Tenías razón. Así
como una vez me enseñaste que debajo de la cama no había un
monstruo, que aunque arrugara la cara más adelante disfrutaría
el sabor del whisky o que llegaría el momento cuando el espíritu
del bolero me quemaría la carne, una vez más tenías razón. Poco
a poco he dejado de ser solamente yo y cada vez más me convierto
en el papá de Isabel. Fíjate lo que son las cosas: si hace años
me molestaba porque no me entendías, ahora te entiendo más. Hay
experiencias que solo se nos revelan cuando las vivimos, lo
demás es puro anecdotario ajeno.
De un tiempo para acá hay cosas que
me han sorprendido, como por ejemplo verme las manos y sentir
que estoy viendo las tuyas. Frente al espejo me parece que me
parezco más a ti. Deben ser los años que a medida que pasan nos
permiten acercarnos más, un efecto nivelador en el almanaque que
equipara las edades hasta hacerlas desaparecer del todo.
Recuerdo aquellas
mañanas cuando veía tu cara llena de espuma y me preguntaba
cuándo llegaría el momento de afeitarme. En aquel entonces eras
el héroe sin capa que nos apuraba para no llegar tarde al
colegio y que nos enseñó el poder de la voluntad al apagar el
último cigarrillo una noche de año nuevo para no encender otro
nunca jamás. Tiempo después, cuando llegó el momento de comprar
mi propia afeitadora, a ese héroe le cuestionaba todo pero
obedecía sus órdenes porque no me quedaba más remedio. Hasta que
llegó esa etapa en la que cortamos amarras y salí de casa para
vivir según mis propias reglas. Así inicié ese largo viaje del
cual estoy de vuelta.
También recuerdo
aquel afiche que escogí y colgué junto a mi cama. Era de fondo
morado con una flor de lis, un nudo rizo plano y unas letras
blancas que decían: A los dos años, papá lo sabe todo. A los
seis, papá lo sabe casi todo. A los diez, hay cosas que papá no
sabe. A los dieciséis, papá no sabe nada. A los veinte, pediré
consejo a papá. A los cuarenta, ojalá tuviese a papá. ¡Que
felicidad saber que todavía estás ahí, como siempre, al alcance
del abrazo!
Y yo, acá estoy.
Pensando en qué será lo mejor para tu nieta, trabajando con una
nueva alegría y motivación, perdiéndole el asco al pupú y
delirando con cada sonrisa, pero sobre todo, aprendiendo que si
bien el futuro no existe, algo tengo que dejarle. ¿Y sabes qué
es lo mejor que puedo entregarle a mi hija? Lo mismo que nos
diste a mi y a mis hermanos: un piso sólido y lleno de amor
sobre el cual echarnos a andar rumbo a la vida. Una base de
afecto, principios, buenos recuerdos y educación, para que un
día pueda decirle, como me dijiste alguna vez: haz lo que creas
conveniente, porque nadie puede decidir sino tú.
Feliz día del
padre, para nosotros dos, ahora que entiendo mejor lo que
significa esta aventura. Tenías razón: llegó el día cuando
entendería mejor las cosas que me enseñaste.
ebravo@unionradio.com.ve
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