La
expansión de la revolución obedeció a una vocación temprana de
la alta jerarquía cubana. Hecho que demostró ser una variante
precoz de la mundialización y un ejemplo palpable del doble
discurso que emplea Fidel Castro, pues el cubano es un gobierno
aliado de los movimientos antimundialistas, no obstante
practicar la mundialización de manera sistemática. Por ello no
fue casual la visita de Fidel Castro a Caracas apenas unos días
después de su entrada a La Habana. El pretexto fue sumarse a los
festejos del primer aniversario de la caída del general Marcos
Pérez Jiménez. Aquel 23 de enero de 1959 aprovechó la ocasión
para declarar a la cordillera de Los Andes como la futura
Sierra Maestra de América Latina. En un país en donde acababan
de realizarse las elecciones más irreprochables de su historia y
se inauguraba la institucionalización de la democracia, aquellas
palabras significaban una declaración de guerra contra la
democracia y así lo entendió Rómulo Betancourt, el presidente
recién elegido.
Las palabras del líder
cubano no eran una metáfora ni un mero recurso retórico como
podría creerse. El intento de suplantar el corpus
simbólico-geográfico del continente y doblegarlo a las
referencias geográficas de la naciente historia oficial cubana,
expresaba al pie de la letra la voluntad del líder cubano de
transferir al continente el campo de batalla de su
enfrentamiento con Estados Unidos, mientras se auto-erigía como
el líder continental de esa guerra.
Medirse con Estados Unidos
fue y es el móvil de su acción. Estados Unidos es para Castro al
mismo tiempo, enemigo y modelo de imitación: de allí que su
política, en particular hacia América Latina, revista rasgos
imperiales. Para ello desarrolló un escenario de guerra acorde
con su mecanismo de acción: el juego doble. Castro es un jugador
que lleva siempre una carta escondida bajo la manga. El discurso
destinado a los revolucionarios latinoamericanos era el de
colaborar para que sus países alcanzaran la “soberanía
nacional”. Pero muy precozmente se percató de las ventajas que
le deparaba América Latina como moneda de canje a su favor en
sus relaciones con los imperios con los que le tocó lidiar:
Estados Unidos y la URSS.
En relación a Estados
Unidos, tras la crisis de los misiles, mediante el
“internacionalismo instrumentalizado” - como lo definiera el
periodista italiano Saverio Tutino - desencadenó un proceso de
lucha armada generalizada que sumó a América Latina en una
guerra de permanente hostigamiento, cuyo objetivo era preservar
la seguridad de Cuba, pues obligaba a Estados Unidos a dispersar
sus fuerzas al tener que batirse en varios frentes a la vez. Al
mismo tiempo, Castro garantizaba la perennidad del modelo
político que impuso en Cuba y el de su poder personal.
En relación a los
soviéticos: a cambio de los ingentes medios militares y
económicos proporcionados por la URSS, Cuba alcanzaba un
liderazgo innegable en el continente, al convertir a América
Latina en zona de expansión soviética. Para poner en obra su
proyecto, Fidel Castro se dotó de un modelo de intervención que
fijaría las pautas del modo de relacionarse con los países
latinoamericanos en el que prevalecía y prevalece: por un lado,
la presencia de personal militar y de inteligencia (en las
guerrillas en los años 1960, y hoy, bajo la fachada de técnicos
de toda especie), y, por el otro, el trabajo de penetración de
los estamentos institucionales mediante una diplomacia de la
injerencia y del hecho consumado.
Nadie imaginó
entonces que aquel 23 de enero de 1959 se inauguraba en Caracas
un período de enfrentamientos entre dos concepciones opuestas de
la política y del ejercicio del poder cuyas consecuencias están
hoy más vigentes que nunca. Desde 1959, como consecuencia del
advenimiento del poder castrista, el forcejeo entre democracia y
fractura institucional violenta ha sido una constante de la
historia de América latina. La opción de la democracia,
personificada por Rómulo Betancourt, y la de la violencia
radical y la fractura de las instituciones, por Fidel Castro y
Ernesto Guevara, son los dos polos entre los cuales ha oscilado
desde entonces el destino del continente.
Se adjudica la
decisión de exportar la revolución a una reacción defensiva ante
la hostilidad de Washington hacia el régimen de Fidel Castro.
Sin embargo, basta consultar algunas fechas para invalidar este
argumento. Mucho antes del enfrentamiento con Estados Unidos se
realizaron desembarcos desde Cuba hacia países latinoamericanos
que marcaron el comienzo de una verdadera política de Estado
cuyo presupuesto doctrinal fue la línea de la lucha armada para
la conquista del poder político, dogma opuesto al de la
coexistencia pacífica aunado a la línea electoral que profesaban
los partidos comunistas. La lucha armada se impuso desde
entonces en el seno de la izquierda revolucionaria a nivel
continental.
La primera expedición sale de Cuba rumbo a Panamá en abril de
1959. En junio de 1959 sale otra rumbo a Santo Domingo, en la
que participaron sobre todo, venezolanos y cubanos y luego otra
en agosto del mismo año hacia Haití; hubo también varios
intentos hacia Nicaragua. Desde el inicio de los años sesenta se
crean en Cuba las escuelas de entrenamiento de guerrilla, y se
comienza el plan de becas para estudiantes latinoamericanos que
en realidad era una manera disimulada de atraerlos a la isla
para darles entrenamiento militar. Los primeros desembarcos
tenían como justificación derrocar las dictaduras imperantes en
aquellos países, pero muy pronto, en particular con el estallido
de la lucha armada en Venezuela - con su recién estrenada
democracia -, se demostró que se trataba de una línea general
que no se detenía en contemplaciones históricas ni consideraba
circunstancias propicias. El 27 de enero de 1959, Ernesto Che
Guevara pronunció un discurso en un meeting organizado
por el PSP (Partido Socialista Popular: antiguo partido
comunista cubano) que no dejaba dudas al respecto; decía que el
ejemplo de la revolución cubana era un ejemplo para América
Latina, que había demostrado que un pequeño grupo de hombres
“apoyado por el pueblo y sin miedo a morir” podía destruir a un
ejército; y afirmó : “Nuestro futuro está intimamente ligado al
de los países de América Latina.”
Fidel Castro
sentaba su legitimidad histórica y la de su régimen en la
realidad íntima de la historia cubana. En la revancha que Cuba
tenía pendiente con Estados Unidos debido a las condiciones
(consideradas a posteriori por muchos cubanos como humillantes),
y a la forma en que se dio la independencia de la isla de
España. El trauma de 1898 es la herida de Fidel Castro nunca
restañada, seguramente inculcada por su padre, español que
participó en la guerra pero en defensa de la corona española,
por lo tanto vencido por Estados Unidos.
La frustración de una república nacida bajo la tutela
norteamericana es lo que motiva a Fidel Castro a enfrascarse en
un mecanismo de desquite interminable con el poderoso vecino del
Norte.
Sin embargo,
como nada que ataña las relaciones entre Cuba y Estados Unidos
es simple, la versión de la invasión norteamericana no se ajusta
totalmente a la verdad, pues en realidad, la intervención de las
tropas norteamericanas fue favorecida por los principales jefes
independentistas cubanos que vieron en la intervención una
manera de terminar la guerra, pues de hecho, las fuerzas
militares enfrentadas habían llegado a un empate: la política de
tierra arrasada impuesta por el jefe militar español Valeriano
Weyler había dado sus frutos y España había recuperado de nuevo
parte del territorio de la isla. Y como lo apunta el historiador
cubano Rafael Rojas, la más alta autoridad independentista
cubana, Máximo Gómez, reconoce que “Estados Unidos están
llevando a cabo por Cuba un deber de humanidad y
civilización...hasta ahora sólo he tenido motivos de admiración
respecto a los Estados Unidos. He escrito al presidente McKinley
y al general Miles agradeciéndoles la intervención americana”.
Para los patriotas, tras una guerra cruenta que duraba desde
hacía varios años, y sin recibir ayuda alguna de ningún país
latinoamericano, el apoyo norteamericano significaba poder
expulsar definitivamente al ejército español de la isla para
poner término a la guerra, además de obtener fondos para la
reconstrucción del país arruinado. Y como lo expresa el gran
historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, los cuatro años del
gobierno del general Leonard Wood, representaron una acelerada
modernización del orden colonial cubano. Modernización cuyo
coste fue la Enmienda Platt y la tutela económica y política de
la isla.
El trauma de la independencia tiene una doble faz, de allí los
sentimientos encontrados que despierta entre los cubanos. No se
trata de negar los deseos innegables de Estados Unidos de sentar
su autoridad sobre la Isla. Pero el hecho específico de la
presencia de los marines en el desenlace de la guerra de
independencia cubana no fue producto de un acto de violencia
invasor, como lo pretende la versión oficial cubana, sino que
los marines acudieron al llamado de los propios
independentistas deseosos de poner término a la guerra. Ese
hecho conllevó la instauración de la tutela impuesta por Estados
Unidos sobre la isla. Doble configuración en donde un elemento
anula al otro. Al verse obligada a pagar por la ayuda recibida
el precio de su soberanía hipotecada (lo que no estaba previsto
por el ejército mambí), queda abolida la gratuidad del don y por
lo tanto, distorsionada la representación simbólica de la
pertenencia nacional; tal vez por ello, el término que más
emplea Fidel Castro en sus discursos es la palabra vergüenza.
Desde entonces Cuba mantiene con Estados Unidos una relación de
amor-odio que le da un sesgo de complementariedad a las
relaciones entre ambos países y que le otorgó, de hecho, a Fidel
Castro, una legitimidad que no hubiese podido alcanzar de otra
manera. (Es algo semejante a esos divorcios conflictivos que se
alargan tanto que terminan convirtiéndose en una continuidad del
vínculo matrimonial).
El estatus que ocupa Cuba
en la geopolítica es puramente simbólico y sirve de aliciente al
sentimiento anti-americano que profesan millones de personas.
Es lo que explica el espacio desmesurado que ocupa un país con
una economía casi inexistente y que pesa poco en el ámbito
internacional, en particular, en un momento en que no faltan los
conflictos de alta intensidad. La perennidad del conflicto con
Estados Unidos le otorga al régimen de Castro un estatus
particular. Fidel Castro ha utilizado el embargo como un
elemento de legitimidad: de hecho hace las veces de lo que es la
constitución para otros países. Es por ello que a Fidel Castro,
en verdad, nunca le ha interesado el levantamiento del embargo.
Cada vez que los gobiernos norteamericanos, en los largos
cuarenta y cinco años de régimen castrista, han manifestado la
voluntad de levantarlo, la respuesta de Cuba es un acto violento
e inadmisible para el Senado americano de quien depende la
decisión. La intervención militar en Angola, en la época de Carter, o el derribo de las avionetas de la organización de
exiliados Hermanos al Rescate durante la administración
Clinton, son ejemplos significativos pues sucedieron cuando
ambos ambos presidentes habían expresado su deseo de normalizar
las relaciones entre ambos países.
Una de las
mayores habilidades del líder cubano fue lograr que América
Latina adoptara el trauma cubano de 1898 como suyo. Es como si
el desfase de la independencia tardía de Cuba y el cariz que
tomó el nacimiento de la república en la isla, fuera una deuda
pendiente de América Latina con la historia. Así lo inculcó
Fidel Castro y así lo admitieron dócilmente legiones de
latinoamericanos olvidando el precio que ya habían pagado en
aras de la independencia, ofreciéndose de nuevo en sacrificio.
(Aún no se ha hecho el cálculo de los miles de latinoamericanos
que han entregado su vida bajo el influjo cubano.) El legado
principal del régimen castrista al continente ha consistido en
adjudicarle un tiempo histórico ajeno y a hacerlo actuar en una
trama obsoleta, en un escenario extemporáneo pagando el precio
más elevado: con sangre.
La guerra de
independencia significó para los países latinoamericanos un
período delimitado en el tiempo que les imprimió un sentido de
coherencia y el sentimiento de algo acabado. Configuró un cuerpo
simbólico que se constituyó en sustento de identidad porque tuvo
lugar gracias al concurso inequívoco de ejércitos que nacieron
al calor de la contienda. Los extranjeros que participaron en
ella se sumaron en tanto que individuos y no como un cuerpo
constituido representante de una potencia extranjera como
sucedió con la presencia de los marines en Cuba. Las
relaciones con Estados Unidos y América Latina, incluso con
México, pertenecen a un ámbito y a un tiempo histórico
diferentes que tiene otras exigencias y son de naturaleza
distinta a las que existían con la España del siglo XIX, y están
sujetas, por lo tanto, a otras modalidades. América Latina debe
enfrentar los retos que le plantea llevar a cabo la modernidad a
todos los ámbitos de su población, y delinear el tipo de
relaciones que debe mantener con Estados Unidos que por ningún
motivo deben ser fruto del delirio de un enfrentamiento militar.
Son conflictos que no se solventarán en el marco de esquemas
heredados de las novelas de caballería que alimentaron las
grandes gestas del siglo XVI hispano y cuya influencia aún
perdura en el imaginario anacrónico de los candidatos a
caudillo.
Para Cuba independizarse de
España y pasar a depender de Estados Unidos conforma un mismo
entramado. Algo quedó pendiente, un requisito que no llegó a
cumplirse. Dos tiempos históricos se entremezclaron, creando un
desfase de perspectivas, un malestar que está llamado a
solventarse cuando Cuba disponga de un gobierno guiado por la
sensatez. De hecho, la tarea de todos los gobiernos cubanos, sin
excepción - con resultados bastante exitosos -, fue la de
ganarle autonomía, política y económica a Estados Unidos.
Para el castrismo, la
independencia cubana lleva el estigma de una humillación que en
el contexto de la ideología del héroe, mal puede ser
reivindicada o idealizada como un mito fundacional. Es la razón
por la cual Fidel Castro le ha impuesto a los cubanos, y de paso
a los latinoamericanos, un interminable calvario como expiación
de esa falla fundacional. Por ello le imprimió al conflicto un
carácter militar y no escatima esfuerzo en su voluntad de guerra
permanente, legitimando así un poder de por vida, erigiéndose en
portavoz de una frustración e izando el resentimiento como
bandera. Para medirse con el norteamericano, se alió al imperio
rival, del cual pasó a depender, y de paso, trajo al propio
continente americano la guerra fría. Para llevar a cabo su
guerra ininterrumpida contra Estados Unidos se dota de sus
mismos instrumentos de intervención. Inspirándose en la CIA, y
disponiendo de las enseñanzas del KGB, crea un poderoso servicio
de inteligencia (el tercero después de la CIA y del KGB), que
actúa sin límite de países ni de fronteras, con las mismas
atribuciones (operaciones encubiertas, asesinatos de opositores
en el extranjero, infiltración a gobiernos etc.) que las
célebres agencias ya citadas. En lo militar, se dotó de un
cuerpo de élite, semejante a los Rangers, Tropas Especiales, que
participaron en Angola y Eritrea y en el resto de Africa. En
Africa la “generosidad” soviética convirtió a Cuba en una
verdadera potencia expedicionaria gracias a un intercambio sui
generis de medios: Cuba proveía los efectivos negros y la URSS
las armas.
Un elemento que
podría ser considerado poco serio o fuera de lugar, pero es sin
embargo inherente al mecanismo intrínseco de la política cubana
y debe ser tomado en cuenta como un elemento esencial del
castrismo, es la personalidad de Fidel Castro y la influencia
perturbadora que ejerce Cuba en el mundo, y en particular, en el
continente. Su capacidad ilimitada de seducción ejerce una
influencia inusitada en los hombres, sobre todo, en los
latinoamericanos. Según sus inclinaciones y circunstancias del
momento, él logra instrumentalizarlos y ponerlos al servicio de
sus deseos; los transforma, sin que se percaten, en miembros del
“grupo de apoyo” del Comandante en Jefe: guerrilleros,
traficantes, pintores, periodistas y hasta escritores célebres,
cumplen fiel y dócilmente con las tareas que les imparte el
comandante. El mecanismo de la seducción no acaba en la relación
directa con el Comandante en Jefe, sino que es una técnica
ejercida laboriosamente por los funcionarios cubanos en su
propósito de reclutar adeptos, lo que en el argot cubano de la
isla se dice “dar tratamiento”. El tratamiento se ejerce
mediante regalos, invitaciones a la isla, tratamiento médico en
las clínicas destinadas a los jerarcas del régimen; con una
nueva variante hoy:: la presencia de las “jineteras”, muchas de
ellas aún adolescentes, que tanto atraen a los amigos de Cuba
que ya han llegado a la tercera edad.
Son también particularmente objeto de tratamiento y se les
prodiga con una gran generosidad, los miembros femeninos del
entorno de los responsables políticos candidatos a ser
reclutados por los servicios cubanos. A través de ellas, los
funcionarios cubanos lograr penetrar en el entorno doméstico,
permitiéndoles un contacto más íntimo que llega convertirse en
complicidad. Pero es en los hombres que el poder de seducción de
Fidel Castro ejerce su mayor influencia, al punto de haberse
conformado un verdadero estamento de virilidad homosexual de una
gran cohesión que opera en todo el continente latinoamericano.
De allí que su voluntad de llevar al extremo las situaciones, de
polarizar las circunstancias y convertirlas en conflicto,
contará siempre con el personal necesario en cada país en donde
se presente la ocasión, para lograr su cometido de elemento
perturbador tan necesario a su funcionamiento mental. Fidel
Castro es un hombre que mientras viva no conocerá la paz, ni
dejará que la conozcan ni las personas ni los países que estén
bajo su influencia.
El ejemplo más
nítido de su voluntad de perturbar y generar crisis sucedió
durante el gobierno de Salvador Allende.
Mucho se ha puesto el acento en la participación innegable de la
CIA en el derrocamiento de Salvador Allende. Pero poco se ha
mencionado la influencia directa que tuvo la presencia cubana en
Chile en la polarización de la situación: sin duda uno de los
elementos que influyó en la decisión de las Fuerzas Armadas de
dar el golpe. Fidel Casto realizó toda clase de esfuerzos par
penetrarlas, sin embargo no obtuvo el éxito que más tarde logró
en Venezuela. La visita oficial de Fidel Castro, que en lugar
de durar una semana se extendió durante todo un mes, durante el
cual fue pronunciando discursos y arengando a pueblos y
ciudades, seduciendo y caldeando los ánimos, demostrando una
capacidad de seducción, que no tenía nada que envidiarle a
Mussolini o a Hitler, contribuyendo a polarizar los ánimos, a
radicalizar la atmósfera, dando pretexto a los unos y a los
otros para que se diera el enfrentamiento.
El otro aspecto, fue el trabajo de penetración de todos los
estamentos del gobierno por parte del numeroso personal de
seguridad cubano presente en Chile, en colaboración con ciertas
funcionarios chilenos, más fieles al gobierno de Cuba que al
suyo propio. Anomalía que generó resentimiento en el aparato del
Estado y en particular en los organismos de seguridad, que
soportaban mal la infiltración cubana.
Miembros de la propia familia de Salvador Allende sucumbieron a
la seducción cubana. No debe ser ajeno a este hecho, el suicidio
de la hija de Allende en Cuba, Beatriz “Tati”, cuando, tras el
golpe, se exilió en La Habana. Beatriz Allende era la
colaboradora más próxima al presidente, de hecho, dirigía el
equipo de la secretaría privada en el Palacio de La Moneda, y
estaba casada con el primer consejero de la embajada de Cuba.
Es innegable lo que ha significado como retroceso para la
democracia en América Latina la influencia del militarismo
cubano en el continente. Un ejemplo de hondas consecuencias fue
el golpe de estado en el Brasil en 1964. de cuyo origen tampoco
estuvo ausente la influencia cubana. La decisión de las Fuerzas
armadas brasileñas en dar el golpe, país en donde no existía esa
tradición, tuvo como origen la penetración comunista en el seno
del propio ejército y la creciente influencia cubana en el seno
del gobierno de Goulart.
De igual manera sucedió en el Uruguay en donde de la acción de
desestabilización de la guerrilla de los Tupamaros, llevó a las
Fuerzas Armadas a romper el hilo institucional en una de las
democracias más ejemplares del mundo. Y en Bolivia, la incursión
de Ernesto Che Guevara y del grupo de cubanos, generó un proceso
de desestabilización que trajo como consecuencia un largo ciclo
de dictaduras militares.
En cuanto a la voluntad de polarizar y de romper el consenso
(pues Fidel Castro no se se siente realizado sino en una
atmósfera de enfrentamientos y en donde pueda ejercer el control
absoluto), el caso mas fehaciente fue el de Nicaragua. El frente
que derrocó a Somoza fue roto por los sandinistas a instancias
de Cuba. Para lograrlo, promovieron una política de acoso y de
enfrentamiento permanente con el objeto de deshacerse de las
corrientes democráticas que actuaban en su seno y hacerse así
con el control absoluto del aparato del Estado. Se dividió el
frente, y los opositores, surgidos del propio seno del
sandinismo, declararon la lucha armada contra el grupo que se
apoderó de la dirección. Así surgió “La Contra” que, por
supuesto, obtuvo apoyo norteamericano.
El caso cubano,
independientemente del tipo de régimen que busque implantar,
comunista o no, debe vérsele, ante todo, como un elemento
perturbador, que genera una dinámica extraña, ajena a las
corrientes de la historia propia a cada país que no se acoplan
al el ritmo castrista determinado por la patología de su líder,
que terminan acarreando perturbaciones no deseables a la
dinámica de los países; alterando el ritmo interno de los
procesos que terminan en finales sangrientos.
A este respecto, vale la pena acotar que Cuba interviene en
todos los países en donde lo decida Fidel Castro, pero la
reciprocidad no existe. En Cuba nunca se le ha permitido ni se
le permite a ningún extranjero, fuera de la voluntad del
“comandate en jefe” expresarse públicamente o tener influencia
alguna en el aparato del Estado cubano. Vale la pena
interrogarse acerca de esa docilidad infantil de los
latino-americanos, tan celosos de la soberanía nacional, hacia
el tratamiento que les da Cuba.
Tras la caída
del muro de Berlín y la desaparición de la URSS, la diplomacia
cubana no ha abandonado su sesgo militar, sin embargo se ha
acoplado a los nuevos tiempos; ha abandonado el modelo
adolescente guerrillero y sutilmente ha ido acoplando la
intervención militar a una política de cooperación y de ayuda
humanitaria como cualquier potencia desarrollada del mundo.
Mientras clama ante el resto del mundo por ayuda, adjudicándole
todos los males de los que sufre el país al “imperialismo
norteamericano”, su principal fuente de divisas, (hasta la
llegada al poder de Hugo Chávez quien hoy ocupa el puesto
dejado vacante por la URSS en el mantenimiento de la isla)
proviene de los envíos en dólares que la comunidad cubana de
Estados Unidos envía a sus familiares en la isla, cuya situación
es cada día más dramática.
Fidel Castro ha
trabajado a largo plazo para afianzar la influencia de Cuba en
América Latina. La ironía de la historia podría ser que el
esfuerzo desplegado por el caudillo para realizar su sueño de
otorgarle a Cuba un “destino glorioso”, condición para asentar
su propia gloria, se vea realmente realizado después de su
muerte, cuando ya Cuba deje de exportar su guardia pretoriana y
suscitar conflictos sangrientos e inútiles.
No sería de extrañar, pues
en el fondo la política de Fidel Castro no ha hecho más que
reanudar con la que fue la vocación que le asignó la metrópolis
a La Habana desde el siglo XVI: de enclave estratégico con
funciones de comunicaciones y militares; primero defensivas ante
el acoso de piratas y corsarios, luego ofensivas, pues de La
Habana partían los ejércitos conquistadores españoles a la
conquista de México y del Perú al resto de América, y más tarde,
a combatir los movimientos independentistas en el Sur del
continente. El abastecimiento de personal militar no es pues un
vocación inédita de la isla. Vocación que llegó a ser una
verdadera fuente de riqueza para la isla y contribuyó a la
formación de la oligarquía cubana “La financiación de la defensa
fue un auténtico motor de desarrollo económico y la institución
militar se fue transformando en un catalizador del mundo
financiero indiano” apunta el gran historiador cubano Manuel
Moreno Fraginnalls. Luego La Habana se convirtió en la ciudad
mejor comunicada del continente, desarrollando un vastísimo
papel de intermediaria y como reexportadora a otras zonas de
América. Lógica que hoy prevalece en el caso de Venezuela que le
ha otorgado a una compañía cubana la intermediación de sus
importaciones; lo que significa que antes de llegar a su destino
de La Guaira, esas importaciones deben encallar primero en el
puerto de La Habana, provengan de donde provengan; con las
ventajas de derechos portuarios y los pagos de servicios en
favor de Cuba que tales servicios significan.
Liberados de la presencia de Fidel Castro, no sería imposible
que los cubanos logren superar odios y resquemores, y no sería
imposible imaginar que los fuertes capitales cubanos del exilio
y la aristocracia castrista infiltrada en todos los estamentos
de los países latinoamericanos, y otras zonas del mundo, lleguen
a un acuerdo para implantar un poder económico-político en el
continente que sorprenderá a más de un amigo de Cuba. Ese será
el legado que habrá dejado el caudillo: recobrar el espacio que
ayer ocupó dentro de la lógica imperial de la Monarquía
Católica. Los lazos privilegiados del exilio cubano con Estados
Unidos y los que está tejiendo hoy la oligarquía castrista con
la China, amen de las asiduas relaciones con el Africa y el
mundo árabe, son datos que deben ser observados con atención por
los creyentes de la “solidaridad revolucionaria” y del
“internacionalismo proletario”.
Vaticinio que puede conocer otros derroteros si
el caudillo caribeño decide más bien ofrecerse un último gran
espectáculo antes de terminar sus días y ponga fin a la que ha
sido hasta ahora su táctica: la guerra latente y prolongada y
opte por precipitar la guerra que parece diseñarse en el sur del
continente: una guerra con connotaciones, tanto internacionales
como étnicas, creando un foco de conflictos de alta intensidad
que daría a los estrategas de Washington la gran oportunidad de
intervenir militarmente por primera vez en el sur del continente
y apoderarse así de la Amazonía: la zona de mayor interés
estratégico para ellos por tratarse de la primera gran reserva
de agua del mundo – elemento de suma importancia que comienza a
mermar- y de paso, aprovecharán para poner bajo su protección la
frontera del Pacifico Sur –frontera de la China con Occidente:
el único rival que toma en serio el imperio norteamericano.
El
vaticinio del líder de los productores de coca de Bolivia , Evo
Morales, de que América Latina será el próximo Vietnam de
Estados Unidos, aparte de su carácter infantil, es la expresión
de una cortedad de perspectivas pasmosa en alguien que pretende
llegar a ser jefe de un Estado. Vietnam significa bombardeos,
napalm, desolación y muerte. Y si los vietnamitas lograron no
ser doblegados por Estados Unidos, (aparte de sus grandes
cualidades de ciudadanos que dificulto se encuentren en América
Latina), fue porque contaron con el apoyo de un contexto
internacional en el que la URSS existía todavía. Esa “guerra
social” que pretende hacer estallar hoy la extrema izquierda
latinoamericana, pese al trueque de cocaína por armas que se ha
establecido con las mafias rusas, está armada, sobre todo, de
emoción y de irracionalidad, elementos insuficientes para
convertirse en una verdadera fuerza bélica.
El
ansia adolescente de guerra que demuestran los caudillos de hoy
en el continente, favorece de hecho los intereses
norteamericanos : los imperios por el mero hecho de serlo,
necesitan copar espacios para imponer una geopolítica acorde a
sus intereses.
Una intervención norte-americana significaría para el continente
un retroceso cuyas consecuencias son inimaginables.
Para Fidel
Castro significará descansar en paz, pues el resto del
continente habrá experimentado también, la humillación sufrida
por Cuba en 1898.
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Artículo publicado en: El Puente, Enero 2004 -
Número 1 |
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