Con
más de 210 millones de personas bajo la línea de pobreza, entre
ellas 88 millones viviendo con menos de un dólar al día, resulta
inevitable el ascenso del populismo de izquierda en América
Latina. La victoria de Evo Morales en Bolivia, los altos
porcentajes de Ollanta Humala en Perú y la opción de un gobierno
de López Obrador en México son un síntoma de un mal añejo en el
continente: la inequidad del ingreso y las oportunidades. Los
índices varían según las fuentes, pero cerca del 40% más pobre
de la región recibe el 13% de los ingresos, mientras al 10% más
rico le llega el 36%.
Esta
desigualdad solo es superada por África, pero los últimos años
han arrojado resultados alentadores en términos de desarrollo
para América Latina, si bien no suficientes para reducir la
pobreza a los niveles anhelados y así calmar los ánimos. Es
posible alegar que las reformas de los años 90 están dando sus
frutos ahora, con un crecimiento sostenido de la región estimado
en el 5% para este año y economías más sólidas con inflaciones
controladas. También los programas para atacar directamente la
pobreza que muchos países han iniciado le están permitiendo
mejores condiciones a millones de personas. Pero todavía hay una
brecha que es una herida abierta en los estómagos más pobres.
El
camino retórico del nuevo liderazgo es culpar al pasado de todos
los males y prometer un futuro mejor. Cuando se tiene nada, o
muy poco, estas promesas son tan dulces como tentadoras. Por eso
el discurso nacionalista y populista se consolida en formas de
gobierno que no siempre tienen una respuesta efectiva y pueden
terminar defraudando a un electorado que pasará de una
frustración a otra. Como parte de un ciclo, estos últimos dos
años han sido perfecto ejemplo de la tensión entre dos modelos
modernizadores: uno que privilegia la agenda social con una
economía centralizada, y otro que busca la manera de sincronizar
la economía de mercado con las demandas de la sociedad.
Por
ahora los modelos parecieran llevar una competencia cerrada,
pero la carrera entre los países no es pura velocidad, sino que
también conlleva resistencia. Solo aquellos que puedan generar
un crecimiento sostenido serán capaces de acercar a sus
ciudadanos a la meta de una vida próspera. Y es aquí donde vale
preguntarse ¿ganarán los que apuesten a la integración de las
corrientes mundiales y manejen su política con una mentalidad
económica global? ¿O se impondrán los que insistan en crear
modelos alternativos con la periferia y conduzcan su economía
con mentalidad ideológica y política? Como respuesta, vale la
pena asomarse en los fenómenos de China, India, Irlanda, Chile y
España.
No es que los
electores deban preguntarse a cuál país los candidatos prometan
acercarlos, sino en que dirección prometen alejarlos de la
prosperidad que sueñan.
ebravo@unionradio.com.ve
|