Nadie
esperaba un ejercicio de introspección cuando el Departamento de
Estado de los EEUU presentó su informe sobre derechos humanos
donde analiza la situación en 196 naciones. La única mención al
país se lee en la introducción: “el viaje hacia la libertad y
justicia de los EEUU ha sido largo y difícil, y está lejos de
terminar. Aún así, a través del tiempo la independencia en las
ramas del gobierno, la prensa libre, nuestra apertura al mundo,
y lo más importante, el coraje civil de impacientes patriotas
nos ha ayudado a mantener la fe en nuestros ideales
fundacionales y nuestras obligaciones internacionales con los
derechos humanos”. No es fácil para una administración acusada
de manejar dobles estándares convencer al mundo sobre su versión
de la realidad, y quizás por eso el Secretario Adjunto Barry
Lowenkron dijo al presentar el informe “consideramos que la
actuación en Derechos Humanos de cualquier gobierno, incluyendo
el nuestro, son una legítima materia de comentario y debate
internacional”
Guantánamo, Abu Ghraib y la
invasión a Irak y Afganistán, los abusos de la guerra contra el
terrorismo, los errores de la administración Bush se llevarían
esta columna, y si revisamos el historial del siglo XX, la
política exterior estadounidense está llena de historias negras.
Por eso es fácil para los gobiernos de Korea del Norte, Irán,
Myanmar, Zimbabwe, Bielarrusia, Cuba o Venezuela, entre otros
señalados como casos especiales, desestimar las denuncias y
ventilar los trapos sucios de Washington. Lo difícil es poder
asegurar que en sus países hay transparencia democrática y que
sus ciudadanos gozan de plenas libertades.
Llevar el debate a la autoridad
moral de EEUU para evaluar a otros países es una trampa, la
percepción de la administración Bush es tan baja que cualquier
señalamiento puede ser considerado intervencionismo. Sus errores
son injustificables y ya organismos como Amnistía Internacional
han sido muy duros ante las políticas de DDHH de Washington, así
que el asunto está más allá, a diferencia de muchas naciones, en
EEUU hay la posibilidad de debatir abiertamente las críticas,
llevarla a tribunales y exigir respuesta a las autoridades.
Quienes adversan al gobierno no son perseguidos
sistemáticamente. Claro que está Cindy Sheenah, detenida el
pasado lunes ante la ONU, pero difícilmente su caso se pueda
comparar al de los presos políticos cubanos, chinos, rusos o
iraníes. Y es verdad que existió una lista McCarthy, pero
palidece ante el Archipiélago Gulag de Stalin. El sistema
estadounidense es imperfecto, pero el antinorteamericanismo (que
muchas veces es más antibushismo) no es suficiente para
desestimar la capacidad de regulación y contrabalances que
tiene.
En temas de Derechos Humanos
nadie está tan limpio como para lanzar la primera piedra, pero
conviene evaluar quien está más dispuesto a ventilar sus pecados
en público, de la manera más transparente posible.
ebravo@unionradio.com.ve