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El cerebro político 
por Eli Bravo
jueves, 2 marzo 2006

 

Ser cabeza dura a la hora del debate político no es una simple señal de terquedad o fanatismo militante. Como ha comprobado el doctor Drew Westen de la Universidad de Emory en Atlanta, EEUU. Nuestro cerebro trabaja a un nivel inconsciente para rechazar opiniones que contradigan nuestras creencias. Por eso cuando nos enfrentamos con contradicciones dejamos de lado la razón y nos embarcamos en una reacción emotiva. Y si de paso esta reacción es avalada por nuestro grupo, entonces nos sentimos seguros de lo que pensamos y decimos.

A fin de entender como trabaja nuestra mente, Westen colocó scanners para medir la actividad cerebral en individuos que se autodefinían como republicanos o demócratas y les presentó una serie de informaciones negativas sobre varios candidatos. Las personas encontraron hipocresía e inconsistencia en aquellos candidatos a los que se oponían, pero cuando tocaba a los candidatos que apoyaban, rápidamente aparecieron razonamientos que desestimaban la información o la justificaban. Lo interesante fue que al rechazar la información negativa de los candidatos preferidos las imágenes de resonancia magnética revelaron que los centros de placer del cerebro se activaban, generando una sensación de tranquilidad. Igualmente las zonas del cerebro encargadas del perdón mostraron cierta actividad, mientras que las encargadas de razonamiento en frío permanecieron relativamente inactivas.

Los investigadores ya sabían que las decisiones políticas tenían un alto componente inconsciente y emocional, pero este estudio deja en claro que la militancia partidista los refuerza, así que en situaciones de polarización el debate está dominado por creencias y prejuicios, más que por hechos y razonamientos.

Otros estudios indican que los fanáticos a rabiar de los deportes sufren menos depresión y soledad, quizás porque son capaces de satisfacer sus necesidades de pertenencia a un grupo o porque calman su espíritu guerrero con la batalla simbólica que representa el juego. De paso, refuerzan sus convicciones con el resto de la hinchada y diluyen su individualismo en la marea colectiva de un estadio. En esto se parecen la religión y el deporte: ofrecen un marco de seguridad y verdades para compartir con otros. Aquí también podríamos incluir la política, sobre todo cuando nuestro cerebro la asume en términos similares. Es por ello que el equipo, la iglesia o el partido contrario son unos perdedores, unos herejes o el enemigo mismo.

No es fácil controlar nuestros pensamientos, y la verdad, suelen ser nuestros pensamientos quienes nos controlan. Así vamos asumiendo posiciones, seleccionando informaciones y buscando gente o medios que convaliden nuestras convicciones. Una forma de evitar que el cerebro haga corto circuito, y a la vez, de tomar partido para no sentirnos tan solos.

ebravo@unionradio.com.ve 
 

 
 
 
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