Prometió
acabar con la corrupción del gobierno anterior y los ciudadanos
le creyeron. Con el voto de los pobres arrasó en las elecciones,
envuelto en un manto de esperanzas ascendió a la presidencia y
en las primeras de cambio removió jueces, gerentes y oficiales
corruptos. Pero estallaron los escándalos y se acabó la magia.
Luego de las revelaciones que hiciera a la prensa John Githongo,
secretario permanente de ética y corrupción de Kenya, el
gabinete del presidente Mwai Kibaki es conocido como la Mafia de
Monte Kenya. El pasado miércoles renunció el ministro de
finanzas ante la presión de la opinión pública y hay grupos
opositores que piden elecciones adelantadas en esta nación
africana.
No
es la primera vez que los sueños de justicia terminan
convertidos en pesadilla. En 1980 Robert Mugabe llegó al poder
en Zimbabwe prometiendo el fin del colonialismo y el año pasado
se mudó a una residencia presidencial de $6 millones en las
afueras de Harare. En 1960 el general Mobutu Sese Seko dio
un golpe de estado en la República del Congo y se declaró
presidente por 5 años, luego en 1971 le cambió el nombre al país
por el de República del Zaire y gobernó 21 años más, para
embolsillarse $8 mil millones. Caso interesante el de Sani
Abacha, quien asumió el gobierno de Nigeria en 1993 luego de
cancelar unas elecciones y controlar la riqueza petrolera de su
país: se presume que al momento de su muerte en 1998 había
ahorrado $4 mil millones.
Los africanos han aprendido que
la autocracia y concentración de poder es caldo de cultivo para
la corrupción, la cual no se limita a las altas esferas de
gobierno, sino que corroe a todos los niveles de la sociedad. Es
por ello que algunas naciones han encontrado en la democracia y
transparencia buenos antídotos para el desangramiento de las
cuentas públicas, y de cierta forma, se han hecho inmunes a los
falsos discursos anti-corrupción.
Hace doce años
un militar con sueños renovadores tenía redactadas varias
medidas una vez llegase al poder gracias a un golpe de estado.
En una de ellas se leía:
Considerando que
adecentar al país significa cortar de raíz las causas y
causantes de la corrupción generalizada, del dolo, del tráfico
de influencias, del deterioro moral, social y político de la
sociedad venezolana, se decreta:
Artículo 1. No
podrán ejercer cargos en la administración pública, aquellos
ciudadanos que habiéndolos ejercido en administraciones pasadas,
sean responsables directos o indirectos de los males que han
empobrecido a la Nación
Artículo 2. Quedan
igualmente vetados para participar en la administración pública
cualquier ciudadano señalado como incurso en manejos impropios
contra la cosa pública y contra la soberanía nacional... por
aprovechamiento de la venalidad de la justicia; aquellos
ciudadanos enriquecidos súbitamente y que no tengan
justificación pública de su peculio.
Solo que este
decreto no sería leído en Nairobi, sino en Miraflores.
ebravo@unionradio.com.ve
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