Tengo un amigo que
dos veces al año piensa en lo que le gustaría hacer y no está
haciendo, pues en su vida ha hecho lo que ha podido pero no
exactamente lo que ha querido. Es como un círculo que ya no es
vicioso, pues más que adicción, lo que le produce es una tibia
tristeza que a ciertas horas del día se acerca a la depresión,
más no llega nunca a serlo, pues mi amigo es feliz con lo que
hace, solo que aquello que le gustaría hacer, y él llama a eso
entregarse, no es exactamente lo que está haciendo en su
día a día. ¿Me explico?
Advierto al lector: lo que sigue no
es noticioso, útil o trascendente. Si está buscando crónica u
opinión, pase a la siguiente columna que seguro estará llena de
buenos datos, denuncias, advertencias y frases inteligentes. Hoy
lo que traigo es una simple radiografía de mi amigo a quien se
le ve una sombra en el corazón. El médico dice que no es nada,
pero él siente un sólido vacío cada vez más grande. El psicólogo
le dice que tiene una confusión vocacional, pero él cree saber
lo que quiere y porque no lo tiene. Sus compañeros de trabajo le
dicen que ya está viejo para conflictos existenciales y él
piensa que el alma no tiene edad ni abecedario para explicar sus
penas.
Lo que mi amigo
desea hacer es escribir, asunto sencillo y que aprendemos en la
primaria, pero lo suyo va más allá: el desea vivir para
escribir. Me gusta como evita decir “escribir para vivir”, pues
el oficio, además de mal remunerado, significa para él algo
artístico, o incluso podría decir, apasionado. Acá es donde se
confabulan las trampas, pues entre las obligaciones económicas,
el miedo a la página en blanco, las dudas sobre su talento y los
desvíos que presenta la vida, mi amigo ha logrado esquivar el
llamado de su voz. Por eso está haciendo otra cosa, para
distraerse en el camino.
Quizás el lector
conozca gente así: soñaron un día con hacer algo y se despiertan
cada mañana más lejos de intentarlo. Esto vale para escribir,
pintar, sembrar tomates, tener hijos, hacer películas, navegar,
amasar pan o cocinar. Claro que hay gente capaz de negociar
consigo mismo estas traiciones y cuando llega la vejez ya
olvidaron lo que alguna vez los emocionaba. Hay otros que se
resignan dignamente y algunos se remojan en realismo al decir
que esas eran cosas de muchacho y que con pasiones no se hace
mercado. También hay gente como mi amigo: no se sienten
frustrados, pero sienten que el mientras tanto se está haciendo
eterno y que el futuro pospuesto se va diluyendo hasta perder
sabor.
Claro que hay otra
gente a quien estos rollos le son ajenos, e incluso, les parecen
una pérdida de tiempo. Creo que conozco a dos que son honestos
al hablar de si mismos al respecto.
La verdad, me
gusta conversar con mi amigo cuando le entran estos humores. Es
como bucear en las preguntas que a veces nos hacemos. No me
atrevo a darle consejo, a lo sumo, le invito un trago y nos
paseamos una vez más por el círculo que ambos conocemos.
También, a veces,
me veo en ese espejo y guardo silencio.
ebravo@unionradio.com.ve
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