Para
el radical no existe mayor amenaza que la moderación.
Acostumbrado a entender el mundo en blanco y negro, piensa que
los grises son sinónimo de debilidad, genuflexión o falta de
compromiso. Para su agenda no sirven posturas centradas, pues en
su credo los extremos son más útiles. Para el radical, más
peligroso que el enemigo resulta el moderado: mientras el
primero alimenta su razón de ser, el último lo deja solo con su
discurso.
En estos
tiempos revueltos no ha sido difícil para los radicales
encontrar eco a sus arengas. Saben que una chispa puede encender
la montaña y aún siendo pocos logran hacer mucho ruido. Con los
ánimos caldeados todo es cuestión de lanzar la primera piedra y
empujar los acontecimientos. Una vez que la espiral del odio
gana inercia esperan sacar el mayor dividendo para su causa:
Dios, Patria, Pueblo, Derechos, Libertad.
En este
escenario el moderado es un estorbo que retrasa el conflicto,
así que la única alternativa es polarizar. Con los extremos
radicalizados es más fácil levantar barreras y escribir las
opiniones en bronce para decir estás conmigo o contra mi. Peor
aún, desaparecen los intereses comunes y escalan las
diferencias, hasta el punto de hacer que se justifiquen los
medios en nombre del fin.
Desde la política venezolana hasta la
geopolítica mundial, en diversos momentos los radicales han
logrado secuestrar el escenario para manipularlo según su
conveniencia. Con esto no solo aceleran sus objetivos, sino que
además van excluyendo a los sectores moderados, quienes
desmotivados por los acontecimientos dejan el terreno libre a
los extremistas. El conflicto suscitado por las caricaturas de
Mahoma es un buen ejemplo: mientras los líderes islámicos avivan
las llamas en las calles del cercano y medio oriente, los grupos
anti-inmigrantes hacen lo mismo en las avenidas europeas.
El mismo debate
entre libertad de expresión y respeto a las creencias religiosas
ha sido secuestrado por los radicales. Es por ello que el pasado
martes, en actitud mediadora, Kofi Anan firmó junto a Javier
Solana por la Unión Europea y Ekmeleddin Ihsanoglu por la
Organización de la Conferencia Islámica, una declaración que
decía “apoyamos completamente la libertad de expresión, pero
entendemos el dolor e indignación del mundo musulmán. Creemos
que la libertad de prensa conlleva responsabilidad y discreción
y debe respetar las creencias de todas las religiones. Pero
también creemos que los recientes actos de violencia sobrepasan
los límites de la protesta pacífica y que la agresión contra la
vida y la propiedad solo dañan la imagen de un Islam pacífico”.
Al
fundamentalismo le conviene más un choque de civilizaciones que
un verdadero diálogo. El peligro es cuando a los sectores
moderados los invade una suerte de síndrome de Estocolmo y
comienzan a simpatizar con sus captores. Basta mirar el pasado
reciente para ver las ruinas que nos ha dejado la espiral del
odio.
ebravo@unionradio.com.ve