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Prisioneros de los extremos 
por Eli Bravo
jueves, 9 febrero 2006

 

Para el radical no existe mayor amenaza que la moderación. Acostumbrado a entender el mundo en blanco y negro, piensa que los grises son sinónimo de debilidad, genuflexión o falta de compromiso. Para su agenda no sirven posturas centradas, pues en su credo los extremos son más útiles. Para el radical, más peligroso que el enemigo resulta el moderado: mientras el primero alimenta su razón de ser, el último lo deja solo con su discurso.

En estos tiempos revueltos no ha sido difícil para los radicales encontrar eco a sus arengas. Saben que una chispa puede encender la montaña y aún siendo pocos logran hacer mucho ruido. Con los ánimos caldeados todo es cuestión de lanzar la primera piedra y empujar los acontecimientos. Una vez que la espiral del odio gana inercia esperan sacar el mayor dividendo para su causa: Dios, Patria, Pueblo, Derechos, Libertad.

En este escenario el moderado es un estorbo que retrasa el conflicto, así que la única alternativa es polarizar. Con los extremos radicalizados es más fácil levantar barreras y escribir las opiniones en bronce para decir estás conmigo o contra mi. Peor aún, desaparecen los intereses comunes y escalan las diferencias, hasta el punto de hacer que se justifiquen los medios en nombre del fin.

Desde la política venezolana hasta la geopolítica mundial, en diversos momentos los radicales han logrado secuestrar el escenario para manipularlo según su conveniencia. Con esto no solo aceleran sus objetivos, sino que además van excluyendo a los sectores moderados, quienes desmotivados por los acontecimientos dejan el terreno libre a los extremistas. El conflicto suscitado por las caricaturas de Mahoma es un buen ejemplo: mientras los líderes islámicos avivan las llamas en las calles del cercano y medio oriente, los grupos anti-inmigrantes hacen lo mismo en las avenidas europeas.

El mismo debate entre libertad de expresión y respeto a las creencias religiosas ha sido secuestrado por los radicales. Es por ello que el pasado martes, en actitud mediadora, Kofi Anan firmó junto a Javier Solana por la Unión Europea y Ekmeleddin Ihsanoglu por la Organización de la Conferencia Islámica, una declaración que decía “apoyamos completamente la libertad de expresión, pero entendemos el dolor e indignación del mundo musulmán. Creemos que la libertad de prensa conlleva responsabilidad y discreción y debe respetar las creencias de todas las religiones. Pero también creemos que los recientes actos de violencia sobrepasan los límites de la protesta pacífica y que la agresión contra la vida y la propiedad solo dañan la imagen de un Islam pacífico”.

Al fundamentalismo le conviene más un choque de civilizaciones que un verdadero diálogo. El peligro es cuando a los sectores moderados los invade una suerte de síndrome de Estocolmo y comienzan a simpatizar con sus captores. Basta mirar el pasado reciente para ver las ruinas que nos ha dejado la espiral del odio.

ebravo@unionradio.com.ve 
 

 
 
 
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