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Perturbaciones cubanas
en América Latina 
por Elizabeth Burgos

 

            La expansión de la revolución obedeció a una vocación temprana de la alta jerarquía cubana. Hecho que demostró ser una variante precoz de la mundialización y un ejemplo palpable del doble discurso que emplea Fidel Castro, pues el cubano es un gobierno aliado de los movimientos antimundialistas, no obstante practicar la mundialización de manera sistemática. Por ello no fue casual la visita de Fidel Castro a Caracas apenas unos días después de su entrada a La Habana. El pretexto fue sumarse a los festejos del primer aniversario de la caída del general Marcos Pérez Jiménez. Aquel 23 de enero de 1959 aprovechó la ocasión para declarar a la cordillera de Los Andes como la futura  Sierra Maestra de América Latina. En un país en donde acababan de realizarse las elecciones más irreprochables de su historia y se inauguraba la institucionalización de la democracia, aquellas palabras significaban una declaración de guerra contra la democracia y así lo entendió Rómulo Betancourt, el presidente recién elegido.  

Las palabras del líder cubano no eran una metáfora ni un mero recurso retórico como podría creerse. El intento de suplantar el corpus simbólico-geográfico del continente y doblegarlo a las referencias geográficas de la naciente historia oficial cubana, expresaba al pie de la letra la voluntad  del líder cubano de transferir al continente el campo de batalla de su enfrentamiento con Estados Unidos, mientras se auto-erigía como el líder continental de esa guerra.  

Medirse con Estados Unidos fue y es el móvil de su acción. Estados Unidos es para Castro al mismo tiempo, enemigo y modelo de imitación: de allí que su política, en particular hacia América Latina, revista rasgos imperiales. Para ello desarrolló un escenario de guerra  acorde con su mecanismo de acción: el juego doble. Castro es un jugador que lleva siempre una carta escondida bajo la manga. El discurso destinado a los revolucionarios latinoamericanos era el de colaborar para que sus países alcanzaran la “soberanía nacional”. Pero muy precozmente se percató de las ventajas que le deparaba América Latina como moneda de canje a su favor en sus relaciones con los imperios con los que le tocó lidiar: Estados Unidos y la URSS.  

En relación a Estados Unidos, tras la crisis de los misiles, mediante el “internacionalismo instrumentalizado” - como lo definiera el periodista italiano Saverio Tutino - desencadenó un proceso de lucha armada generalizada que sumó a América Latina en una guerra de permanente hostigamiento, cuyo objetivo era preservar la seguridad de Cuba, pues obligaba a Estados Unidos a dispersar sus fuerzas al tener que batirse en varios frentes a la vez. Al mismo tiempo, Castro garantizaba la perennidad del modelo político que impuso en Cuba  y el de su poder personal.  

En relación a los soviéticos: a cambio de los ingentes medios militares y económicos  proporcionados por la URSS, Cuba alcanzaba un liderazgo innegable en el continente,  al convertir a América Latina en zona de expansión soviética. Para poner en obra su proyecto, Fidel Castro se dotó de un modelo de intervención que fijaría las pautas del modo de relacionarse con los países latinoamericanos en el que prevalecía y prevalece: por un lado, la presencia de personal militar y de inteligencia (en las guerrillas en los años 1960, y hoy, bajo la fachada de técnicos de toda especie), y, por el otro, el trabajo de penetración de los estamentos institucionales mediante una diplomacia de la injerencia y del hecho consumado.  

            Nadie imaginó entonces que aquel 23 de enero de 1959 se inauguraba en Caracas un período de enfrentamientos entre dos concepciones opuestas de la política y del ejercicio del poder cuyas consecuencias están hoy más vigentes que nunca. Desde 1959, como consecuencia del advenimiento del poder castrista, el forcejeo entre democracia y fractura institucional violenta ha sido una constante de la historia de América latina. La opción de la democracia, personificada por Rómulo Betancourt, y la de la violencia radical y la fractura de las instituciones, por Fidel Castro y Ernesto Guevara, son los dos polos entre los cuales ha oscilado desde entonces el destino del continente. 

            Se adjudica la decisión de exportar la revolución a una reacción defensiva ante la hostilidad de Washington hacia el régimen de Fidel Castro. Sin embargo, basta consultar algunas fechas para invalidar este argumento. Mucho antes del enfrentamiento con Estados Unidos se realizaron desembarcos desde Cuba hacia países latinoamericanos que marcaron el comienzo de una verdadera política de Estado cuyo presupuesto doctrinal fue la línea de la lucha armada para la conquista del poder político, dogma opuesto al de la coexistencia pacífica aunado a la línea electoral que profesaban los partidos comunistas. La lucha armada se impuso desde entonces en el seno de la izquierda revolucionaria a nivel continental.

            La primera expedición sale de Cuba rumbo a Panamá en abril de 1959. En junio de 1959 sale otra rumbo a Santo Domingo, en la que participaron sobre todo, venezolanos y cubanos y luego otra en agosto del mismo año hacia Haití; hubo también varios intentos hacia Nicaragua. Desde el inicio de los años sesenta se crean en Cuba las escuelas de entrenamiento de guerrilla, y se comienza el plan  de becas para estudiantes latinoamericanos que en realidad era una manera disimulada de atraerlos a la isla para darles entrenamiento militar. Los primeros desembarcos tenían como justificación derrocar las dictaduras imperantes en aquellos países, pero muy pronto, en particular con el estallido de la lucha armada en Venezuela - con su recién estrenada democracia -, se demostró que se trataba de una línea general que no se detenía en contemplaciones históricas ni consideraba circunstancias propicias. El 27 de enero de 1959, Ernesto Che Guevara pronunció un discurso en un meeting organizado por el PSP (Partido Socialista Popular: antiguo partido comunista cubano) que no dejaba dudas al respecto; decía que el ejemplo de la revolución cubana era un ejemplo para América Latina, que había demostrado que un pequeño grupo de hombres “apoyado por el pueblo y sin miedo a morir” podía destruir a un ejército; y afirmó : “Nuestro futuro está intimamente ligado al de los países de América Latina.”       

             Fidel Castro sentaba su legitimidad histórica y la de su régimen en  la realidad íntima de la historia cubana. En la revancha que Cuba tenía pendiente con Estados Unidos debido a las condiciones (consideradas a posteriori por muchos cubanos como humillantes), y a la forma en que se dio la independencia de la isla de España. El trauma de 1898 es la herida de Fidel Castro nunca restañada, seguramente inculcada por su padre, español que participó en la guerra pero en defensa de la corona española, por lo tanto vencido por Estados Unidos.

             La frustración de una república nacida bajo la tutela norteamericana es lo que motiva a Fidel Castro a enfrascarse en un mecanismo de desquite interminable con el poderoso vecino del Norte. 

            Sin embargo, como nada que ataña las relaciones entre Cuba y Estados Unidos es simple, la versión de la invasión norteamericana no se ajusta totalmente a la verdad, pues en realidad, la intervención de las tropas norteamericanas fue favorecida por los principales jefes independentistas cubanos que vieron en la intervención una manera de terminar la guerra, pues de hecho, las fuerzas militares enfrentadas habían llegado a un empate: la política de tierra arrasada impuesta por el jefe militar español Valeriano Weyler había dado sus frutos y España había recuperado de nuevo parte del territorio de la isla. Y como lo apunta el historiador cubano Rafael Rojas, la más alta autoridad independentista cubana, Máximo Gómez, reconoce que “Estados Unidos están llevando a cabo por Cuba un deber de humanidad y civilización...hasta ahora sólo he tenido motivos de admiración respecto a los Estados Unidos. He escrito al presidente McKinley y al general Miles agradeciéndoles la intervención americana”. Para los patriotas, tras una guerra cruenta que duraba desde hacía varios años, y sin recibir ayuda alguna de ningún país latinoamericano, el apoyo norteamericano significaba poder expulsar definitivamente al ejército español de la isla para poner término a la guerra, además de obtener fondos para la reconstrucción del país arruinado. Y como lo expresa el gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, los cuatro años del gobierno del general Leonard Wood, representaron una acelerada modernización del orden colonial cubano. Modernización cuyo coste fue la Enmienda Platt y la tutela económica y política de la isla.

              El trauma de la independencia tiene una doble faz, de allí los sentimientos encontrados que despierta entre los cubanos. No se trata de negar los deseos innegables de Estados Unidos de sentar su autoridad sobre la Isla. Pero el hecho específico de la presencia de los marines en el desenlace de la guerra de independencia cubana no fue producto de un acto de violencia invasor, como lo pretende la versión oficial cubana, sino que los marines acudieron al llamado  de los propios independentistas deseosos de poner término a la guerra. Ese hecho conllevó la instauración de la tutela impuesta por Estados Unidos sobre la isla. Doble configuración en donde un elemento anula al otro. Al verse obligada a pagar por la ayuda recibida el precio de su soberanía hipotecada (lo que no estaba previsto por el ejército mambí), queda abolida la gratuidad del don y por lo tanto, distorsionada la representación simbólica de la pertenencia nacional; tal vez por ello, el término que más emplea Fidel Castro en sus discursos es la palabra vergüenza. Desde entonces Cuba mantiene con  Estados Unidos una relación de amor-odio que le da un sesgo de complementariedad a las relaciones entre ambos países y que le otorgó, de hecho, a Fidel Castro, una legitimidad que no hubiese podido alcanzar de otra manera. (Es algo semejante a esos divorcios conflictivos que se alargan tanto que terminan convirtiéndose en una continuidad del vínculo matrimonial). 

El estatus que ocupa Cuba en la geopolítica es puramente simbólico y sirve de aliciente al sentimiento anti-americano que profesan millones de personas.  Es lo que explica el espacio desmesurado que ocupa un país con una economía casi inexistente y que pesa poco en  el ámbito internacional, en particular, en un momento en que no faltan los conflictos de alta intensidad. La perennidad del conflicto con Estados Unidos le otorga al régimen de Castro un estatus particular. Fidel Castro ha utilizado el embargo como un elemento de legitimidad: de hecho hace las veces de lo que es la constitución para otros países. Es por ello que a Fidel Castro, en verdad, nunca le ha interesado el levantamiento del embargo. Cada vez que los gobiernos norteamericanos, en los largos cuarenta y cinco años de régimen castrista, han manifestado la voluntad de levantarlo, la respuesta de Cuba es un acto violento e inadmisible para el Senado americano de quien depende la decisión. La intervención militar en Angola, en la época de Carter, o el derribo de las avionetas de la organización de exiliados Hermanos al Rescate durante la administración Clinton, son ejemplos significativos pues sucedieron cuando ambos ambos presidentes habían expresado su deseo de normalizar las relaciones entre ambos países. 

            Una de las mayores habilidades del líder cubano fue lograr que América Latina adoptara el trauma cubano de 1898 como suyo. Es como si el desfase de la independencia tardía de Cuba y el cariz que tomó el nacimiento de la república en la isla, fuera una deuda pendiente de América Latina con la historia. Así lo inculcó Fidel Castro y así lo admitieron dócilmente legiones de latinoamericanos olvidando el precio que ya habían pagado en aras de la independencia, ofreciéndose de nuevo en sacrificio. (Aún no se ha hecho el cálculo de los miles de latinoamericanos que han entregado su vida bajo el influjo cubano.) El legado principal del régimen castrista al continente ha consistido en adjudicarle un tiempo histórico ajeno y a hacerlo actuar en una trama obsoleta, en un escenario extemporáneo pagando el precio más elevado: con sangre. 

            La guerra de independencia significó para los países latinoamericanos un período delimitado en el tiempo que les imprimió un sentido de coherencia y el sentimiento de algo acabado. Configuró un cuerpo simbólico que se constituyó en sustento de identidad porque tuvo lugar gracias al concurso inequívoco de ejércitos que nacieron al calor de la contienda. Los extranjeros que participaron en ella se sumaron en tanto que individuos y no como un cuerpo constituido representante de una potencia extranjera como sucedió con la presencia de los marines en Cuba. Las relaciones con Estados Unidos y América Latina, incluso con México, pertenecen a un ámbito y a un tiempo histórico diferentes que tiene otras exigencias y son de naturaleza distinta a las que existían con la España del siglo XIX, y están sujetas, por lo tanto, a otras modalidades. América Latina debe enfrentar los retos que le plantea llevar a cabo la modernidad a todos los ámbitos de su población, y delinear el tipo de relaciones que debe mantener con Estados Unidos que por ningún motivo deben ser fruto del delirio de un enfrentamiento militar. Son conflictos que no se solventarán en el marco de esquemas heredados de las novelas de caballería que alimentaron las grandes gestas del siglo XVI hispano y cuya influencia aún perdura en el imaginario anacrónico de los candidatos a caudillo.  

Para Cuba independizarse de España y pasar a depender de Estados Unidos conforma un mismo entramado. Algo quedó pendiente, un requisito que no llegó a cumplirse. Dos tiempos históricos se entremezclaron, creando un desfase de perspectivas, un malestar que está llamado a solventarse cuando Cuba disponga de un gobierno guiado por la sensatez. De hecho, la tarea de todos los gobiernos cubanos, sin excepción - con resultados bastante exitosos -, fue la de ganarle autonomía, política y económica a Estados Unidos.

Para el castrismo, la independencia cubana lleva el estigma de una humillación que en el contexto de la ideología del héroe, mal puede ser reivindicada o idealizada como un mito fundacional. Es la razón por la cual Fidel Castro le ha impuesto a los cubanos, y de paso a los latinoamericanos, un interminable calvario como expiación de esa falla fundacional. Por ello le imprimió al conflicto un carácter militar y no escatima esfuerzo en su voluntad de guerra permanente, legitimando así un poder de por vida, erigiéndose en portavoz de una frustración e izando el resentimiento como bandera. Para medirse con el norteamericano, se alió al imperio rival, del cual pasó a depender, y de paso, trajo al propio continente americano la guerra fría. Para llevar a cabo su guerra ininterrumpida contra Estados Unidos se dota de sus mismos instrumentos de intervención. Inspirándose en la CIA, y disponiendo de las enseñanzas del KGB, crea un poderoso servicio de inteligencia (el tercero después de la CIA y del KGB), que actúa sin límite de países ni de fronteras, con las mismas atribuciones (operaciones encubiertas, asesinatos de opositores en el extranjero, infiltración a gobiernos etc.) que las célebres agencias ya citadas. En lo militar, se dotó de un cuerpo de élite, semejante a los Rangers, Tropas Especiales, que participaron en Angola y Eritrea y en el resto de Africa. En Africa la “generosidad” soviética convirtió a Cuba en una verdadera potencia expedicionaria gracias a un intercambio sui generis de medios: Cuba proveía los efectivos negros y la URSS las armas. 

            Un elemento que podría ser considerado poco serio o fuera de lugar, pero es sin embargo inherente al mecanismo intrínseco de la política cubana y debe ser tomado en cuenta como un elemento esencial del castrismo, es la personalidad de Fidel Castro y la influencia perturbadora que ejerce Cuba en el mundo, y en particular, en el continente. Su capacidad ilimitada de seducción ejerce una influencia inusitada en los hombres, sobre todo, en los latinoamericanos. Según sus inclinaciones y circunstancias del momento, él logra instrumentalizarlos y ponerlos al servicio de sus deseos; los transforma, sin que se percaten, en miembros del “grupo de apoyo” del Comandante en Jefe: guerrilleros, traficantes, pintores, periodistas y hasta escritores célebres, cumplen fiel y dócilmente con las tareas que les imparte el comandante. El mecanismo de la seducción no acaba en la relación directa con el Comandante en Jefe, sino que es una técnica ejercida laboriosamente por los funcionarios cubanos en su propósito de reclutar adeptos, lo que en el argot cubano de la isla se dice “dar tratamiento”. El tratamiento se ejerce mediante regalos, invitaciones a la isla, tratamiento médico en las clínicas destinadas a los jerarcas del régimen; con una nueva variante hoy:: la presencia de las “jineteras”, muchas de ellas aún adolescentes, que tanto atraen a los amigos de Cuba que ya han llegado a la tercera edad.

              Son también particularmente objeto de tratamiento y se les prodiga con una gran generosidad, los miembros femeninos del entorno de los responsables políticos candidatos a ser reclutados por los servicios cubanos. A través de ellas, los funcionarios cubanos lograr penetrar en el entorno doméstico, permitiéndoles un contacto más íntimo que llega convertirse en complicidad. Pero es en los hombres que el poder de seducción de Fidel Castro ejerce su mayor influencia, al punto de haberse conformado un verdadero estamento de virilidad homosexual de una gran cohesión que opera en todo el continente latinoamericano. De allí que su voluntad de llevar al extremo las situaciones, de polarizar las circunstancias y convertirlas en conflicto, contará siempre con el personal necesario en cada país en donde se presente la ocasión, para lograr su cometido de elemento perturbador tan necesario a su funcionamiento mental. Fidel Castro es un hombre que mientras viva no conocerá la paz, ni dejará que la conozcan ni las personas ni los países que estén bajo su influencia.  

            El ejemplo más nítido de su voluntad de perturbar y generar crisis sucedió durante el gobierno de Salvador Allende.

             Mucho se ha puesto el acento en la participación innegable de la CIA en el derrocamiento de Salvador Allende. Pero poco se ha mencionado la influencia directa que tuvo la presencia cubana en Chile en la polarización de la situación: sin duda uno de los elementos que influyó en la decisión de las Fuerzas Armadas de dar el golpe. Fidel Casto realizó toda clase de esfuerzos par penetrarlas, sin embargo no obtuvo el éxito que más tarde logró en Venezuela.  La visita oficial de Fidel Castro, que en lugar de durar una semana se extendió durante todo un mes, durante el cual fue pronunciando  discursos y arengando a pueblos y ciudades, seduciendo y caldeando los ánimos, demostrando una capacidad de seducción, que no tenía nada que envidiarle a Mussolini o a Hitler, contribuyendo a polarizar los ánimos, a radicalizar la atmósfera, dando pretexto a los unos y a los otros para que se diera el enfrentamiento.

            El otro aspecto, fue el trabajo de penetración de todos los estamentos del gobierno por parte del numeroso personal de seguridad cubano presente en Chile, en colaboración con ciertas funcionarios chilenos, más fieles al gobierno de Cuba que al suyo propio. Anomalía que generó resentimiento en el aparato del Estado y en particular en los organismos de seguridad, que soportaban mal la infiltración cubana.

             Miembros de la propia familia de Salvador Allende sucumbieron a la seducción cubana. No debe ser ajeno a este hecho, el suicidio de la hija de Allende en Cuba, Beatriz “Tati”, cuando, tras el golpe, se exilió en La Habana. Beatriz Allende era la colaboradora más próxima al presidente, de hecho, dirigía el equipo de la secretaría privada en el Palacio de La Moneda, y estaba casada con el primer consejero de la embajada de Cuba.

            Es innegable lo que ha significado como retroceso para la democracia en América Latina la influencia del militarismo cubano en el continente. Un ejemplo de hondas consecuencias fue el golpe de estado en el Brasil en 1964. de cuyo origen tampoco estuvo ausente la influencia cubana.  La decisión de las Fuerzas armadas brasileñas en dar el golpe, país en donde no existía esa tradición, tuvo como origen la penetración comunista en el seno del propio ejército y la creciente influencia cubana en el seno del gobierno de Goulart.

          De igual manera sucedió en el Uruguay en donde de la acción de desestabilización de la guerrilla de los Tupamaros, llevó a las Fuerzas Armadas a romper el hilo institucional en una de las democracias más ejemplares del mundo. Y en Bolivia, la incursión de Ernesto Che Guevara y del grupo de cubanos, generó un proceso de desestabilización que trajo como consecuencia un largo ciclo de dictaduras militares.

           En cuanto a la voluntad de polarizar y de romper el consenso (pues Fidel Castro no se se siente realizado sino en una atmósfera de enfrentamientos y en donde pueda ejercer el control absoluto), el caso mas fehaciente fue el de Nicaragua. El frente que derrocó a Somoza fue roto por los sandinistas a instancias de Cuba. Para lograrlo, promovieron una política de acoso y de enfrentamiento permanente con el objeto de deshacerse de las corrientes democráticas que actuaban en su seno y hacerse así con el control absoluto del aparato del Estado. Se dividió el frente, y los opositores, surgidos del propio seno del sandinismo, declararon la lucha armada contra el grupo que se apoderó de la dirección. Así surgió “La Contra” que, por supuesto, obtuvo apoyo norteamericano.  

            El caso cubano, independientemente del tipo de régimen que busque implantar, comunista o no, debe vérsele, ante todo,  como un elemento perturbador, que genera una dinámica extraña, ajena a las corrientes de la historia propia a cada país  que no se acoplan al el ritmo castrista determinado por la patología de su líder, que terminan acarreando perturbaciones no deseables a la dinámica de los países; alterando el ritmo interno de los procesos que terminan en finales sangrientos.

           A este respecto, vale la pena acotar que Cuba interviene en todos los países en donde lo decida Fidel Castro, pero la reciprocidad no existe. En Cuba nunca se le ha permitido ni se le permite a ningún extranjero, fuera de la voluntad del “comandate en jefe” expresarse públicamente o tener influencia alguna en el aparato del Estado cubano. Vale la pena interrogarse acerca de esa docilidad infantil de los latino-americanos, tan celosos de la soberanía nacional, hacia el tratamiento que les da Cuba. 

            Tras la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS, la diplomacia cubana no ha abandonado su sesgo militar, sin embargo se ha acoplado a los nuevos tiempos; ha abandonado el modelo adolescente guerrillero y sutilmente ha ido acoplando la intervención militar a una política de cooperación y de ayuda humanitaria como cualquier potencia desarrollada del mundo. Mientras clama ante el resto del mundo por ayuda, adjudicándole todos los males de los que sufre el país al “imperialismo norteamericano”, su principal fuente de divisas, (hasta la llegada al poder de Hugo Chávez  quien hoy ocupa el puesto dejado vacante por la URSS en el mantenimiento de la isla) proviene de los envíos en dólares que la comunidad cubana de Estados Unidos envía a sus familiares en la isla, cuya situación es cada día más dramática.  

            Fidel Castro ha trabajado a largo plazo para afianzar la influencia de Cuba en América Latina. La ironía de la historia podría ser que el esfuerzo desplegado por el caudillo para realizar su sueño de otorgarle a Cuba un “destino glorioso”, condición para asentar su propia gloria, se vea realmente realizado después de su muerte, cuando ya Cuba deje de exportar su guardia pretoriana y suscitar conflictos sangrientos e inútiles.  

No sería de extrañar, pues en el fondo la política de Fidel Castro no ha hecho más que reanudar con la que fue la vocación que le asignó la metrópolis a La Habana desde el siglo XVI: de enclave estratégico con funciones de comunicaciones y militares; primero defensivas ante el acoso de piratas y corsarios, luego ofensivas, pues de La Habana partían los ejércitos conquistadores españoles a la conquista de México y del Perú al resto de América, y más tarde, a combatir los movimientos independentistas en el Sur del continente. El abastecimiento de personal militar no es pues un vocación inédita de la isla. Vocación que llegó a ser una verdadera fuente de riqueza para la isla y contribuyó a la formación de la oligarquía cubana “La financiación de la defensa fue un auténtico motor de desarrollo económico y la institución militar se fue transformando en un catalizador del mundo financiero indiano” apunta el gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginnalls. Luego La Habana se convirtió en la ciudad mejor comunicada del continente, desarrollando un vastísimo papel de intermediaria y como reexportadora a otras zonas de América. Lógica que hoy prevalece en el caso de Venezuela que le ha otorgado a una compañía cubana la intermediación de sus importaciones; lo que significa que antes de llegar a su destino de La Guaira, esas importaciones deben encallar primero en el puerto de La Habana, provengan de donde provengan; con las ventajas de derechos portuarios y los pagos de servicios en favor de Cuba que tales servicios significan. 

            Liberados de la presencia de Fidel Castro, no sería imposible que los cubanos logren superar odios y resquemores, y no sería imposible imaginar que los fuertes capitales cubanos del exilio y la aristocracia castrista infiltrada en todos los estamentos de los países latinoamericanos, y otras zonas del mundo, lleguen a un acuerdo para implantar un poder económico-político en el continente que sorprenderá a más de un amigo de Cuba. Ese será el legado que habrá dejado el caudillo: recobrar el espacio que ayer ocupó dentro de la lógica imperial de la Monarquía Católica. Los lazos privilegiados  del exilio cubano con Estados Unidos y los que está tejiendo hoy la oligarquía castrista con la China, amen de las asiduas relaciones con el Africa y el mundo árabe, son datos que deben ser observados con atención por los creyentes de la “solidaridad revolucionaria” y del “internacionalismo proletario”. 

            Vaticinio que puede conocer otros derroteros si el caudillo caribeño decide más bien ofrecerse un último gran espectáculo antes de terminar sus días y ponga fin a la que ha sido hasta ahora su táctica: la guerra latente y prolongada y opte por precipitar la guerra que parece diseñarse en el sur del continente: una guerra con connotaciones, tanto internacionales como étnicas, creando un foco de conflictos de alta intensidad que daría a los estrategas de Washington la gran oportunidad de intervenir militarmente por primera vez en el sur del continente y apoderarse así de la Amazonía: la zona de mayor interés estratégico para ellos por tratarse de la primera gran reserva de agua del mundo – elemento de suma importancia  que comienza a mermar- y de paso, aprovecharán para poner bajo su protección la frontera del Pacifico Sur –frontera de la China con Occidente: el único rival que toma en serio el imperio norteamericano.   

            El vaticinio del líder de los productores de coca de Bolivia , Evo Morales,  de que América Latina será el próximo Vietnam de Estados Unidos, aparte de su carácter infantil, es la expresión de una cortedad de perspectivas pasmosa en alguien que pretende llegar a ser jefe de un Estado. Vietnam significa bombardeos, napalm, desolación y muerte. Y si los vietnamitas lograron no ser doblegados por Estados Unidos, (aparte de sus grandes cualidades de ciudadanos que dificulto se encuentren en América Latina), fue porque contaron con el apoyo de un contexto internacional en el que la URSS existía todavía.  Esa “guerra social” que pretende hacer estallar hoy la extrema izquierda latinoamericana, pese al trueque de cocaína por armas que se ha establecido con las mafias rusas, está armada, sobre todo, de  emoción y de irracionalidad, elementos insuficientes para convertirse en una verdadera fuerza bélica.

            El ansia adolescente de guerra que demuestran  los caudillos de hoy en el continente, favorece de hecho los intereses norteamericanos : los imperios por el mero hecho de serlo, necesitan copar espacios para imponer  una geopolítica acorde a sus intereses.

           Una intervención norte-americana significaría para el continente un retroceso cuyas consecuencias son inimaginables.

  Para Fidel Castro significará descansar en paz, pues el resto del continente habrá experimentado también, la humillación sufrida por  Cuba en 1898.

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  Artículo publicado en: El Puente, Enero 2004 - Número 1

 
 
 
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