Ser
cabeza dura a la hora del debate político no es una simple señal
de terquedad o fanatismo militante. Como ha comprobado el doctor
Drew Westen de la Universidad de Emory en Atlanta, EEUU. Nuestro
cerebro trabaja a un nivel inconsciente para rechazar opiniones
que contradigan nuestras creencias. Por eso cuando nos
enfrentamos con contradicciones dejamos de lado la razón y nos
embarcamos en una reacción emotiva. Y si de paso esta reacción
es avalada por nuestro grupo, entonces nos sentimos seguros de
lo que pensamos y decimos.
A fin de
entender como trabaja nuestra mente, Westen colocó scanners para
medir la actividad cerebral en individuos que se autodefinían
como republicanos o demócratas y les presentó una serie de
informaciones negativas sobre varios candidatos. Las personas
encontraron hipocresía e inconsistencia en aquellos candidatos a
los que se oponían, pero cuando tocaba a los candidatos que
apoyaban, rápidamente aparecieron razonamientos que desestimaban
la información o la justificaban. Lo interesante fue que al
rechazar la información negativa de los candidatos preferidos
las imágenes de resonancia magnética revelaron que los centros
de placer del cerebro se activaban, generando una sensación de
tranquilidad. Igualmente las zonas del cerebro encargadas del
perdón mostraron cierta actividad, mientras que las encargadas
de razonamiento en frío permanecieron relativamente inactivas.
Los
investigadores ya sabían que las decisiones políticas tenían un
alto componente inconsciente y emocional, pero este estudio deja
en claro que la militancia partidista los refuerza, así que en
situaciones de polarización el debate está dominado por
creencias y prejuicios, más que por hechos y razonamientos.
Otros estudios
indican que los fanáticos a rabiar de los deportes sufren menos
depresión y soledad, quizás porque son capaces de satisfacer sus
necesidades de pertenencia a un grupo o porque calman su
espíritu guerrero con la batalla simbólica que representa el
juego. De paso, refuerzan sus convicciones con el resto de la
hinchada y diluyen su individualismo en la marea colectiva de un
estadio. En esto se parecen la religión y el deporte: ofrecen un
marco de seguridad y verdades para compartir con otros. Aquí
también podríamos incluir la política, sobre todo cuando nuestro
cerebro la asume en términos similares. Es por ello que el
equipo, la iglesia o el partido contrario son unos perdedores,
unos herejes o el enemigo mismo.
No es fácil
controlar nuestros pensamientos, y la verdad, suelen ser
nuestros pensamientos quienes nos controlan. Así vamos asumiendo
posiciones, seleccionando informaciones y buscando gente o
medios que convaliden nuestras convicciones. Una forma de evitar
que el cerebro haga corto circuito, y a la vez, de tomar partido
para no sentirnos tan solos.
ebravo@unionradio.com.ve
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