La curiosidad del
turista es un excelente negocio. En este mundo hay gente para
todo, capaz de pagar sus buenos dólares por ver piedras
gastadas, esqueletos apilados, la redondez de la tierra desde el
espacio, mariposas enjauladas o prostitutas en vitrina. Y ahora
resulta que hay turistas dispuestos a pagar por conocer a los
pobres. No hablo de una caminata por Calcuta, El Cairo o Puerto
Príncipe, donde para escapar de la pobreza hay que encerrarse en
el baño de un hotel 5 estrellas, sino de un tour para ver,
conversar y almorzar con pobres “de verdad verdad”.
Martín Roisi le
cobra $60 a las personas que deseen pasar un día en la Villa
Miseria de Lugano, Buenos Aires, con la promesa de que al final
de la jornada disfrutarán un genuino asado obrero. Marcelo
Armstrong hace lo mismo en las favelas de Río de Janeiro y hay
operadores turísticos que visitan las aldeas asiáticas
devastadas por el Tsunami. En diversas partes del mundo los
“tours de realidad” se están convirtiendo en una especie de
paseo antropológico, y también a su manera, una aventura
auténtica. Para los que no quieren conocer el mundo desde un
autobús con aire acondicionado, los boletos están a la venta.
“La idea no es mostrar la pobreza
sino la riqueza cultural del lugar” declaró Roisi a la
periodista de The Miami Herald, Mei-Ling Hopgood, quien armada
de su libreta visitó el comedor comunal Futuro para Todos y
descubrió un Buenos Aires muy lejos de la vida nocturna de
Corrientes. Los acompañó Elena Peralta, periodista de El Clarín,
quien definió el paseo como “un mundo aparte, una excursión
difícil de encasillar”. Una conversación que Peralta incluyó en
su nota ilustra la brecha que hay entre residentes y visitantes:
un joven llamado Cacho le preguntó a un turista inglés “Allá no
hay pobres?” a lo que el londinense respondió “Si, muchos, pero
viven en edificios altos, no como acá”
La pobreza tiene sus máscaras. Hace
unos meses un buen amigo, criado en la popular parroquia
caraqueña de Catia, me pidió que lo llevara a ver las zonas
pobres de Miami. Paseamos por Overtown, la Pequeña Haití, lo
acerqué a los trailers y a los albergues de homeless en el
Downtown. Como no vio ranchos, hacinamiento o aguas negras en el
medio de la calle, su comentario fue: acá no hay pobres, acá hay
gente sin dinero. Es cierto: existe una gran diferencia entre
comprar alimentos con estampillas gubernamentales o irse a
dormir con el estómago vacío. Pero también es cierto que ver la
pobreza no es lo mismo que conocerla (mucho menos vivirla) y que
desde el auto, con las ventanillas arriba, más que realidad
vemos nuestros propios prejuicios.
Marcelo Armstrong insiste en que su
tour por las favelas de Río es una manera de entender la
complejidad social de Brasil. Tiene razón. El barrio es un
universo en si mismo, y quizás la mejor manera de eliminar esa
imagen negativa que opaca a justos y pecadores, es abrir sus
puertas a estos turistas, nacionales y extranjeros, que estén
dispuestos a conocer la verdadera vida y muerte que encierran
sus calles.
ebravo@unionradio.com.ve
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