De
haber sido una reflexión personal, se la habría achacado al
efecto de la hamburguesa que una hora antes había engullido,
pero fue mi amigo Marcos Salas quien comentó mientras explotaban
los fuegos artificiales del 4 de Julio en el cielo de Miami:
“fíjate tú, mientras esta independencia la celebra la gente en
cada ciudad con una fiesta de comida, música y pirotécnica,
mientras en Venezuela el 5 de Julio es un acto de militares, con
desfile de tropas, aviones y fusiles en Los Próceres”. Un cohete
estalló en una lluvia de chispas y traté de adivinar el titular
de la Agencia Bolivariana de Noticias. No era difícil acertar:
“Chávez vislumbra la unión de las fuerzas armadas de países del
Mercosur”.
Dejemos a un lado el alerta
ante las compras de armamento venezolanas, los abusos y torpezas
en la historia militar de EEUU o las elaboraciones sobre
asimetría, intervencionismo y soberanía. Hay algo detrás de la
frase de Marcos que me resulta más intrigante: ¿Cómo fue qué los
ciudadanos se dejaron cercar por el sector militar hasta comprar
la trinidad de Fuerzas Armadas-Pueblo-Estado? Y más aún ¿cómo es
que tanta gente de izquierda, que coreaban consignas contra la
bota militar en predios universitarios, se sienten cómodos ante
el discurso oficial tan cargado de militarismo? En fin, ¿qué
pasó con el espíritu cívico de la población que se ha mimetizado
con el aparato militar y asimila como si fuera propio el credo
de las Fuerzas Armadas?
Soy capaz de entender la
confianza popular en el esfuerzo social de la administración
Chávez, la emotividad que despierta el carisma del líder y las
huellas del caudillismo en el tejido nacional. Pero lo que no
deja de sorprenderme al ver la conformación de milicias
populares, los mensajes públicos en tono de arenga de cuartel y
el ascenso de una clase militar con tanta hambre de dinero como
sus antecesores, es que millones de personas apoyen la invasión
de los espacios cíviles por las chaterras bolivarianas y
consideren esto una muestra de solidez democrática
En mis años de Scout lo mejor
que tenían los militares eran sus chaquetas verde oliva para las
frías noches de campamento y sus botas negras para subir al
Avila. Pero desde entonces mantengo distancia del aparato
militar y lo concibo solo como una institución dependiente del
gobierno civil para labores de seguridad y defensa. No como una
gorra que todo ciudadano deba calzarse como acto de voluntarismo
revolucionario.
Una cosa es la emoción nacional
que despierten las tropas, asunto del que paso, pero otra es su
presencia en todo ámbito de la vida civil y la forma alegre como
los civiles se tragan sus municiones.
Me encantaría tener una
respuesta, especialmente de mis colegas columnistas que navegan
mejor en las aguas del proceso y seguramente se han planteado
estas interrogantes en alguna fiesta en el Círculo Militar.
ebravo@unionradio.com.ve
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