En
estos días de aeropuertos congestionados y maletas cargadas,
viendo a tanta gente salir de vacaciones con planes y
reservaciones que garanticen unos días de pura emoción, me viene
a la mente ese viejo debate entre turistas y viajeros, donde a
los últimos les aterra ser vistos como los primeros. Turistas
son los que abandonan el hogar en búsqueda de confort y emoción,
viajeros son aquellos que salen de casa para descubrir algo sin
importar las incomodidades que les esperan. Como dice Paul
Theroux, quien ha viajado para escribir y escribe para viajar
“el viajero no sabe exactamente a donde va y llega con la mente
abierta, mientras que el turista sabe exactamente lo que desea
ver y aterriza con una cantidad de nociones preconcebidas”.
Quizás por eso hay gente que dice, de pie frente a una
maravillosa montaña cubierta de nubes “¿esto es todo lo que se
puede ver?”, mientras otros prefieren comentar “aunque la vista
sea limitada, ¡el camino valió la pena!”. Dos animales distintos
que salen de casa con el mismo mapa pero no hacen el mismo
recorrido. Uno viaja para llegar algún lugar, el otro viaja por
el placer de hacerlo
Esta
diferencia se hace muy clara al momento de los itinerarios. Para
el turista el tiempo es una amenaza:
cada segundo debe ser aprovechado al máximo y al llegar a un
sitio ya está pensando a qué hora debe irse para poder llegar al
próximo. Para el viajero el tiempo no existe, sencillamente se
diluye en el ritmo que lleven los acontecimientos: la única
función del reloj es avisarle la hora cuando sale el próximo
autobús, que bien podría o no tomar. Viajar no es batir
distancia ni tiempo. Hace años una amiga me dijo “gracias a los
aviones, hoy en día lo que la gente llama viajar, en realidad es
un traslado. Viajar es una experiencia de inmersión. Lo otro es
un trámite de movimientos controlados”. Claro que un jet hace la
vida más fácil y no siempre se dispone del lujo del tiempo,
mucho menos si van hijos o mascotas en la comitiva, pero en el
fondo es un asunto de actitud. El turista quiere verlo todo
(preferiblemente a través del lente de la cámara) mientras que
al viajero le basta con lo que ve y muchas veces prefiere
guardar las fotos en la memoria.
Hace 10 años,
caminando junto a mi novia entre los impresionantes árboles del
parque Taman Negara en Malasia, ví
como se nos acercaba un singapurense en traje de safari marrón.
Con la vista en el camino de tierra, la cámara al cuello y un
paso acelerado, llegó a mi lado y me dijo “No hay nada que ver
más allá”. Le sonreí amablemente y asentí. Efectivamente no
había ningún monumento que fotografiar o letrero que dijese
“usted está aquí”. Solo una jungla de 130 millones de años que
palpitaba de pura vida y sin reparar en esas dos hormigas que
caminábamos, morral al hombro, respirando el aire del momento.
ebravo@unionradio.com.ve
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