Cada domingo un fiel
ejército toma las calles de Estados Unidos para atender el
llamado de Dios. En algunos pueblos se reúnen en modestos
edificios, mientras que en otras ciudades se congregan en
gigantescos auditorios para más de 20 mil personas. Movidos por
la fe y agrupados bajo distintas iglesias, este caudal humano se
ha convertido en la fuerza que busca definir la identidad del
país más poderoso del planeta. Desde el más sencillo granjero de
Kansas, hasta el presidente de la nación (un cristiano renacido
quien experimentó el rapto de fe que lo acercó a Jesús y salvó
su vida) todos coinciden en defender los principios y valores
estadounidenses. Definirlos, llevarlos a la vida pública y
hacerlos parte de la agenda del gobierno se ha convertido en su
misión terrenal.
El
creciente poder de los grupos conservadores de derecha se siente
en el cabildeo para escoger al próximo magistrado de la Corte
Suprema, en el debate sobre las uniones homosexuales, el aborto,
e incluso en las exigencias de una mayor ayuda a los países
pobres. En esta cruzada los sectores religiosos han tejido
fuertes lazos con el partido Republicano, sofisticando sus
estrategias y afinando su capacidad de organización para unir
los esfuerzos de sus miembros más allá de las distinciones entre
católicos y evangélicos, o entre blancos, negros y latinos.
Grupos como Arlington, Foco en la Familia o la Asociación
Nacional Evangélica movilizan millones de almas y dólares para
campañas que respalden sus intereses. Su peso es innegable: una
vez a la semana en la Casa Blanca se realiza un llamada en
conferencia con algunos de estos líderes para consultar
decisiones vitales. No en vano existe la preocupación de que la
separación entre estado y religión esté desapareciendo.
Para
los estadounidenses la religión es asunto serio. Un 60% la
considera parte importante de su vida y un 40% piensa que los
líderes religiosos deberían influir más en la política. El
activismo de esta fiel base, que le dio la victoria a George W.
Bush en las pasadas elecciones, ha aumentado la división entre
dos maneras de entender la identidad nacional. Como apunta Noah
Feldman, profesor de la Universidad de Nueva York, por un lado
están los “evangélicos por los valores” para quienes el gobierno
debe basarse en la sabiduría de la tradición religiosa pues allí
están los valores que unen a los ciudadanos; y por el otro están
los “secularistas por la legalidad” quienes piensan que las
diferencias religiosas son fuente de tensión y por lo tanto el
gobierno debe apegarse a la ley, lejos de los predios de las
iglesias.
Las
voces más alarmistas advierten sobre la amenaza de una teocracia
en Estados Unidos. Los más cautos señalan que en realidad hay
una danza entre el gobierno y la derecha conservadora, pero que
estos últimos no son quienes marcan el paso. Pero cada domingo
pareciera que están más convencidos de que ha llegado el momento
de llevar la voz cantante. Y no dan señales de cansarse en el
intento.
ebravo@unionradio.com.ve
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