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Castrismo, imagen y puesta en escena
por Elizabeth Burgos
martes, 15 agosto 2006

 

La toma de conciencia de la imagen como transmisora de mitos fue precoz en la carrera política de Fidel Castro. La imposición de su liderazgo se debe en gran medida, a su capacidad de cautivar el imaginario e instrumentalizar la subjetividad mediante la manipulación de la imagen. Por ello en materia de comunicación y de transmisión, la revolución cubana ha alcanzado un grado indiscutible de excelencia.

Lo que comúnmente se llama "revolución cubana", es, ante todo, una eficiente maquinaria publicitaria que ha alcanzado la dimensión de una multinacional de difusión de imágenes, difícilmente equiparable con otras de su especie. Si se le otorgara el puesto que debería tener en la historia contemporánea, la revolución cubana debería ostentar el título de pionera en materia de política espectáculo. Es el primer intento político del siglo XX cuyo éxito es proporcional a la importancia rotunda alcanzada por la televisión en ese ámbito, pues ambos fenómenos son contemporáneos.

La habilidad de Fidel Castro consistió en haberse percatado del impacto de la transmisión de imágenes como arma de combate y haber puesto esa técnica al servicio de su proyecto. La mezcla del empleo de los medios más modernos de comunicación, y el anacronismo ideológico del imaginario castrista, han seducido a las multitudes, porque el inconsciente es reacio a adaptarse a la contemporaneidad de la historia. La nostalgia se desliza entre la sofisticación digital y así se obtiene la postmodernidad, la expresión por excelencia de la cultura actual; que no es más que eso: actualidad.

Aunado a su destreza del manejo de la imagen, Fidel Castro posee el don que le es complementario y con grado de excelencia: el de la puesta en escena. No existe, en su largo historial político, un sólo episodio que no haya sido objeto de una minuciosa organización de un escenario previamente concebido.

Campanas precoces

Citaremos algunos de ellos al azar. Uno de los más ambiciosos y espectaculares, por tratarse del primer intento, fue la sustracción y el traslado de Manzanillo a La Habana de la célebre campana de La Demajagua —la "sagrada reliquia patriótica" con la que el "Padre de la Patria" Carlos Manuel de Céspedes convocó a su dotación de esclavos a iniciar la lucha por la independencia, el 10 de octubre de 1868.

La campana fue guardada en la Galería de los Mártires de la universidad habanera, en espera de un mitin que debía celebrarse en la famosa escalinata universitaria, lugar tradicional en donde los estudiantes solían organizar encuentros y concentraciones políticas.

Entretanto, la famosa campana fue recuperada por las autoridades, y Fidel Castro, a la sazón vicepresidente de la Escuela de Derecho, junto a sus compañeros, para "resarcir la afrenta", deciden cubrir la famosa escalinata universitaria con un inmenso lienzo negro en "señal de luto por el asesinato de la dignidad cubana". Iniciativa que lo hace aparecer como precursor del famoso artista plástico contemporáneo Christo, cuyo arte consiste en empaquetar con tela los edificios emblemáticos de las capitales del mundo.

El ataque al cuartel Moncada en 1953, cuyo autor intelectual, según Castro, fue José Martí, significó el gran acto teatral que introdujo su liderazgo político a nivel nacional. El desembarco del Granma, suficientemente pregonado como para que el ejército de Batista estuviera sobre aviso —aparte del hecho de que Fidel Castro olvidó traer consigo los mapas de las costas de la Isla— y las fuerzas armadas esperaran a los futuros combatientes, de los ochenta sobrevivieron bíblicamente doce.

De allí, Fidel Castro hace surgir la leyenda de los doce sobrevivientes, lo que asimila la lucha revolucionaria a una escena fundacional, la de Cristo y los Doce Apóstoles; demostrando la voluntad manifiesta de poseer el control del origen, una de las claves de la instauración del poder político o religioso, o ambos a la vez.

¿Y cómo olvidar que cuando uno de los más importantes editorialistas de The New York Times, Herbert Mathews, autor de la celebridad del revolucionario en Estados Unidos, subió a la Sierra Maestra a entrevistarlo, este hizo desfilar varias veces a los mismos combatientes para hacerle creer al norteamericano lo numerosa que era su tropa?

Tras la toma del poder, Castro ha gobernado ejerciendo un control férreo sobre la población, pero cada acto político ha significado un espectáculo en el que él ejerce el papel, a la vez de director de teatro y de personaje principal, adjudicándole al pueblo el papel de figurante.

Es el figurante el que garantiza el ejercicio de la "llamada democracia directa" de brazo levantado cuando se trata de obtener el "aval" del pueblo para la aplicación, por ejemplo, de la pena de muerte o de otra medida similar. O cuando el 16 de julio de 1959, para desembarazarse del presidente Manuel Urrutia, el cual había expresado su descontento por la presencia cada vez más visible de los comunistas en el gobierno, Castro convoca al pueblo para anunciarle su decisión de renunciar a su cargo de primer ministro. El pueblo por supuesto, entre Fidel Castro y Urrutia, escoge a Fidel Castro y Urrutia se ve forzado a dimitir.

Preparando al público

Luego, su arte de director de teatro cobró singular relieve durantes los diferentes juicios contra personajes del propio entorno del poder que en algún momento expresaron desacuerdo con el régimen o, según su certero olfato, podían pasar a la oposición.

Por lo general, el mecanismo del juicio se desarrollaba según una dialéctica que va preparando al público hacia un desenlace que conllevaba la muerte por fusilamiento del encausado, cuya culpabilidad va siendo destilada a medida que se desarrolla la puesta en escena.

Así sucedió durante el famoso juicio a Marquitos (1964), un ex miembro de la juventud comunista, acusado de haber entregado, presumiblemente instigado por su partido, a un grupo de militantes que había participado en el asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, cuyo objetivo era asesinar a Batista. El grupo comunista de la universidad era enemigo del Directorio, organizador del ataque.

Independientemente de la veracidad o no del hecho, en realidad se trataba de una maniobra destinada a deshacerse de algunos aliados, miembros del antiguo partido comunista cubano que le prestó un temprano apoyo al proceso castrista, facilitándole el aparato político del que carecía el movimiento revolucionario en los comienzos del régimen. Evidentemente, Fidel Castro ya no los necesitaba, las relaciones con la URSS ya eran sólidas y no precisaban de intermediarios, y, ciertamente, los comunistas estaban tomando demasiado poder, por lo que se imponía aplicarles lo que podría calificarse como el método del kleenex, muy usado por Fidel Castro durante su largo reinado.

El 19 de abril, Marcos Rodríguez, Marquitos, es fusilado.

Los dos altos dirigentes a los que se les quiso implicar durante el juicio, Joaquín Ordoqui, entonces viceministro de Defensa y Edith García Buchaca, secretaria del Consejo Nacional de la Cultura, lograron salir indemnes. Pocos meses más tarde, en octubre, Ordoqui fue víctima de una acusación que, dado el contexto y el hecho de ostentar, nada menos que este cargo de máxima confianza, no le dejaba salida posible: fue inculpado de haber colaborado con la CIA durante su exilio en México, hecho que por cierto, nunca se demostró.

Edith García Buchaca, esposa de Ordoqui, rechazó la acusación y forzosamente lo siguió en su caída en desgracia. Desaparecieron de la vida pública sin que nadie se ofuscara, puesto que durante el juicio a Marquitos se había hecho germinar la idea de la sospecha de su culpabilidad. Se presume que Ordoqui no fue fusilado gracias a la intervención de los soviéticos, pues había sido un hombre de confianza del Kremlin. Varios años más tarde, olvidado del mundo, Joaquín Ordoqui moría en arresto domiciliario.

Espectáculo televisivo

El juicio más sonado en época reciente, celebrado en 1989 y al que fue sometido un general que ostentaba el título de Héroe de la República, el general Arnaldo Ochoa, podría ser materia de estudio en las escuelas de teatro. Junto con Ochoa, se juzgó a otros oficiales por tráfico de droga, actividad que indudablemente habían practicado, pero quienes conocen medianamente el mecanismo del poder cubano no ignoran que sin orden superior es imposible realizar semejante tarea en Cuba.

En ningún momento se le probó al general Ochoa haber traficado con drogas; el documento final emitido por el propio tribunal que lo juzgó así lo deja establecido. Sin embargo, en la opinión pública permanece la versión de su culpabilidad por ese delito, gracias a la amalgama de las dos causas. El mayor delito, conocido, del general Ochoa era la inmensa popularidad de la que gozaba en el seno del ejército y el haber manifestado cierta libertad de pensamiento con respecto al líder máximo.

En ambos juicios aparece la demostración de la técnica que lleva el sello de Fidel Castro. El carácter de espectáculo televisivo, para dar la impresión de transparencia, de que "nada se le oculta al pueblo", se desarrolla según una temporalidad secuencial cuidadosamente establecida de antemano, semejante a una puesta en escena teatral en el que cada actor tiene adjudicado su papel y el modo en que debe desarrollarlo, adaptándose a la mejor técnica de ficción hasta llegar al desenlace, cuando la pena de muerte aparece como un hecho esperado, como un desenlace lógico, en armonía con la trama que nunca contempló la presunción de inocencia.

Al final del último acto, salvo los familiares que siempre guardan la esperanza, el resto de la opinión pública no se siente sorprendida.

En la actualidad se lleva a cabo ante los ojos del mundo la que tal vez sea la más espectacular: un suerte de ensayo general de la que sería la última escena en la que Fidel Castro aparece como actor principal antes de su desaparición real: su sucesión en el poder es la trama del libreto que se está desarrollando. No es la primera vez que desaparece de la escena pública y el rumor de su gravedad se disemina por el mundo, para luego reaparecer cual ave Fénix emergiendo de sus cenizas.

Circunstancias, seguramente graves, condujeron a la primera figura, a darle visibilidad protagónica al sucesor, su hermano Raúl Castro; sin embargo, el documento que lo oficializa, tuvo el cuidado de estipular de que se trata de una medida provisoria. Toda su capacidad de maniobra y su pasión por el poder quedan aquí expresados. No descartaba la posibilidad de una mejoría y de un regreso a ocuparse de los asuntos del mundo.

Volverá al poder si se recupera, pues morirá en el poder. Raúl Castro volverá a ocupar su papel de segundo, de sucesor potencial, como el Príncipe Carlos de Inglaterra, pero puesto a prueba, por lo que asumirá, públicamente, algunas responsabilidades de gobierno.

Competencia con la guerra en Líbano

Una escena exigua y local, de un país que está lejos de ser una gran potencia con peso real en los destinos del mundo —ni como poder económico, político o militar—, ha ocupado durante unos días, gracias al manejo magistral de la imagen de la enfermedad de su jefe de Estado, tanto espacio mediático como el conflicto entre Israel y Líbano; un conflicto de inmensa gravedad en el entramado geopolítico contemporáneo.

No obstante Raúl Castro, el hermano sucesor, ha tenido una muy breve aparición, es parte del escenario establecido: el suspenso es inseparable de su técnica escenográfica. Y como su nombramiento es provisorio….

Mientras, la puesta en escena sigue su curso: conjeturas y declaraciones oficiales se suceden y las redes internacionales del castrismo son convocadas a manifestarse y a enviar los clásicos mensajes de solidaridad y de denuncia del "imperialismo americano" firmados por premios Nobel, escritores célebres, o por profesionales de la solidaridad, lo que permite hacer una demostración del apoyo internacional con que aún cuenta, evaluar la reacción de la comunidad política internacional en relación con el cambio que se operaría con su salida del poder.

Pero sobre todo, y esta debe ser la razón principal, para evaluar la reacciones internas que emanen de los diferentes estamentos de la oligarquía castrista ante los cambios que, sin duda, van a operarse ante al liderazgo de Raúl Castro y ante los herederos del poder designados por el líder máximo.

En el nivel de la opinión pública internacional, el hecho sobre el cual se han centrado los medios ha sido la figura de Raúl Castro, que hasta ahora había despertado poco interés.

El tándem de los hermanos

El antiguo analista de la CIA, Brian Latell, encargado de analizar los discursos de Fidel Castro desde el comienzo del poder castrista y que continúa haciéndolo tras su jubilación, ahora en el ámbito académico, es el único en haberse interesado por el personaje del hermano.

En un interesante libro de publicación reciente, After Fidel. The Inside Story of Castro's Regime and Cuba's Next Leader, afirma que Fidel Castro y Raúl Castro conforman una pareja absolutamente complementaria. Sin la colaboración de Raúl Castro, Fidel Castro no hubiera permanecido tanto tiempo en el poder, ni hubiera podido desarrollar su vocación de liderazgo mundial.

Raúl ha sido el aliado indispensable, el forjador de la institución, que es el pilar por excelencia del Estado, que son las Fuerzas armadas. El talento, el estilo y los gustos se complementan en el uno y en el otro. Las debilidades de uno, él otro las compensa, con cualidades complementarias. En donde Raúl falla —comunicación, planes estratégicos, manejo de las crisis—, Fidel es el maestro absoluto. En cambio, Fidel flaquea en sentido de la organización y la gestión, en lo que Raúl es el experto.

En el tándem que forman los hermanos, Fidel Castro sería la figura del director de teatro mientras que Raúl Castro sería el productor. De hecho, apunta Latell, Raúl demostró sus dotes de organizador militar desde la guerrilla cuando en la Sierra Cristal, en el Segundo Frente, mostró un sentido de la organización excepcional, incluso logró controlar una zona mayor que la de su hermano. Allí elaboró un modelo de administración que le sirvió de base para cuando alcanzaran el poder.

En su diario de campaña menciona que llegó a formar ese frente con cincuenta y tres hombres, y al cabo de nueve meses el grupo lo integraban unos mil hombres. Organizó un servicio de inteligencia, escuelas, hospitales y servicios administrativos que sirvió de núcleo para el futuro Estado cubano impuesto por la revolución. En su diario se percibe una obsesión por la administración; es por ello que gracias a su manera de conducir las Fuerzas Armadas, a su sentido de trabajo en equipo, la única y verdadera meritocracia en Cuba emerge de ellas.

Fidel Castro aparece como el médium de los sueños de grandeza de una Isla que se mide con el mundo, y Raúl Castro, el pragmático que les da la estructura real.

Según Latell, los secretos de la historia de revolución cubana serán visibles el día que se conozcan los entretelones de las relaciones entre los dos hermanos, que el analista americano compara a los muros de piedras superpuestas y que encajan perfectamente entre sí, de las construcciones incas que se ven en el Cuzco, Machu Pichu y otras zonas de Perú.

En todo caso, se trata de una relación excepcional y tal vez única en el panorama histórico del poder latinoamericano, e incluso del mundo: el que un jefe de Estado le confié la organización y el mando de las fuerzas armadas, de por vida, a un hombre porque sabe que jamás va conspirar en su contra ni intentará apoderarse del poder.

Fidel Castro ha podido gobernar libre de la angustia de la traición en el estamento más inmediato del poder. Un grado de confianza y de seguridad del que ningún jefe de un régimen de la índole del cubano ha gozado, ni por tanto tiempo. Incluso, en sus tumultuosas relaciones con la Unión Soviética; pues, según Latell, si Raúl Castro integró el PSP (Partido Socialista Popular, antiguo Partido Comunista) en los años previos a la revolución, fue por orden de Fidel Castro, quien quería contar con el apoyo soviético, pero sin verse acusado de simpatías comunistas lo que le hubiese restado apoyo en sus propias filas.

Moscú pensaba contar así con su hombre en La Habana, cuando lo que realmente sucedía es que Fidel Castro contaba con su hombre en Moscú.

La última imagen del castrismo

En esta puesta en escena, Raúl ha subido a las gradas como personaje principal de la escena, pero invisible, pues su presencia está supeditada al carácter provisional de la delegación de poderes que se le ha conferido. Si el actor principal se recobra, por poco que sea, es indudable que volverá a ocupar su puesto habitual, aunque sea ya como esos ancianos muy disminuidos, que se les coloca en un sillón del salón los días de festejos familiares.

Tal vez la última imagen del castrismo —que indudablemente morirá con él, pues nadie más podrá ocupar el papel de encantador de serpientes— será como la de esas fotografías color sepia cubiertas de ese halo de nostalgia que nimba las imágenes del pasado.

De alguna manera esa fotografía representará esa extraña relación que los cubanos han mantenido con el líder máximo, que pese a los sufrimientos que les tocado vivir a todos debido al deseo desmedido de un hombre de proyectarse en la historia, pues tanto los afectos al régimen como los anticastristas, lo llaman Fidel, tal como se nombra a los monarcas.

Si Raúl Castro logra asumir públicamente un poder, que de hecho parece haber ejercido hasta ahora detrás del trono, cambiará el estilo, pero no la naturaleza del régimen. Sin embargo el hecho de ese cambio de estilo, aunque no de contenido, representa en sí un cambio radical, pues clausura la época de la fabrica de ilusiones y la del afecto incautado; las imágenes quedarán huérfanas pues ya no contarán con el médium que les daba vida, ya nadie será rehén de una ficción; la subjetividad de los cubanos, y de muchos otros en el mundo, quedará libre y recobrará el raciocinio del pensamiento político que permite pensar la democracia.

Un régimen al desnudo

Desprovisto del mesianismo carismático de Fidel Castro y de su omnipresente imagen tutelar, que de alguna forma representa el ideal de la identidad viril cubana, y del afecto real de amor y de odio, o de amor-odio que despierta su persona, el talante poco carismático de la personalidad de Raúl Castro dejará al desnudo la verdadera naturaleza del régimen: una dictadura de corte estalinista, o como las otras que se han conocido en el resto de América Latina, sin ningún atractivo, similar a las que imperaron en lo diferentes satélites que conformaban la URSS.

Tal vez entonces, la oposición pacífica del interior deje de ser minoritaria y los cubanos que viven en la Isla se sumen masivamente a ejercer una oposición activa que prefigure la futura democracia cubana, como se vio en los países del Este y en otros del continente, y se sume al verdadero y gran debate que atañe a toda la América Latina: la naturaleza de la democracia que queremos y necesitamos.

En cuanto al gran tema tabú que atañe particularmente a Cuba: el de sus relaciones con Estados Unidos, me inclino a citar el luminoso ensayo de Jesús Díaz La responsabilidad de David, en el que él expresa de manera diáfana, sin tergiversaciones, cómo Cuba debe encarar esas relaciones tomando ella la iniciativa, actuando de manera activa y decidida:

"Cuba sólo tiene que temerse a sí misma. A nuestra propia incapacidad para entendernos entre cubanos, en paz y en aras de un proyecto común. Estoy convencido de que ese proclamado miedo pánico con respecto a Estados Unidos no es más que una máscara del miedo a asumir nuestra propia libertad, nuestra propia responsabilidad como nación todavía inacabada. Nunca seremos absorbidos porque pertenecemos por naturaleza cultural e histórica a la encrucijada de tres mundos. Somos parte de Latinoamérica, del archipiélago Caribe y frontera con Estados Unidos (...) Pero no podemos entrar al siglo XXI con una mentalidad del siglo XIX, en el que el Estado-nación era el valor absoluto, prácticamente único, cuando incluso el país que lo inventó Francia, ha sido uno de los motores de la integración de la Unión Europea (...) Desde mi punto de vista la prueba única y verdadera de la independencia cubana sería el establecimiento de dicho Estado de derecho sin tener en cuenta el proceder de Estados Unidos. Dicho en otras palabras, condicionar el establecimiento de la democracia en Cuba al levantamiento del embargo por parte de Washington es no sólo una prueba de totalitarismo y de miedo a la voluntad popular cubana sino también una vergonzosa manifestación de espíritu anexionista" (Encuentro No. 15, 1999/2000).

La lucidez de Jesús respecto a este tema crucial, en las circunstancias actuales, acentúa el sentir de su ausencia.

 *

Historiadora venezolana, consejera editorial de webarticulista.net, experta analista del castrismo, participó en la famosa Conferencia Tricontinental de La Habana (1966) y recibió entrenamiento militar en Cuba.

 Artículo publicado en cubaencuentro.com

 
 
 
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