesor potencial, como el
Príncipe Carlos de Inglaterra, pero puesto a prueba, por
lo que asumirá, públicamente, algunas responsabilidades de
gobierno.
Competencia con la
guerra en Líbano
Una escena exigua y local,
de un país que está lejos de ser una gran potencia con
peso real en los destinos del mundo —ni como poder
económico, político o militar—, ha ocupado durante unos
días, gracias al manejo magistral de la imagen de la
enfermedad de su jefe de Estado, tanto espacio mediático
como el conflicto entre Israel y Líbano; un conflicto de
inmensa gravedad en el entramado geopolítico
contemporáneo.
No obstante Raúl Castro, el
hermano sucesor, ha tenido una muy breve aparición, es
parte del escenario establecido: el suspenso es
inseparable de su técnica escenográfica. Y como su
nombramiento es provisorio….
Mientras, la puesta en
escena sigue su curso: conjeturas y declaraciones
oficiales se suceden y las redes internacionales del
castrismo son convocadas a manifestarse y a enviar los
clásicos mensajes de solidaridad y de denuncia del
"imperialismo americano" firmados por premios Nobel,
escritores célebres, o por profesionales de la
solidaridad, lo que permite hacer una demostración del
apoyo internacional con que aún cuenta, evaluar la
reacción de la comunidad política internacional en
relación con el cambio que se operaría con su salida del
poder.
Pero sobre todo, y esta
debe ser la razón principal, para evaluar la reacciones
internas que emanen de los diferentes estamentos de la
oligarquía castrista ante los cambios que, sin duda, van a
operarse ante al liderazgo de Raúl Castro y ante los
herederos del poder designados por el líder máximo.
En el nivel de la opinión
pública internacional, el hecho sobre el cual se han
centrado los medios ha sido la figura de Raúl Castro, que
hasta ahora había despertado poco interés.
El tándem de los
hermanos
El antiguo analista de la
CIA, Brian Latell, encargado de analizar los discursos de
Fidel Castro desde el comienzo del poder castrista y que
continúa haciéndolo tras su jubilación, ahora en el ámbito
académico, es el único en haberse interesado por el
personaje del hermano.
En un interesante libro de
publicación reciente, After Fidel. The Inside Story of
Castro's Regime and Cuba's Next Leader, afirma que
Fidel Castro y Raúl Castro conforman una pareja
absolutamente complementaria. Sin la colaboración de Raúl
Castro, Fidel Castro no hubiera permanecido tanto tiempo
en el poder, ni hubiera podido desarrollar su vocación de
liderazgo mundial.
Raúl ha sido el aliado
indispensable, el forjador de la institución, que es el
pilar por excelencia del Estado, que son las Fuerzas
armadas. El talento, el estilo y los gustos se
complementan en el uno y en el otro. Las debilidades de
uno, él otro las compensa, con cualidades complementarias.
En donde Raúl falla —comunicación, planes estratégicos,
manejo de las crisis—, Fidel es el maestro absoluto. En
cambio, Fidel flaquea en sentido de la organización y la
gestión, en lo que Raúl es el experto.
En el tándem que forman los
hermanos, Fidel Castro sería la figura del director de
teatro mientras que Raúl Castro sería el productor. De
hecho, apunta Latell, Raúl demostró sus dotes de
organizador militar desde la guerrilla cuando en la Sierra
Cristal, en el Segundo Frente, mostró un sentido de la
organización excepcional, incluso logró controlar una zona
mayor que la de su hermano. Allí elaboró un modelo de
administración que le sirvió de base para cuando
alcanzaran el poder.
En su diario de campaña
menciona que llegó a formar ese frente con cincuenta y
tres hombres, y al cabo de nueve meses el grupo lo
integraban unos mil hombres. Organizó un servicio de
inteligencia, escuelas, hospitales y servicios
administrativos que sirvió de núcleo para el futuro Estado
cubano impuesto por la revolución. En su diario se percibe
una obsesión por la administración; es por ello que
gracias a su manera de conducir las Fuerzas Armadas, a su
sentido de trabajo en equipo, la única y verdadera
meritocracia en Cuba emerge de ellas.
Fidel Castro aparece como
el médium de los sueños de grandeza de una Isla que se
mide con el mundo, y Raúl Castro, el pragmático que les da
la estructura real.
Según Latell, los secretos
de la historia de revolución cubana serán visibles el día
que se conozcan los entretelones de las relaciones entre
los dos hermanos, que el analista americano compara a los
muros de piedras superpuestas y que encajan perfectamente
entre sí, de las construcciones incas que se ven en el
Cuzco, Machu Pichu y otras zonas de Perú.
En todo caso, se trata de
una relación excepcional y tal vez única en el panorama
histórico del poder latinoamericano, e incluso del mundo:
el que un jefe de Estado le confié la organización y el
mando de las fuerzas armadas, de por vida, a un hombre
porque sabe que jamás va conspirar en su contra ni
intentará apoderarse del poder.
Fidel Castro ha podido
gobernar libre de la angustia de la traición en el
estamento más inmediato del poder. Un grado de confianza y
de seguridad del que ningún jefe de un régimen de la
índole del cubano ha gozado, ni por tanto tiempo. Incluso,
en sus tumultuosas relaciones con la Unión Soviética;
pues, según Latell, si Raúl Castro integró el PSP (Partido
Socialista Popular, antiguo Partido Comunista) en los años
previos a la revolución, fue por orden de Fidel Castro,
quien quería contar con el apoyo soviético, pero sin verse
acusado de simpatías comunistas lo que le hubiese restado
apoyo en sus propias filas.
Moscú pensaba contar así
con su hombre en La Habana, cuando lo que realmente
sucedía es que Fidel Castro contaba con su hombre en
Moscú.
La última imagen del
castrismo
En esta puesta en escena,
Raúl ha subido a las gradas como personaje principal de la
escena, pero invisible, pues su presencia está supeditada
al carácter provisional de la delegación de poderes que se
le ha conferido. Si el actor principal se recobra, por
poco que sea, es indudable que volverá a ocupar su puesto
habitual, aunque sea ya como esos ancianos muy
disminuidos, que se les coloca en un sillón del salón los
días de festejos familiares.
Tal vez la última imagen
del castrismo —que indudablemente morirá con él, pues
nadie más podrá ocupar el papel de encantador de
serpientes— será como la de esas fotografías color sepia
cubiertas de ese halo de nostalgia que nimba las imágenes
del pasado.
De alguna manera esa
fotografía representará esa extraña relación que los
cubanos han mantenido con el líder máximo, que pese a los
sufrimientos que les tocado vivir a todos debido al deseo
desmedido de un hombre de proyectarse en la historia, pues
tanto los afectos al régimen como los anticastristas, lo
llaman Fidel, tal como se nombra a los monarcas.
Si Raúl Castro logra asumir
públicamente un poder, que de hecho parece haber ejercido
hasta ahora detrás del trono, cambiará el estilo, pero no
la naturaleza del régimen. Sin embargo el hecho de ese
cambio de estilo, aunque no de contenido, representa en sí
un cambio radical, pues clausura la época de la fabrica de
ilusiones y la del afecto incautado; las imágenes quedarán
huérfanas pues ya no contarán con el médium que les daba
vida, ya nadie será rehén de una ficción; la subjetividad
de los cubanos, y de muchos otros en el mundo, quedará
libre y recobrará el raciocinio del pensamiento político
que permite pensar la democracia.
Un régimen al desnudo
Desprovisto del mesianismo
carismático de Fidel Castro y de su omnipresente imagen
tutelar, que de alguna forma representa el ideal de la
identidad viril cubana, y del afecto real de amor y de
odio, o de amor-odio que despierta su persona, el talante
poco carismático de la personalidad de Raúl Castro dejará
al desnudo la verdadera naturaleza del régimen: una
dictadura de corte estalinista, o como las otras que se
han conocido en el resto de América Latina, sin ningún
atractivo, similar a las que imperaron en lo diferentes
satélites que conformaban la URSS.
Tal vez entonces, la
oposición pacífica del interior deje de ser minoritaria y
los cubanos que viven en la Isla se sumen masivamente a
ejercer una oposición activa que prefigure la futura
democracia cubana, como se vio en los países del Este y en
otros del continente, y se sume al verdadero y gran debate
que atañe a toda la América Latina: la naturaleza de la
democracia que queremos y necesitamos.
En cuanto al gran tema tabú
que atañe particularmente a Cuba: el de sus relaciones con
Estados Unidos, me inclino a citar el luminoso ensayo de
Jesús Díaz La responsabilidad de David, en el que
él expresa de manera diáfana, sin tergiversaciones, cómo
Cuba debe encarar esas relaciones tomando ella la
iniciativa, actuando de manera activa y decidida:
"Cuba sólo tiene que
temerse a sí misma. A nuestra propia incapacidad para
entendernos entre cubanos, en paz y en aras de un proyecto
común. Estoy convencido de que ese proclamado miedo pánico
con respecto a Estados Unidos no es más que una máscara
del miedo a asumir nuestra propia libertad, nuestra propia
responsabilidad como nación todavía inacabada. Nunca
seremos absorbidos porque pertenecemos por naturaleza
cultural e histórica a la encrucijada de tres mundos.
Somos parte de Latinoamérica, del archipiélago Caribe y
frontera con Estados Unidos (...) Pero no podemos entrar
al siglo XXI con una mentalidad del siglo XIX, en el que
el Estado-nación era el valor absoluto, prácticamente
único, cuando incluso el país que lo inventó Francia, ha
sido uno de los motores de la integración de la Unión
Europea (...) Desde mi punto de vista la prueba única y
verdadera de la independencia cubana sería el
establecimiento de dicho Estado de derecho sin tener en
cuenta el proceder de Estados Unidos. Dicho en otras
palabras, condicionar el establecimiento de la democracia
en Cuba al levantamiento del embargo por parte de
Washington es no sólo una prueba de totalitarismo y de
miedo a la voluntad popular cubana sino también una
vergonzosa manifestación de espíritu anexionista" (Encuentro
No. 15, 1999/2000).
La lucidez de Jesús
respecto a este tema crucial, en las circunstancias
actuales, acentúa el sentir de su ausencia.
* |
Historiadora venezolana, consejera editorial de webarticulista.net,
experta analista del castrismo, participó en la famosa
Conferencia Tricontinental de La Habana (1966) y recibió
entrenamiento militar en Cuba.
Artículo
publicado en cubaencuentro.com |