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Ahora que me llegó el día 
por Eli Bravo
jueves, 16 junio 2005

 

Tenías razón. Así como una vez me enseñaste que debajo de la cama no había un monstruo, que aunque arrugara la cara más adelante disfrutaría el sabor del whisky o que llegaría el momento cuando el espíritu del bolero me quemaría la carne, una vez más tenías razón. Poco a poco he dejado de ser solamente yo y cada vez más me convierto en el papá de Isabel. Fíjate lo que son las cosas: si hace años me molestaba porque no me entendías, ahora te entiendo más. Hay experiencias que solo se nos revelan cuando las vivimos, lo demás es puro anecdotario ajeno.

            De un tiempo para acá hay cosas que me han sorprendido, como por ejemplo verme las manos y sentir que estoy viendo las tuyas. Frente al espejo me parece que me parezco más a ti. Deben ser los años que a medida que pasan nos permiten acercarnos más, un efecto nivelador en el almanaque que equipara las edades hasta hacerlas desaparecer del todo.

Recuerdo aquellas mañanas cuando veía tu cara llena de espuma y me preguntaba cuándo llegaría el momento de afeitarme. En aquel entonces eras el héroe sin capa que nos apuraba para no llegar tarde al colegio y que nos enseñó el poder de la voluntad al apagar el último cigarrillo una noche de año nuevo para no encender otro nunca jamás. Tiempo después, cuando llegó el momento de comprar mi propia afeitadora, a ese héroe le cuestionaba todo pero obedecía sus órdenes porque no me quedaba más remedio. Hasta que llegó esa etapa en la que cortamos amarras y salí de casa para vivir según mis propias reglas. Así inicié ese largo viaje del cual estoy de vuelta.

También recuerdo aquel afiche que escogí y colgué junto a mi cama. Era de fondo morado con una flor de lis, un nudo rizo plano y unas letras blancas que decían: A los dos años, papá lo sabe todo. A los seis, papá lo sabe casi todo. A los diez, hay cosas que papá no sabe. A los dieciséis, papá no sabe nada. A los veinte, pediré consejo a papá. A los cuarenta, ojalá tuviese a papá. ¡Que felicidad saber que todavía estás ahí, como siempre, al alcance del abrazo!

Y yo, acá estoy. Pensando en qué será lo mejor para tu nieta, trabajando con una nueva alegría y motivación, perdiéndole el asco al pupú y delirando con cada sonrisa, pero sobre todo, aprendiendo que si bien el futuro no existe, algo tengo que dejarle. ¿Y sabes qué es lo mejor que puedo entregarle a mi hija? Lo mismo que nos diste a mi y a mis hermanos: un piso sólido y lleno de amor sobre el cual echarnos a andar rumbo a la vida. Una base de afecto, principios, buenos recuerdos y educación, para que un día pueda decirle, como me dijiste alguna vez: haz lo que creas conveniente, porque nadie puede decidir sino tú.

Feliz día del padre, para nosotros dos, ahora que entiendo mejor lo que significa esta aventura. Tenías razón: llegó el día cuando entendería mejor las cosas que me enseñaste.

ebravo@unionradio.com.ve

 
 
 
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