Theodore “Dutch” Van
Kirk recuerda que al ver Hiroshima la clara mañana del 6 de
agosto de 1945 pensó “ahí está el blanco, ahora bombardeemos la
maldita cosa”. Minutos después el Enola Gay brincó al liberar
los 40 mil kilos que llevaba a bordo, y con un giro a la
derecha, se alejó a toda velocidad. En la barriga del avión
Morrison “Dick” Jepson, quien se había arrastrado sobre la bomba
para activar manualmente el sistema de lanzamiento, contaba los
43 segundos que le tomaría en llegar a 500 metros sobre la
ciudad para estallar con todo su poder. A los 45 pensó que la
misión había fracasado, pero al sentir la onda expansiva
entendió que había contado muy rápido por la emoción. Ambos
soldados todavía piensan que hicieron lo correcto. 140 mil
personas murieron y nueve días después terminó la Segunda Guerra
Mundial.
Sunao Tsuboi era un estudiante de 20
años que caminaba a un kilómetro del lugar del impacto. La
explosión lo lanzó 10 metros más allá, quemando la mayor parte
de su cuerpo. Es lo que llaman los japoneses un Hibakusha,
una víctima de la radiación. Hoy en día le preocupa ver como
Japón retoma la carrera armamentista y ante la amenaza de Korea
del Norte debate la posibilidad de adquirir armas atómicas.
Carlos Santana tocó su guitarra en Hiroshima el pasado 2 de
agosto en “una misión para detonar la paz”, pero no todos en la
ciudad compartían su mensaje anti-bélico: el 27 de junio el
activista de derecha Takeo Shimazu vandalizó el memorial a las
víctimas de la bomba, molesto por la frase que dice “descansen
en paz, no repetiremos el mismo error”. Con un martillo y un
cincel destruyó la palabra error, pues para este joven de 27
años, Japón no tiene nada de que arrepentirse.
Hitomi Kamanka
será una de las 50 mil personas que desfilará frente a este
monumento para conmemorar los 60 años de la bomba. Pero su
preocupación no está en el pasado, sino en las explosiones por
venir. En su film “Hibakusha, el fin del mundo” revela los
efectos de la radiación en los niños iraquíes expuestos a las
320 toneladas de armas con uranio empobrecido que Estados Unidos
usó en la Guerra del Golfo de 1991.
Hassan Rowhani
piensa que nuclear no es igual a muerte. Como negociador de Irán
ante Europa, hace unos días declaró que la reanudación del
enriquecimiento de uranio de su país no es negociable “a pesar
de las amenazas del Consejo de Seguridad de la ONU”. Los iraníes
dicen que esa energía encenderá los bombillos de sus ciudades.
EE.UU. y Europa, que ya tienen sus arsenales, temen el
surgimiento de otra potencia nuclear.
El Dr. Harold Agnew trabajó en el
laboratorio Los Alamos para el proyecto Manhattan y voló aquel 6
de agosto en un B-29 de observación científica que acompañó al
Enola Gay. Al jubilarse, las tres cuartas partes del arsenal
estadounidense se había fabricado bajo su tutela. A sus 85, está
orgulloso de su legado al mundo.
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