Cualquiera
que se canse de Londres está cansado de la vida, dijo en una
oportunidad Samuel Johnson, el genio empresarial quien asumió en
1967 las riendas de la firma S.C. Johnson and Sons, Inc. para
expandir 40 veces el tamaño de la compañía y así perfumar salas
de baño en más de 100 países con Glade. Johnson fue uno
de los adalides de la globalización y por ello The Economist,
revista con ciudadanía londinense y una de las más vendidas en
el globo, lo parafrasea para dictaminar que cualquiera que esté
cansado de la globalización, está cansado de la vida.
Porque así es la vida: la
globalización es una ola con inmenso poder transformador que ha
revolucionado, en el mejor sentido del término, la vida de
sociedades enteras para mejor y peor. Como fenómeno es
indetenible, y como oportunidad es tentadora. China, India,
Chile y Brasil han sido los países que más recientemente han
experimentado el impulso desarrollador de la apertura de
mercados y el poder transformador del capital. Cada uno, a su
manera, ha sabido aprovechar sus fortalezas para jugar en el
escenario mundial y sacar a sus ciudadanos de la pobreza,
recurriendo más a la acción que a la retórica. Porque en el
juego global, más que los discursos, importan las realidades.
El próximo mes se iniciarán en
Hong Kong las nuevas conversaciones de la Ronda de Doha para
lograr la liberalización de los mercados, un proceso que la
Organización Mundial del Comercio inició en 2001 en Qatar y que
actualmente se encuentra en la cuerda floja por los intereses
nacionales ante temas tan sensibles como subsidios agrícolas o
los impuestos a la manufactura. El round de los 148
países en Hong Kong promete ser a 15
asaltos. La reunión precedente en 2003 en Cancún terminó sin
mayores acuerdos luego de 4 días en los que las mismas quejas al
ALCA llenaron el ambiente: los países ricos piden mucho y
ofrecen poco.
Actualmente los países en desarrollo representan dos terceras
partes de la OMC y van con una clara conciencia de sus
capacidades y necesidades. Además, sus ciudadanos están
frustrados con algunas consecuencias de la globalización y
tienen poca paciencia ante sus gobiernos. Todas las naciones
tendrán que hacer un
esfuerzo, porque apostar al fracaso es escupir para arriba; un
mundo de economías cerradas, inequitativas y centralizadas es
caldo de cultivo para la pobreza.
Venezuela tendrá una tribuna
para seguir pregonando su socialismo del siglo XXI y seguramente
tendrá centimetraje, de la misma manera que el show de la
contracumbre llamó la atención mundial con su retórica
incendiaria. Pero más allá hay una realidad donde la mayoría de
los países quieren mejor comercio y unas economías de mercado
eficientes y justas, que no es lo mismo a lanzar arengas anti-capitalistas
a las tribunas.
Puede ser que
el resultado para Venezuela en Hong Kong se parezca a lo
sucedido en Mar del Plata; la nación marchando a todo tren, sola
por la vía, a
contramarcha de la historia.
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